El Quijote, anotaciones de un lector 16

Jorge Luis Contreras

Capítulos 42, 43 y 44

Don Quijote sigue en la venta.  Su brazo está prisionero, mientras cuelga malamente anclado al rucio.  Sabe perseverar, aunque llora un poco pensando en la falta que al mundo le hará si muere ahí vigilante llamando a Sancho y pensando en su Dulcinea.

Más del pasado.  El barbero a quien se le despojó del yelmo que, por supuesto, solo es tal para el hidalgo, ha vuelto y ha reconocido a los bandidos. Alrededor de este hecho se teje una broma de la que participan los huéspedes.

El mundo de don Quijote permanece impertérrito.  Entran y salen de él los otros, los que no logran entender.  Unos llegan al círculo por convencimiento (momentáneo), como Sancho; algunos por erradas convicciones, como el barbero y el cura que quieren rescatar al héroe, otros por pasar un rato de risa y burla.  El universo quijotesco subyuga, absorbe, ennoblece, hace suspirar, provoca ira, inspira.  Nadie puede quedar ajeno.

Todos los demás (que ya son muchos) tienen su propio encuentro con el pasado.  Historias paralelas cuasicursis. Unos en la broma, otros agonizando de amor, cerca de la locura, disfrazados de pastores, cantantes de tristezas, misioneros prosaicos, y, hasta, funcionarios que tienen un destino en las Américas. Hay –diría Isabel- amor y sombra.