Mi lectura del Quijote, segunda parte 57 y 58

Jorge Luis Contreras Molina

AltisidoraEstar inmóvil y cómodo se parece mucho a la muerte sin honra. Don Quijote añora la llanura. Su fuego lo mueve para que deje la sombra, y, en cambio, viva la única vida que merece ser vivida.

Van a Zaragoza. Con dinero. Con algunos sobresaltos amorosos. Inclusive una escaramuza entre el hidalgo y el duque.

Tenemos ocasión de escuchar el famoso discurso en el cual don Quijote hace apología de la Libertad. Desafía al viento con el anuncio de que la muerte es la posibilidad de la honra puesta como garantía ante la peligrosa empresa de la emancipación. El lector renace en cada línea. Hace suyo un eco de cuatrocientos años que lo invita a perder las cadenas. A desafiar.

Encuentran a ciertos transportadores (jaladores diría Asturias) de santos. Pequeñas estatuas cuyo descubrimiento dio pie a la demostración del vasto conocimiento que, en materia de ancestros ilustres y servidores de lo divino, posee el hidalgo.

Confirmamos que el valor de don Quijote no tiene limites. Audaz afirma que los augurios son solo hechos vacíos hijos de causas. Nada de voceros del porvenir. El destino se forja desde la decisión cotidiana.

Sancho no logra (o es simplicísimo o tiene déficit de atención) fijar su cabeza en discursos largos. No puede ni quiere filosofar en extenso. Cambia morboso hacia el affaire del amor y enamoramiento de cierta dama. El Caballero de la Triste Figura lo tiene claro: Altisidora es valiente y desinhibida en sus declaraciones porque ama al gigante hermoso que don Quijote lleva consigo.

Sancho está desconcertado. Feliz de la última aventura que fue de carácter virtual. Ni palos, ni penurias sufrieron los amigos. Pero, otra vez los encantadores. Redes verdes y raras se despliegan, según el caballero, para vengar su desconsideración hacia Altisidora enamorada.

Poco le importa al héroe que sean duras cadenas. Va a desbaratarlas como a suave bejuco. Aparecen dos jovencitas hermosas. Ambas han oído hablar de don Quijote. Lo admiran. Saben de Dulcinea. La valoran. Saben de Sancho. Lo escuchan.

No a la soberbia. Sí al agradecimiento. Respeto a la intención de obrar bien. Don Quijote pone, retador, a la ética y a la estética en su sitio.

Vienen los toros. Pasan los toros. El retador Quijote, y las bestias, y el escudero se ven arrasados. Molidos, contrariados, caídos. Nuestros héroes se rehacen y siguen su camino.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 55 y 56

Jorge Luis Contreras Molina

El revelador cincuenta y cinco nos muestra un mundo pequeño. Nos invita a entender que la Tierra es redonda y que nuestros actos se muerden la cola mientras nos alumbran las consecuencias de todas nuestras acciones buenas y, especialmente, malas.

Sancho también cae en una sima. Igual que el descenso mágico que don Quijote padeció hidalgamente en la de Montesinos. El otrora gobernador sufre por su suerte, prisionero en un hoyo que pareciera la tumba; lo agobian dos sentimientos: el recuerdo de su antigua vida de prominente funcionario, y, más, que su destino esté atado al de su asno que tan bien le ha servido. Le pesa que la muerte atrape también al inocente y fiel rucio. La amistad, como vemos, es uno de los grandes temas del Quijote.

El capítulo se cierra con el designio circular de que don Quijote está del otro lado de la caverna en la que ha caído Sancho. Así se encuentran los amigos y hacen el recuento de momentos gratos y tristes que han vivido en esta cortísima separación.

Sancho Panza y el burroAl duelo. Cosas de honor. Don Quijote está en el campo de batalla. La broma lleva a la lucha. Mil vecinos quieren circo. El hidalgo quiere honrar a la mujer burlada por el hombre mentiroso. No triunfan las lanzas. El ingenio y el amor son los señores del campo. El falso contendiente está enamorado de verdad. Decide declararse vencido para que la deshonrada mujer reciba el resarcimiento del altar. Todos en paz menos don Quijote y Sancho que quieren entender por qué los encantadores no los dejan en paz. Ya trocaron a Sansón Carrasco en caballero, a Dulcinea en campesina hombruna. Ahora convierten a un lacayo del duque en deshonesto ofensor. Hay un enemigo en cada sombra. Pero don Quijote sabe qué hacer con ellos.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 53 y 54

Jorge Luis Contreras Molina

QuijoteySanchoEs la hora de decir adiós . Sancho es llevado a la orilla. Con mala comida, con poco sueño, con grandes conflictos y pocos apoyos no puede más.

La broma final es un asalto a la sede de gobierno. El vestir ridículo es ahora una propiedad de Sancho. Hay batalla. Solo se tiene a sí mismo y a su rucio. Si don Quijote estuviera en la escena otro sería el destino de los malévolos asaltantes. Don Sancho parece ahora una tortuga gigante que gira para e2100vitar la muerte.

El gobernador se va. No lo pueden detener los llamados a la conciencia. La tiene limpia como un ángel. Llegó sin dinero y se marcha sin dinero. El mundo pudo tener noticia de que un gobierno limpio y transparente es posible.

El gobernador ha recuperado, con una decisión intempestiva, su libertad preciosa y largas horas añorada.

En el cincuenta y cuatro se asoma la amistad. Un respiro. Los muchos sufrimientos y pesares de dos amigos son compartidos y contados a la sombra de un recuerdo.

Un morisco de los exiliados viaja disfrazado de alemán. Intenta recuperar su tesoro escondido. Comen y beben los fugitivos. Uno huye de su condición de musulmán expulsado, el otro de la ínsula pesarosa.

Hay un instante para la charla franca. La camaradería es la moneda corriente. Se discuten los términos de una posible alianza. Nada. Sancho solo quiere llegar con su señor.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 51y 52

Jorge Luis Contreras Molina

Sancho y Don QuijoteCartas. El asombro de la vida. Riqueza y pobreza materiales y espirituales conviven en un gobierno desvirtuado por la broma, pero enderezado por un ingenio genuino muchas veces probado. Ante una paradoja solo cabe la humildad. Ante un dilema sin solución es más grande el triunfo celestial de la clemencia (que años más tarde coronaría, a manera de moraleja, la fábula de fray Matías de Cordova) y el triunfo de la vida.

Licurgo palidece ante la salomónica manera de legislar de Sancho. Norma y su legado viven aún hoy.

A don Quijote lo aburre la inmovilidad. Lo mueve su sentido de aventura. A punto está de irse cuando se lo enfrenta a grandes decisiones que, para él, son del todo naturales. Se apresta a un duelo. Se busca reparar el mancillado honor de una dama.

Los capítulos cincuenta y uno y cincuenta y dos muestran que los humanos somos hijos de la esperanza. Teresa espera remesas. Sanchita añora un marido. El criado equis está enamorado de una imagen apenas atisbada. Don Quijote anhela que Sancho gobierne rectamente. Sancho quiere un poco de comida para que acompañe sus periplos de regente que debe vandearse a dieta.

La burla empieza a ceder. No en su sentido formal porque nuestros héroes están sitiados por el escarnio. Sí lo hace en una línea práctica. Esto a causa del tino, desenvoltura, diligencia y don de mando que muestra Sancho, y el afecto, nobleza, valentía y sensatez que emanan del hidalgo.

 Hay tráfico de influencias. Los oportunistas hacen antesala. Los de doble cara tiran piedras con apenas tiempo para esconder una mano manchada de burla.

Sabemos que el héroe no puede ni podrá ser derrotado por encantador alguno ni por brazo bruto que salga de alguna tiniebla socarrona. Solo partirá a la desdicha de la cordura guiado por su propia hidalguía y decoro. Ya se menciona a los actores de la parte trágica de esta comedia magna.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 49 y 50

Jorge Luis Contreras Molina

Quijote49Sancho come, gobierna, ronda, se muestra rígido, hace una referencia a su rucio, e imparte justicia tan sabiamente que asombra hasta a los que saben la broma.

Ahora un jugador mezquino, más tarde un parásito que cree tener derecho al dinero de otros, y luego una mujer vestida de hombre.  El gobernador trabaja largas jornadas.

El viajero, mala planta, que frente a Sancho es presentado por sospechoso sirve a Cervantes para presentarnos, una vez más, el tema de la libertad. El capturado puede, incluso, ser puesto en la cárcel; pero solo él puede decidir si ahí duerme o no.

La doncella vestida de hombre es también una apología de la libertad. Sancho resume. Con pocas palabras se pudo entender que nadie puede negarle a otro la posibilidad de ver mundo y el placer de ver la vida de noche.

Del suceso y la impresión Sancho piensa que a futuro su hija puede casarse con el joven fugitivo que ha sido devuelto a la casa.

