Mi lectura del Quijote, segunda parte

Jorge Luis Contreras

Capítulo 1

El principio de identidad se hace patente al leer el capítulo uno de la segunda parte del Quijote.  A la manera que propusiera Bloom (malas, así como fuertes lecturas) sigo con aire renovado la carismática tarea de asir al hidalgo en todas las facetas de su extraordinaria personalidad.  Quijote es igual a Quijote aunque en medio estén la desaprobación y la falsa tarea salvadora que proviene de espíritus chatos.

El héroe ha vuelto.  Cuando se le habla de trivialidades se lo ve cuerdo, pero no acepta historias cuando tiene que acudir al ser íntimo de su condición de caballero andante deshacedor de entuertos y salvador de desvalidas doncellas.

La sobrina, el barbero y el cura son, otra vez, la decoración insana de un mundo estático, gris, retorcido que, hincado, pretende persuadir al de la triste figura para que deje de ser.

Los redentores se escandalizan.  Don Quijote sabe que vive y morirá caballero con Dios de testigo aunque el barbero cuente moralizantes relatos de locos que fingen cordura.

Puesto que todo tiempo pasado fue mejor, don Quijote aboga por un reino que valore a sus andantes caballeros y los tenga como su reserva de invencibles.  Ante los detractores de la caballería pone su testimonio.  Él ha visto al Amadís de Gaula que valiente y corajudo era el más sensible y mesurado de los hombres.  Sabe que Roldán fue traicionado por Angélica porque esta era frívola aunque su hermosura fuera cantada por el mismo Lope.

El mundo de Heráclito corre como el río que no nos da las mismas aguas dos veces.  Pero, firme y claro está don Quijote para saludar a Parménides y ser la reserva moral de tiempos difíciles.