Pep Balcárcel (*) presenta su nuevo libro de poesía, “Fragmentos”

Fragmentos de Pep BalcárcelPep Balcárcel (Guatemala, 1993)

Escritor, editor y gestor cultural. Ha escrito para medios de Guatemala, México, Honduras, Nicaragua y Estados Unidos. Estudia Lengua y Literatura en la Universidad Francisco Marroquín. Ha publicado los libros: Obelisco 65 (poesía, Letra Negra, 2012), Canto esquizofrénico (poesía, Chuleta de Cerdo Editorial, 2012), Ángeles de heroína (microrrelatos, Letra Negra, 2012) y Los ojos de lo insano (cuento, Editorial X, 2014). Además, aparece en las antologias LOS 4X4 (poesía, Vueltegato Editores, 2012), ¡Meter goool! (microrrelatos, Letra Negra, 2013) y Deudas de sangre (poesía, Anamá Ediciones, Nicaragua, 2014). Actualmente trabaja para una oenegé, dirige Pato/Lógica Editores y es codirector de Bitviu.

La presentación del nuevo trabajo se realizará el miércoles, 26 de octubre, de 8:00 p.m. a 11 p.m. en Chiribisco Bar (17 Av. 19-70, zona 10 Edificio Torino, local 103.

A continuación, como un avance, compartimos con los lectores un poema de su nueva publicación.

1.

manifiesto de ausencias

el tabaco colocado sobre mis labios

me duelen los ojos

pero afuera cae la lluvia y un hombre corre

lo deja la camioneta

alguien gime

en una pantalla

que es el universo

grito

porque tengo miedo

entra el whisky y quema mi garganta

incontables días

silencios

el absurdo perdió significado

Sísifo decidió suicidarse

ayer consumí otra vez LSD

fue para sobrevivir

pero alguien deseaba aniquilarme

y me durrumbé

Peter Pan no existe

querida

y un muerto sonríe

dame unas horas

arrullá mis pesadillas

descifrá la nada entre mis manos

besá mis ojos

en tu pelo queda mi mundo perdido

“la gente se suicida porque está triste”

y el espejo no responde

la vida se encuentra escondida entre tus labios

pero yo

escribo una elegía para todo lo que nunca fui

2.

cuando éramos niños

quisimos ser astronautas

pero el tiempo puto

se encargó de enseñarnos

que las estrellas son una idea

demasiado cursi para nuestras vidas

 

ahora el cielo

llora cada noche

lágrimas ácidas

que nos hacen añorar

algo que nunca fue nuestro

 

vemos el suelo manchado

con nuestra propia miseria

la recogemos

y siempre

la llevamos de la mano

 

(*) Pep Balcárcel es alumno del Departamento de Educación de la UFM.

La rosa no piensa, imagina

Camila Fernández (*)

Rosa-blanco-y-negro-3d-papel-tapiz-de-flores-stereoecopic-wallpaper-papel-parede-mural-wallpaper-Decoraci&oacuteSi pienso no puedo estar loco, si pienso, si pienso, si pienso. Si pienso no puedo estar loco. Si pienso no puedo estar loco. Pero hablo, pero hablo, hablo, hablo, hablo…
Hablar es una cosa, y la otra…
Un proceso que no se detiene, al que nosotros queremos alcanzar, que va siempre delante de nosotros, es la escritura, es la escritura la que siempre va adelante de nosotros. (¿Y si no hablo, y si soy hablado, y si no pienso y si soy pensado?) Los huesos tibios de nuestro esqueleto persiguen al perro de lenguas sueltas e imaginaciones distraídas que no se distraen, no se distraen, traen, traen, traen, las imaginaciones de las lenguas sueltas, las imaginaciones del animal, de lo carnal, de la sangre que fluye. Nos rechinan los dientes, tenemos frío, sufrimos. Pero vamos detrás de la escritura. Vamos a las voces, vamos a las voces, las voces nunca vienen a nosotros. Nosotros vamos a las voces.

Juan Ramón Jiménez escribe un poema que relata su proceso poético.

Vino, primero, pura, vestida de inocencia. Y la amé como un niño.

Luego se fue vistiendo de no sé qué ropajes.
y la fui odiando sin saberlo.

Llegó a ser una reina, fastuosa de tesoros…
¡Qué iracundia de yel y sin sentido!

…Mas se fue desnudando. Y yo le sonreía.

S e quedó con la túnica de su inocencia antigua. Creí de nuevo en e a.

Y se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda…
¡Oh pasión de mi vida, poesía desnuda, mía para siempre!

(Eternidades)

La poesía no piensa, no piensa, por más que diga que piensa, no piensa; siente. La poesía está desnuda, siempre está desnuda, porque la poesía son imágenes desnudas, imágenes desnudas, revestidas de una desnudez brillante. La niña amada le pregunta al niño que la ama, “¿por qué te vas?”, y el niño le contesta: “Porque el silencio de estos valles es me amortaja como si estuviera muerto. He sentido que quiere gritar mi pecho, y en estos va es ca ados voy a gritar y no puedo”. ¿Por qué no puede gritar el niño, acaso tiene miedo de espantar a su niña amada, a qué le teme el niño que no grita, a qué le teme el niño si ignora el silencio eterno entre su carne; teme ahuyentar a su niña amada con un grito lunático de su pecho?

Porque es su pecho el que quiere gritar, se siente, se siente, se siente al pecho queriendo gritar. El pecho es el refugio de tantos gritos desnudos, gritos que jamás verán los ojos, gritos hechos para deshacerse entre las manos, para deshacer el aliento y transformar la voz en el olor del asombro. Pero nada de eso, nada, nada. El grito quiere hacerse cuerpo, el grito busca hacerse pecho, hacerse leche.

El primer grito, como el primer orgasmo, es siempre desnudo, siempre anudado, siempre inundado, nunca inofensivo, siempre empiernado al silencio perpetuo. El grito del pecho asusta al poeta, porque es un grito que desconoce, es un grito que quiere robarle el pecho y él no sabe, es un niño, el poeta es un niño que comienza a jugar con el cuerpo de su madre, de su lengua. ¿Qué es lo que tu voz débil dice al sol de la tarde que sueña dulcemente en la cristalería?, ¿eres, como yo, triste, solitario y cobarde, hermano del silencio y la melancolía?
El niño no sabe que no posee a su cuerpo, el niño no sabe que lo que dice ya fue dicho, que repite, que repite, que es portador del silencio que se deja inundar de voces, el niño no sabe que está vacío, que es un cuerpo de carne buscando encontrarse en la voz inatrapable, en lo indecible; el niño no sabe que el grito de su pecho quiere hacerse carne. El niño no sabe que no habla, solo habla, habla, es hablado. Por eso disfruta desnudando a su madre, porque su juicio está opacado por los placeres de su carne, por las fantasías de los gritos de su pecho, por sus deseos inmediatos, por sus curiosidades intensas, por sus agujeros, por sus abismos. El niño disfruta hablando porque no piensa, no piensa que porque piensa no puede estar loco. Pero después, al poco tiempo, aún en su pubertad, cuando aún desea los pechos de su madre, se entristece, se hace triste, se hace más triste y más triste, comienza a extrañarse. Ahora se extraña, extraña que lo sobrecojan los deseos de su grito, los temblores de su pecho. Y también se extraña, es un extraño para sí mismo, porque habla, más bien, porque no puede parar de hablar. Ya no está enamorado de una niña desnuda, ahora ve a la niña vestirse elegante, se hace llamar señora, se hace llamar la juiciosa de adornos fúnebres, la dama de reuniones sociales, la bella dama de joyas siniestras. ¿Está la niña realmente vestida y adornada o sigue desnuda y son los ojos del poeta los que se han puesto capas, adornos y vestimentas? ¿A dónde se fue esa niña desnuda que no se diferenciaba de las selvas transparentes, que se bañaba sobre su propia lengua, que gemía con las bestias acuáticas en la oscuridad del fondo, en la noche del día? El poeta adolescente se entristece, comienza a odiar sin saberlo.

El viaje definitivo

…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aque os que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado, mi espíritu errará, nostáljico…
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.

(Poemas agrestes, 1910-11)

Seguirá su travesía el poeta, seguirá adentrándose para avanzar. El poeta seguirá buscando la desnudez primaria de sus ojos, no solo de sus ojos, de sus manos, de sus dientes, de sus pasos. Nada que ver. Sus ojos aprenden a escuchar. Los ropajes de la dama de noche se convierten en espuma, los ropajes asustados de los ojos se convierten en lágrimas. Se llora, se llora plácidamente, se llora desnudo, solo se llora bien si se llora desnudo, solo se llora al desnudo, solo se desnudan los ojos si se llora desvelado, si se llora desnudo.

(Diario de un poeta recién casado)

No sé si el mar es, hoy
–adornado su azul de innumerables espumas–, mi corazón; si mi corazón –hoy adornada su grana de incontables espumas–,
es el mar.

Entran, salen

uno de otro, plenos e infinitos, como dos todos únicos.
A veces, me ahoga el mar el corazón, hasta los cielos mismos.
Mi corazón ahoga el mar, a veces, hasta los mismos cielos.

Tal vez el mar se adorne con la forma única de cada ola, quizás el sol se siente a la mesa con su traje de playa, con su túnica de boda en la playa. Pero los ojos del poeta gozan con la brisa, no se adornan, no se adormecen, se desvelas abiertos, se desvelan cerrados, se desvelan de día, se desvelan de noche.

Se desvelan.
Los ojos des-velándose, callándose, escuchando el grito mudo del pecho. Se sigue escuchando el grito del pecho, se escucha, se escucha, ¡aún se escucha!
No se contiene, no se contiene, no puede contenerse, el grito escapa del pecho, se hace carne, se hace rosa.

 

(*) Alumna de la Licenciatura en Lengua y Literatura del Departamento de Educación, UFM.

Mi lectura del Quijote, segunda parte, 74 – final

Jorge Luis Contreras Molina

En algún buen sueño fuimos héroes. Alguna mala realidad nos devolvió viles y chicos. Don Quijote, mientras Cervantes hizo el favor de preservarlo desquisiado, fue siempre un hombre elevado, claro, inconmovible. Ahora, horizontal, sufre de cordura. Está grave, con el signo de la muerte sobre sí.

El discurso de Quijano nos hiere hondo. Desdice a don Quijote. Nos desdice a todos los que hemos azuzado a Sancho para que se vuelva héroe y libertador de Dulcinea. Desdice a todos los que nos hemos dormido dueños de una fuerza moral y física más grande que los everest y tajumulcos. Desdice a los suspiradores, a los enamorados de un holograma, a los que perseguimos una voz solo nuestra, a quienes poseemos el viento, a los asidores del ocaso porque esconde una cierta aventura llena de monstruos y princesas.

Ni Carrasco, ni los otros implicados en la sanación del Quijote saben recibir al nuevo hombre. Quijano es ahora, por virtud de cierto largo sueño, un mortal común como lo son ellos. Hacen un último esfuerzo. Quieren despertar al gigante. Dulcinea está desencantada. Nada sirve.

Testamento. Sancho, su lealtad, merece todo el dinero. Inclusive reinos si alguna vez los hay. Lo demás es cosa corriente. Salvo alusiones a bodas cuyo único requisito es que el novio no sepa de caballeros andantes.

El Quijote es el testimonio eterno de que los hombres no somos mortales. Muere cuerdo. Loco vive en cada sueño que nos eleva de la falsa condición de mortales pusilánimes. 

Cervantes mató las novelas de caballería. Construyó la leyenda. A la grupa del Quijote muchos hemos querido cabalgar. Para sentir. Para vivir.

Vale.

MuerteQuijote

—Fin—

Mi lectura del Quijote, segunda parte, 72-73

Jorge Luis Contreras Molina

cide-hameteCuestiones de identidad ocupan al lector del setenta y dos. Vencido y autocastigado camina el Quijote. Pero sigue imperturbable. Queremos esa voluntad férrea. Ansiamos una pizca de la serenidad del que ha cumplido con la tarea grande. La de buscarse la felicidad a través del bien. Quijano está en su aldea. Solo va a esperar el plazo. Ni él, ni otro pueden reprocharle un paso de menos, o una pasión recortada, o un esfuerzo guardado. Ha sido. Se ha brindado. Vivió su visión de sí mismo. Se imaginó y se realizó. Lo demás (Avellaneda y su perversión) es hojarasca. Cide Hamete es el dueño de la verdad, y sabe cómo contarla. 

El nuevo proyecto asusta a las mujeres y entusiasma falsamente a los hombres. Sancho convenció a su mujer e hija de que las apariencias son, casi siempre, falsas. Es bienvenido porque vino y porque lleva dinero consigo.

Antes, Cervantes nos asombra. De pasada. Shakespeare arranca muchos de sus grandes dramas con enigmáticos oráculos, premonitores espectros, brujas sabedoras del futuro, infames presagiadores de nuevas y seguras tragedias. El Manco de Lepanto ha puesto liebres y frases tiradas a la aventura. Anticipan el final triste y sin ventaja para el soñador. Sancho quiere calmar a su señor. Nada puede calmar a su señor. 

Broch sabe decirlo mejor que yo. En la frente de don Quijote está escrito el signo de la muerte.

Mi lectura del Quijote, segunda parte, 71

Jorge Luis Contreras Molina

Don Quijote malanda la senda. Tiene la esperanza de que la Señora de sus Pensamientos por fin vuelva a su condición de realeza. Pero los eventos no cuadran. El equilibrio del caballero es irrecuperable porque, en resumen, tiene demasiados enemigos a los que no debe combatir. Sancho también va cabizbajo. Cuestiones más pedestres lo perturban. Unos trapos que le fueron ofrecidos por la resucitada. Una cierta condición de médico que no recibe la paga debida. Hasta el apócrifo salta en las charlas taciturnas.

Repentinamente sucede. Quijote y Sancho logran un acuerdo pecuniario. En un aparte chistoso el escudero se flagela (según el hidalgo). Dulcinea queda a mil azotes de la libertad. El hidalgo no quiere que Sancho muera en el ciclo esperanzador de golpes que aquel cuenta con un rosario.

Quijote71Hablo de creer

de abrir grandes

los ojos curtidos

a fuerza de ruido.

Hablo de pensar

que es fácil volver

y volver a correr

la vieja llanura

minada por la infamia.

Hablo de soledades

las del apostador

las del giro

las del otro color

las de la pérdida.

Y hablo del camino

amargo afiebrado

comedor de sueños

sin vida

porque va

de la derrota

al hogar.

Mi lectura del Quijote, segunda parte, 68-70

Jorge Luis Contreras Molina

AltisidoraDormir y morir son gemelos infames, según la visión del Caballero de la Triste Figura. Don Quijote hace coplas, Sancho duerme. Las afrentas persiguen a los héroes. No les dan respiro. Ahora son atropellados por una piara que los humilla más allá de cualquier humillación posible. Don Quijote sabe que son solo ecos de su derrota. Debe sobrellevar la situación. Sancho tiene dudas al respecto.

Mientras don Quijote canta sus desvelos a una luna elidida y Sancho duerme desvergonzadamente, llega la mañana. Y llega también un pequeño ejército muy bien armado. Los compañeros son capturados y obligados a la inquietud del silencio.

La historia va de reversa. En procesión, los cautivos son llevados al castillo del duque. El narrador nos corta en el sesenta y ocho. Promete explicaciones en el sesenta y nueve.

Altisidora ha muerto. O parece que ha muerto. Hay un teatro. Hay música. Sancho es coronado. Con una de espinas; afrentosa.

Comienza la representación. Altisidora puede resucitar. Juegan los duques. Sancho debe participar en una ceremonia para que suceda. Una secuela de la liberación, aún pendiente, de Dulcinea. También depende de los golpes que debe darse Sancho.

Ocurre la representación. Dulcinea espera, pero Altisidora vive. Y vive para reprochar al hidalgo su desdén y para agradecer al escudero su nueva vida.

La vida es teatro. Solo una representación de los anhelos más grandes y de las miserias más viles. Llueve incertidumbre sobre el lector.

Todos mienten. En el setenta el autor nos explica los entramados. Hasta Sansón Carrasco tiene que ver con los sucesos de la madrugada. Todos quieren sanar a don Quijote. Aunque el duque no pierde ocasión para reír un poco. La sencillez de Sancho es un feliz insumo para los maquiavélicos planes de los abundantes burladores.

Altisidora explica, surrealista, su estancia, semimuerta, en las puertas del infierno. Diablos jugadores de pelota, libros en lugar de pelotas, tripas que salen del apócrifo para que vaya, pateado, derecho al infierno.

Don Quijote se defiende de todos (Avellaneda incluido). Vuelve Dulcinea. El discurso de don Quijote hiere a la resucitada. Desdeñada dice toda la verdad.

Ya se van del castillo. No se puede buscar aventuras. No se puede pelear lindas batallas. Gachos los ánimos, se dejan atrás, y muy lejos, los resproches. Muy a su manera, Sancho nos ha mostrado que tiene por su Teresa un amor muy grande. Para que no dañe al portador, este debe mantenerse ocupado. Consejos de un simple.

Mi lectura del Quijote, segunda parte, 66-67

Jorge Luis Contreras Molina

_quijote-2De las iniciales distancias entre señor y siervo con las que iniciamos nuestro conocimiento del gobernador y el caballero andante, hemos pasado a un diálogo de iguales. Ambos mantienen cierto tono de identidad, pero su relación se ha transformado radicalmente. Ya no vemos castigos, ni sumisiones, ni reproches elevados. Dos hombres van derrotados por la llanura. Oscilan durante días entre ideas disparatadas, y discursos cuerdos y elocuentes. La vida los redujo a potenciales aventureros que deben dormir durante un sabático innoble porque ni están cansados, ni buscan paz.

Aun hay tiempo para microaventuras. Las armas inútiles sirven de poco. Casi las dejan colgadas y rotuladas en un árbol. Sancho sigue quejoso, pero sesudo. Tosilos, un hombre del pasado, revisa la integridad de don Quijote. No hay cambios. El hidalgo afirma que el sirviente es un encantado que el mundo se niega a reconocer. Esto, claro, a don Quijote no le importa. Sancho sacia su hambre. Es del cuerpo. La de don Quijote es más difícil de calmar.

Como Shakespeare en sus tragedias más señeras, Cervantes juega con las palabras. Hace bromas. El signo de la derrota se lleva mejor con algo de humor. Sancho lo sabe.

Ninguna derrota auténtica puede estar exenta de malayas. Si Rocinante hubiera corrido más. Si el de la Blanca Luna no tuviera un caballo tan brioso. Ninguna condición humana puede estar exenta de la esperanza. Ya los héroes planifican su nueva vida pastoril. Hasta se rebautizan y se asignan papeles protagónicos en el drama del guardián de seres útiles, pero dóciles. Inclusive Sansón Carrasco podría figurar en el elenco. Es cuestión de saber. Y don Quijote sabe mucho de nomenclaturas y taxonomías. Entiende de amores y, sobre todo, de agradecimientos. A la vida, al cariño de sus damas enamoradas, al compromiso de su escudero, al destino que va forjando cada día. Con la cara cada vez más levantada hacia una estrella que por obviedad no hace falta nombrar.

Ya malduermen, ya malcomen, ya suspiran expectantes. Cada cual por lo suyo. Soñar saben.

Mi lectura del Quijote, segunda parte, 64-65

Jorge Luis Contreras Molina

quijoteyacePocos pueden presumir de honorables. Los burladores del bien persiguen un ideal inalcanzable. Solo don Quijote se sabe invencible en el terreno que vale: el de la fidelidad a una convicción gigante y noble.

Es la hora. De la nada, el caballero de la blanca luna se hace dueño del escenario. Reta, condiciona, vence. El contrato es fatal. Los lectores, sorprendidos, vieron, apenas, una playa, dos caballeros y un tope benigno. Don Quijote yace derrotado. Su propio honor, que a tantos conmoviera, lo obliga lleno de lágrimas a renunciar a su sino guerrero. Sancho sufre mucho. Siente que es el fin del mundo.

Los moros cristianos van y vienen, se salvan, se confiesan. Escapan del horror inquisidor. Tienen abogados sensatos. Ninguna alegría redime de semejante pena. El Quijote va sin armas. Un guatemalteco que sabe escribir endechas dijo (o soñé que dijo) muy a propósito: “Su vida fue un eco de gloria difuminado por una pesadilla“. La imprecisión probable de la cita se explica porque viene de mi niñez.

Sansón Carrasco, vil instrumento de malos seres, priva al mundo de un héroe de convicción. Con su cara falsa de luna nos deja sin héroe. En la playa queda también el suspiro del lector que habría preferido un maremoto repentino. Bien podría conjeturar abismos y valles de sombras. Sansón nos roba, iluso, la esperanza.

Mi lectura del Quijote, segunda parte, 61, 62 y 63

Jorge Luis Contreras Molina

QuijoteEs la hora de los aventureros. Espías, investigadores, desconfianzas, traiciones. Roque, don Quijote y Sancho marchan hasta Barcelona. Música y un subyugante desconocido mar. Un nuevo elemento capaz de conmover a un par de campesinos que bien habrían podido ser marineros por su vínculo, más que probado, con la libertad y con los anhelos de aventura y campo abierto.

Sancho atisba bienestar, buena comida, hospitalidad y algunas ganancias. El desarmado caballero gesticula cierta zozobra. 

Barcelona, plena. Más y más relaciones con hombres buenos,  semibuenos, intrascendentes, sombríos, u oscuros.

Ronda en el aire la inquisición guardiana de bromas descontroladas. Hay, en la casa del anfitrión, un artilugio de adivinación. Solo Sancho percibe el engaño. No  es noviembre. Hay un consorcio alrededor del alboroto quijotesco. 

