El amor en los tiempos de revolución

Rodrigo Fernández Ordóñez

Pocas veces en la historia se tiene la suerte de poder indagar en el alma de sus forjadores. En las cartas que Bolívar le escribió a Manuela Saenz, por ejemplo, compiladas por Víctor Paz Otero y editadas por Villegas Editores (La agonía Erótica, Colombia, 2006), se asoma la humanidad, las obsesiones y debilidades del hombre que con su liderazgo dirigió la guerra que llevaría a la independencia a la mayor parte del vasto continente de América del Sur. Sin embargo, de este placer de viaje introspectivo nos privó Martha Washington cuando a la muerte de su esposo George, decidió quemar toda su correspondencia, cerrando toda posibilidad al resto de los mortales de podernos asomar a la mente y al alma del gran dirigente político y arquitecto de la independencia estadounidense. Afortunadamente más conscientes de su relevante papel histórico, los esposos Adams (John y Abigail) nos legaron una colección de más de 1,200 cartas que se intercambiaron durante sus casi cincuenta años de vida matrimonial. En esa colección de misivas se encuentran desde los sueños de juventud del ambicioso abogado John, hasta quejas de abandono de su inteligente esposa Abigail durante los años en que su marido fue enviado a Europa a consolidar la independencia de las trece colonias de Norteamérica.

Esta colección de cartas ha levantado desde siempre mucha curiosidad y ha visto múltiples ediciones (como la lujosa hecha por la prestigiosa Library of America), no sólo por provenir de uno de los próceres de la independencia estadounidense sino porque su esposa Abigail no fue solamente su esposa. Abigail Adams fue su confidente, su consejera, su asesora en determinados temas políticos y su más aguda editora. Adams sometió todos sus escritos (cosa admirable en un pensador del siglo XVIII) a los ojos escrutadores de su esposa, quien los recortaba, corregía y hasta reescribía cuando sus largas parrafadas le parecían demasiado cargadas para ser comprendidas por los hombres simples.

De esta interesante e inigualable relación se ocupa el historiador Joseph J. Ellis en su más reciente libro First Family (Alfred Knopf, New York: 2010), en el que en forma amena aborda la biografía de este matrimonio desde la perspectiva de las cartas que ambos intercambiaron, entretejiéndolas con el imponente trasfondo de la lucha de las trece colonias por independizarse de Inglaterra y una vez fundada la República, se extiende hasta la presidencia misma de Adams. Ellis ya había abordado en forma más o menos desarrollada la historia de este matrimonio en dos capítulos de su imprescindible Founding Brothers (Alfred Knopf, New York: 2000), con el que ganaría el Premio Pulitzer, pero en esta nueva obra disecciona con todo detalle la vida intelectual de la pareja Adams.

En esas cartas se asoma sobre todo la desarmante humanidad de Abigail, quien antes de casarse con el cerebral John le pide en una carta: “and tell me all my faults, both of omission and commission, and all the evil you either know or think of me”, a lo que su novio contestaría en tono de burla que ella era negligente jugando cartas, no sabía cantar, se sentaba con las piernas cruzadas y leía demasiado, y Abigail le contesta en tono despreocupado que muchos de esos defectos no tenían cura, sobre todo el de la lectura, proviniendo de una mujer autodidacta en gran medida y en cuanto al asunto de su forma de sentarse le contesta, contundente, aunque podemos presumir una sonrisa contenida: “a gentleman has no business to concern himself with the leggs of a lady.” Otro ejemplo de la intimidad que nos ofrecen sus cartas nos lo ofrece durante los preparativos de su boda. Narra Ellis: “In her last letter to John before the wedding, Abigail asked him to take all her belongings, which she was forwarding in a cart to their new home in Braintree. ‘And then Sir, if you please’, she concluded, ‘you may take me’”.

John, por su parte, no se queda atrás en la desarmante humanidad con se dibuja en sus cartas, a salvo en la supuesta intimidad que le ofrecía el papel: “Vanity I am sensible, is my cardinal folly, and I am in constant Danger, when in company, of being led a ignus fatuus by it without the strictest caution and watchfulness over my self”, y añade más adelante, abriendo de par en par su corazón: “to shew my own importance or superiority, by remarking the Foibles, Vices, or Inferiority of others…” John Adams, cuya pluma y lengua eran las más afiladas de la camarilla de próceres, comparables únicamente con las del intrigante de John Hamilton, buscaba tanto la gloria y el reconocimiento de sus pares que invariablemente conseguía que lo rechazaran y se burlaran de él, tal y como lo haría Benjamín Franklin cuando compartieron destino en Francia y quien escribiera: “…aunque [Adams] es un hombre honesto y vive acorde a sus ideales, a veces pareciera no estar del todo en sus cabales…”