El cincuenta redondea la broma. Ahora un diligente siervo del duque viaja con la carta que el ahora gobernador dirigiera a su esposa. Va a donde Teresa. Le lleva obsequios de la duquesa. También otra misiva escrita deferentemente por la dama bromista.

El pueblo se revuelve. Unos creen, otros envidian. Como siempre conviven en las páginas quijotescas lo mejor y lo peor que los hombres podemos ser. Solo nos queda sonreír reflexivos ante tamaña invención. La fábula está montada.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 47 y 48

Jorge Luis Contreras Molina

Quixote_lindoLeer El Quijote es una experiencia salvadora. Te deja fuera de la vulgaridad de la imprecisión que conlleva la pobreza ética que es moneda corriente en estos y muchos otros tiempos.

La interfaz burlesca hace que algunos desatinados se queden en las afueras de un monumental testimonio de fe, de perseverancia y de ingenio para ser bueno.

Hay en los capítulos cuarenta y siete y cuarenta y ocho dos planos. En uno Sancho prosigue su gobierno. Esta vez el intento de almorzar se le vuelve un infierno. Resulta que toda comida le está prohibida. Todo disfrute del paladar le resulta ajeno. Además de que no es por carestía, pues todo lo tiene. Entonces la reflexión declina en la abstinencia que para los enfermos puestos a dieta es una condición de vida. La abundancia es una maldición para quien, por salud, debe decir no. Sancho no quiere negarse a comer, pero el universo que le crearon se burla de él una y mil veces. Casi renuncia.

Hay un doctor sabelotodo y un viajero inoportuno que acentúan lo mal que Sancho la está pasando.

Don Quijote (en el otro plano) intenta el celibato, el espíritu de monje. Pone tranca, deja la habitación oscura. El Diablo, por supuesto, logra colarse vestido de mujer. Y de mujer penitente con una historia larga que contar. Nada logra mover al hidalgo que sigue preso, porque quiere, del amor que ha creado y que alimenta con cada nuevo personaje que pretende trocarlo por la hojarasca del disfrute momentáneo.

Tal como dice en la breve descripción del cuarenta y ocho, los hechos que se describen pasarán (lo han hecho de sobra) a la eternidad.

El capítulo termina en desconcierto. Uno así como el de El beso de Chejov. Alguien ha entrado. Azota a la mujer que se confesaba con nuestro héroe. Pellizca y desenrolla al convaleciente hidalgo. Quizá más tarde sepamos quién es el encantador.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 45 y 46

Jorge Luis Contreras Molina

quijoteSor Juana Inés de la Cruz, la prodigiosa barroca experta en decir a para que parezca b, bien podría haber aprendido algunos juegos ingeniosos de palabras en las salomónicas tareas que emprende Sancho gobernador de la Barataria.

Los que no saben, pero también los que sí, ríen asombrados por las luces del escudero.  Es que lo ponen a prueba una y otra vez con la exposición de agudos conflictos entre vecinos. Es hora de reír. Intensamente. Como será de llorar cuando toque. Por ahora “don” Sancho nos regala un hermoso minuto para dejarnos claro cómo deberían ser nuestros gobernantes: sabios, humildes, pródigos para dar, diligentes, laboriosos…

Mientras el escudero gobierna, don Quijote sufre. Acecha el formidable enemigo hecho, primero, mujer insinuante, y luego encantador gatuno.

Como tantas veces se recalca en El principito, para que no olvidemos se repiten las líneas aquellas del amor invencible que el hidalgo decidiera depositar en su Dulcinea, los dobleces de los moralmente pobres que tienen la ligereza de pensar que están humillando al hidalgo. Mientras lo hacen pasar malos ratos llenos de burlas y vejámenes, el hombre no se dobla. Su ética no está en venta. Su honor es la piedra de toque para todos los tiempos, no solo para los sonrientes y bonachones.

Un hombre, en el centro de un corro de burla, con un gato enquistado en su nariz tiene tanta dignidad que inunda todo el escenario sin que quede espacio para la insana manera de ser de los que ríen pensando que dominan la situación.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 42-44

Jorge Luis Contreras Molina

don-quijote-leyendo-libros-de-caballerc3adasConsejos para el alma, consejos para el cuerpo. Como toda buena literatura, el Quijote no moraliza. Al menos no directamente. Estamos al inicio de uno de los pasajes más famosos. Sancho está a un paso de ser el gobernante de una ínsula. Cosas de duques bromistas. La parodia caballeresca capturó, gigante, a Cervantes quien no es más el creador de esta historia; porque se ha vuelto su primer y más respetado seguidor.

Sancho nos arranca una risa reflexiva. Afirma que mientras volaba sobre Clavileño, el caballo de madera, vio la insignificancia de la humanidad. Luego no quiere gobernar nada terrenal. Aunque fuere un pedacito de cielo, afirma. Nada de gobernar fragmentos de cielo. Se le prometió gobierno de ínsula y solo eso estará disponible.

Don Quijote quiere cuidar el alma de su amigo y le pide que gobierne con honor, con humildad, valientemente, con sabiduría. Además lo invita a tener un cuerpo limpio, sano, estandarte de buenas costumbres.

La gran obra no puede menos que parodiar sobre sí misma. Cervantes juega con la pasión que Sancho nos ha manifestado por los refranes. El hidalgo le intenta hablar de los beneficios del lenguaje directo o del silencio sabio como sustitutos del refranero descompuesto e impertinente.

Sancho ni sabe leer ni tiene buena memoria para guardar consejos. Entonces el hidalgo le escribe el decálogo para que algún sirviente del gobernador se lo lea. El instructivo cae en manos del duque. Una vez más se admiran los bromistas esposos de la cordura de este hombre impresionante que parece todo menos un desquiciado. Lúcido hasta los extremos, siempre que esos extremos no sean la mención de asuntos de caballeros. Entonces surge el héroe invencible perseguido por encantadores y subyugado por una figura difusa de mujer que en alguna parte espera.

Don Quijote es vulnerable. Está sin escudero. Ningún ofrecimiento puede quitarle del sol que es su Dulcinea. Prefiere la soledad. Ahí es presa de mujeres que hablan de un enamoramiento hacia el hidalgo que entiende su condición de caballero como una maldición. Las mujeres lo ven y lo quieren conquistar. Broma. Hoy sabemos que cualquiera que se encuentre con las líneas quijotescas lo querría conquistar para tener algo de Quijote.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 37-41

Jorge Luis Contreras M.

QuijoteLa broma continúa. Quijote y escudero son arrastrados hacia la vorágine de un caballo que aparenta volar. El corcel es de madera. Sancho habría querido no ir, pero lo convenció el ímpetu del hidalgo que no está dispuesto a dejar a ninguna mujer abandonada a la suerte de encantamientos y merlines cínicos.

Los condes fabricaron una Aventura memorable. Montaron un teatro de ensueño. Fueron capaces de transportar a los heroes a tiempos y espacios lejanos. El futuro gobernador quiso descifrar el asunto, pero su ambición lo encerró. Don Quijote está cegado desde hace mucho tiempo por un honor que funciona como piedra de toque.

Hay mujeres barbudas, hay historias lejanas de amores malogrados, hay maldiciones que solo se pueden deshacer si hay valor para vendarse los ojos e ir hacia lo desconocido.

El ingenioso hidalgo, crédulo noble, sigue su instinto. Nos inspira. Nos bendice con su extrema valentía y arrojo.

Hay que tomar partido. Quedarse al margen, “inmóvil al borde del camino“, o subir al caballo que promote la aventura incierta. El motivo es el de siempre, sembrar la vida de valores eternos que no pueden comprarse con pesos ni pueden heredarse con nombramientos estériles.

Ríen los asistentes al teatro ignominioso. No importa. Don Quijote ha cumplido su deber y ha vuelto.

Miente Sancho. Dice que vio maravillas mientras consiguió una rendija en su vendaje. Don Quijote sabe que miente. A menos, claro, que sea capaz de creer que lo increíble también ocurrió en la Cueva de Montesinos.

La única forma de traer al loco de vuelta consiste en que los mortales y comunes cuerdos vivan el mundo de la caballería. Desde ahí pueden vencer al de la triste figura.

Sábado de gloria: día de Judas

 

Mario Rodolfo Morales (*)

judasEra sábado de gloria. Ese día hicimos, Romelio y yo, romería desde San Felipe de Jesús hasta el Parque Central. Con curiosidad y socarrona alegría observamos los judas colgados de los postes de madera, que entonces solían usarse, para alumbrado eléctrico, a la orilla de la carretera. Eran unos judas estrafalarios, que se iniciaban con unos sombreros de fieltro, sombríos de media copa y enguatados de satín. La cabeza consistía en una pantimedia de mujer, canela oscura, rellena con aserrín. Un bigote espeso sobresalía en el rostro del judas, y una mirada perdida desdibujaba el intríngulis de los vecinos que apedreaban al judas colgado de una soga, quizás robada de algún tendedero que luego alguna ama de casa reclamaría. Completaba al estrambótico personaje un saco viejo y roto, y unos pantalones, también rellenos de aserrín, que colgados parecían dos salchichones, que remataban en sendos zapatos, viejos y desgastados, que bailaban por el aire a cada pedrada que los chiquillos le lanzaban con vehemente puntería.

Pero lo que más nos llamaba la atención era el afiche pegado a la espalda del judas, que insinuaba las consabidas puyas dirigida a los vecinos que habitaban los alrededores, a quienes señalaban de groseros, malgestos, e iracundos, especialmente con los patojos a los que regañaban durante todo el año cuando estos se ponían a hacer travesuras por las vecindades. Esta era la hora de la venganza, la del “a todo coche le llega su sábado” con la cual disfrutaba la muchachada vecinal.

Cuando llegamos al Manchén, ya nos esperaba, atroz, Bényamin, el Atila de los insulsos de corazón. Sus chantajes, para el sábado de gloria se arreciaban para el nuevo amigo que se unía a la banda. Arreciaban precisamente ese día, que, para Bényamin, parecía ofrecerle disculpas al escarnio, a la chanza, a la burla, a la humillación. ¿La banda?, éramos los de siempre, pero nunca faltaba algún ingenuo que se nos uniera, sin saber a qué atenerse. Ese era el chivo expiatorio, el judas traicionero, al que martirizaba todo el día nuestro enjundioso Bényamin. Esa vez le tocó a Maco, a quien conocí por primera vez ese sábado de gloria. Con aquel calor endemoniado, de pleno verano, Maco exhibía una gorra nueva que le calaba hasta los ojos. En un descuido Bényamin se apoderó de ella y corrió hacia el judas que ya casi a medio caer, se mecía a medio metro del empedrado. Todos rieron a carcajadas, al ver al judas caído, con la gorra medio puesta en la cabeza, ya sin rostro, sin expresión alguna, destripado a fuerza de tanta pedrada.

En la primera intentona, Maco retrocedió sin comprender el ataque directo de que fuera objeto por parte de Bényamin, a quien apenas conocía por su nombre. Amedrentado no estaba. Avispado debía ponerse. No preguntó nada. Solo esperó el próximo ataque, sin demostrarlo, ni siquiera agazapado.

El sol lamía las piedras grises de la calle que lleva a la Merced. Ya Bényamin preparaba la trampa a su prójimo. Muy próximo a la fuente, en la plazoleta atiborrada de gente, que soslaya al frontispicio de la iglesia, yacía otro judas, más energúmeno nos parecía, tuerto, manco, pisoteado con furia, aplastado hasta la inmoralidad, este Iscariote, calumniado, de quien nadie supo si era alto o bajo, gordo o flaco, rubio o negro, embozado o desembozado se convirtió en el proyecto de la disidencia de nuestro querido Bényamin, el más pequeño entre nosotros, el perdonado, a quien le aceptábamos sus más conspicuas hazañas, a costillas de nuestros más genuinos dolores, porque él también era un dolor en carne propia, en su efigie truncada, en su cabeza de cíclope, en sus lastimeros llantos nocturnos, que a mí como su hermano, tocábame vivir.

Las risas saltaron con desquite del rostro, hasta hace poco indiferente, de Maco, eran risas que decían que este judas era el idéntico reflejo de nuestro Bényamin. En principio quedé como estatua de hielo, con pies de plomo, con una carga en los hombros que no soportaba. El llanto fluyó, como un río escandaloso. Dentro de la fuente, casi ahogándose, pataleaba Bényamin. Unos turistas, con lástima que en verdad lastima, sacaron al pequeño Iscariote del agua, quien se defendía a manotazos de sus salvadores. Nadie dijo nada, el muchacho temblaba de frío en pleno verano de abril. Callados nos dispersamos. Secretamente sé que esto lo hubiera querido hacer yo, hace mucho tiempo atrás. Marcos resultó un rocadura, casi la piedra filosofal, la transmutación de las joyitas que como Bényamin, andaban a la deriva en espera de la horma de sus zapatos. Así que después de ser una garrapata entre los dedos, un blanquillo entre los más cojonudos, tuvo que abdicar a su reinado, y sufrir como un judas en pleno, llano y rotundo sábado de gloria.

 

(*) Mario Rodolfo Morales Morales es alumno del Diplomado en Lingüística Española. Preparó esta narración para ejemplificar el uso de sinónimos, antónimos, parónimos, homónimos, homófonos y otros aspectos semánticos del idioma.