El más lúcido, guardián de la verdad, enemigo de lo obvio resulta ser Sancho con su cúmulo de refranes cada vez más significativos y pertinentes. Ha aprendido. Sabio hace alarde de sus tiempos de gobernador. Donde hay vino, bebe vino, donde no, agua fresca. 

Cervantes nos traslada un momento épico y único. El encuentro del caballero con el mar tiene signos de grandeza. Salvas para saludar a la famosa pareja, generales de historia que se muestran humildes ante el gran corazón que los visita. 

Y la batalla. Ir y venir. Los héroes están a bordo. El atalaya informa de piratas. Persecución y lucha. Dos muertos, bergantín y moros capturados. Se monta el escenario de una ejecución sumaria. Fe y honor son razones suficientes. 

Inesperados finales. Mejor solo lo podría escribir nuestro Matías de Cordova. Triunfa la  clemencia celestial. Los piratas son mujeres (jóvenes y guapas, además), la ejecución se ve aplazada. Hay un virrey, hay una historia del tipo de ciertas novelas ejemplares.

Cervantes es un maestro. Toca, con ironía, temas sensibles. De todos sale avante. Nos reímos sin ser conscientes de la profunda reflexión que hace nuestro espíritu que será muy del veintiuno, pero no ha perdido los vicios, carencias, anhelos y sueños del diecisiete. Fieles e infieles amalgamados en la búsqueda de su felicidad. Todos contentos. Hay paz. Hay mar.

Mi lectura del Quijote, segunda parte, 59 y 60

Jorge Luis Contreras Molina

quijote_1Es la hora de los impostores. Antes, don Quijote nos vuelve a mostrar que su carácter taciturno no proviene de la derrota. Aparece cuando la injusticia triunfa en el barullo de una estampida. Sancho se ve obligado a dar consejos. Coma, mi señor; duerma, mi señor; el mundo lo necesita fuerte y repuesto…

El  que los falsos llaman Caballero Desamorado, arriba a una venta. La percibe como venta. Sancho está felizmente asombrado. 

Esta especie de hotel de paso tiene como insignia la abundancia en las viandas. Sancho saliva. Se descubre que hay carestía, escasez, frugalidades, ausencia de casi todo género de comida. El ventero es un fanfarrón. Abundan.

Los grandes amigos intentan reposar de sus muchos trabajos. Una voz vecina sobresalta al hidalgo. 

Ya Avellaneda desafió a Cervantes. Se leen atrocidades. Se exagera el simplismo de Sancho. Don Quijote ya no está enamorado. Se miente sin miramientos en la apócrifa. 

En un famoso cuento de Borges se narra la vida de un impostor que vivió como valiente y respetado hasta que se encontró con el verdadero soldado merecedor de las calidades que él había usurpado. El impostor murió  casi como quien se suicida. Avellaneda es, cuatrocientos años después, una nota de color, una frase incidental.

Sancho y Quijote se presentan ante los engañados lectores. La verdad va con ellos. Don Quijote es más impresionante en persona que de  oídas.

Van a Barcelona. Nada de Zaragoza. Por no reforzar las mentiras del apócrifo. Seis días sin aventura. Séptimo. Sancho come y duerme, el Hidalgo sueña y vigila. Noche cerrada. Don Quijote tiene la emergencia de liberar a su hechizada dama. Ataca al holgazán, pero este se defiende. Fácil, por peso, por edad y por terrenales condiciones, el escudero  vence al amo. 

Los árboles están llenos de ahorcados. Maleantes muertos. Llegan los vivos. Don Quijote sufre un ataque de tristeza. Falló. Siempre debe estar listo y armado. Los delincuentes lo asaltaron, y distraído.

La ironía, pero también la ambigüedad definen a la gran literatura. El jefe de los maleantes parece tener sentimientos nobles. Es fuerte y valeroso, pero también respetado y querido. Ordena que devuelven todo lo que habían despojado a Sancho (el dueño de la despensa). Apoya sereno y sesudo a una engañada mujer que asesinó a su embustero novio. Este, al parecer, era inocente. Ambigüedad. La asesina hace mutis hacia un convento. Para expiar sus culpas y evitar la captura. 

Ya van los héroes. Antes fue enviado un mensajero a Barcelona. Roque, que acaba de obrar como un santo, tiene amigos en todas partes. Esperan al cuerdo y loco, y al fiel escudero.