Para fortuna de Adams, sus ambiciones y sueños de grandeza coincidieron de forma milagrosa con el momento histórico que le tocó vivir. Por su fama de hombre justo y honesto es electo para ser miembro del Congreso Continental, por lo que abandona su apacible hogar de Boston y el aire puro de su granja de Braintree (en las afueras de Boston), para empeñarse en la independencia de las trece colonias. Necesario es apuntar que de todos los delegados al Congreso Continental tan sólo Adams tenía desde el principio de sus sesiones, la absoluta convicción de la necesidad de independencia de los territorios británicos en América, por considerar que existía una absoluta incompatibilidad de las tradiciones constitucionales entre ambas orillas del Atlántico. De esta convicción saldrían importantes escritos para la historia del pensamiento político, como su estudio de la historia constitucional británica y una entrega casi fanática a la causa. Entre reunión y reunión a Adams le da tiempo de sentir nostalgia del hogar: “I wish myself at Braintree. This wandering itinerating life grows more and more disagreeable with me. I want to see my Wife and children every day (…) My Fancy runs about you perpetually. It is continually with you, and our little prattling Nabby, Johnny, Charley, and Tommy. We walk all together up Penn’s Hill, over the bridge to the Plain, down to the Garden, &c every Day…” En otro arranque de sinceridad y nostalgia, le escribe desde Filadelfia: “I must entreat you, my dear Partner in all the Joys and Sorrows, Prosperity and Adversity of my Life, to take a Part with me in the Struggle.” Abigail, por otra parte, se muestra amorosa en sus cartas: “Adieu my Dearest Friend, and always believe me unalterably yours”. Llama la atención que Adams, el consumado orador y defensor a ultranza de la independencia está plenamente consciente de sus limitaciones intelectuales, aunque no nos deja de sorprender que se desnude ante su esposa, considerando que sucedió hace dos siglos: “If I could write as well as you, it would be so, but, upon my Word, I cannot”, línea que constituye un reconocimiento sincero a las dotes intelectuales de su esposa, que por otra parte, también se escribió de forma intermitente con otro grande de la historia estadounidense: Thomas Jefferson, a quien se permitía corregir en temas políticos sensibles, como la dolorosa cuestión de la esclavitud en las colonias del Sur.

Cabe mencionar que Abigail, (autodidacta según su propia confesión), debatía las ideas políticas tanto de su marido como las propias del Congreso Continental, incluso asesoraba a su esposo en materia de política feminista como cuando le aconseja: “But you must remember that arbitrary power is like most other things that are very hard, and notwithstanding all your wise laws and maxims, we have it in our power, not only to free ourselves, but to subdue our masters, and, without violence, throw your natural and legal authority at your feet”, eran momentos en los que Adams trataba de convencer al Congreso Continental de la necesidad de proclamar la independencia, por eso, él le urge a que tenga paciencia, que el momento de la libertad política de las mujeres llegará cuando se declare independencia. Al respecto de la delicada posición de Adams, nos aclara Ellis: “…John’s highest priority at the public level was to create a consensus for American independence. That effort needed to take precedence, because if it failed, all the other reforms would prove meaningless…”

Su intercambio de cartas tiene espacio también para fijar sus posturas políticas, como cuando Adams le comenta a su esposa el borrador de la Constitución en el que ha estado trabajando. “The body politic is formed by a voluntary association of individuals. It is a social compact, by which the citizens unite with the whole people, that all may be governed by certain laws for the common good”, de esta cuenta Adams opina que el nombre que debe dársele a tal acuerdo no es el de Estado, que también puede aplicarse a las monarquías o a las repúblicas, sino más bien el de commonwealth, concepto puramente anglosajón, que debería aplicarse en consecuencia, (y aquí radica la grandeza del pensamiento político de Adams), únicamente a aquél gobierno en el que el pueblo es el que ejerce la soberanía.

Por último, para ir concluyendo en las alabanzas para un libro tan certero y tan bien escrito, quiero mencionar una de esas frases que hacen de Adams el líder político más importante de su generación, y que corresponde al momento en que le es comunicada su elección como segundo presidente de los Estados Unidos. Al recibir la noticia le escribe a Abigail rogándole que se traslade con él a Washington, la recién construida capital del país porque necesita tener cerca a su más cercana asesora y porque: “I can do nothing, without you”.

El libro de Ellis es, en resumen, uno de esos imprescindibles para quien pretenda entender no sólo el proceso de independencia de los Estados Unidos y su consolidación como República Federal, sino de la altura del pensamiento de quienes la forjaron, personas admirables como Hamilton, Jay, Jefferson o el mismo Washington, hombres que envidiaron y soñaron, que lloraron y extrañaron la compañía femenina, dentro de los que despunta esta incomparable relación del matrimonio Adams, de quienes extrañamos un monumento cuando sus compatriotas se pasean por la larga extensión del Mall de su capital federal.

El libro: Ellis, Joseph J. First Family. Abigail & John Adams. Alfred Knopf, New York, 2010.

Un pensamiento en “El amor en los tiempos de revolución

  1. Interesane relato no sólo del romance entre Abigail y John Adams pero también de la influencia qut tuvo esta mujer sobre su esposo y por consiguiente en la independencia de Los Estados Unidos. Otra prueba más de que aunque muchas veces las mujeres pasan desapercibidas, siempre hay una detrás de un gran hombre.

    Excelente reseña.

    Saludos

Responder a ana la americana Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *