La gran literatura. Una voz barroca para decirlo.

Jorge Luis Contreras Molina

book-sculpture-01Conmovido en su condición de hombre, el lector que sabe de desvelos aparentemente estériles y de lágrimas arrancadas por entrañables desconocidos remotos en tiempo y espacio, se acerca a la gran literatura con su vitalidad humana como prenda.  Asombrado descubre que su llanto y su risa aún viven en la rendija fértil del filón de sí que no ha entregado a la vulgaridad chusca del entretenimiento chato.  Se descubre privilegiado mientras esconde su tesoro de lectura con la pasión estética del ser verdadero descombrado por la poética voz del creador distante dueño ahora del minuto místico de la vivencia plena.

Hay palabras que en los grandes libros se parecen a las del día a día pero se arraigan en el alma por virtud de la cadena de signos contundentes dispuestos de esa manera tan ajena al minuto cotidiano.

Es necesario abundar respecto del efecto contundente que la gran literatura ejerce en el espíritu del lector.  No proviene del valor per se del tema.  Joyce nos demostró magistral que un día trivial puede hacerse trascender.  El secreto está en la juntura de las palabras.  En la cadencia.  En el movimiento sutil esquivo que se desliza perplejo por las pautas de magia que van y vienen del mundo al universo creado.

El arte a través de la palabra no persigue enseñar; pero logra experiencias señeras de aprendizajes que sin pretensiones ampulosas calan en el ser lector.

La literatura es la invención ambigua de un mundo lleno de evocaciones que van, uno a uno, animando reflejos dormidos, caras conquistas, efervescencias viejas y nuevas… reminiscencias.

La gran literatura descontamina el sopor de una tarde, casi noche, de ruina y desleal abandono de aquello que realmente vale. Leer es vivir.  Cuando se nombran las voces eternas de quijotes y rampantes barones se está en goce vital.

Poco hay de moralizante en la literatura; pero el sino lector atisba el mal supremo y el bien mayor amalgamados en seres complejos que sin el ruido de lo superfluo anuncian su miseria y su grandeza para provocar hondas reflexiones éticas.

Por ambigua a la gran literatura se la puede transitar en sentidos diversos, en canales que hacen posible mil lecturas.  Por irónica, se burla finamente de nuestros prejuicios más acendrados con giros magistrales para lograr que la experiencia lectora se vuelva única y profundamente significativa.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 31 y 32

Jorge Luis Contreras Molina

cr069100Oscuras intenciones tiene el duque.  En el teatro de las vidas que este noble gobierna hay lugar para los tonos cómicos. Él miente y juega a saber quién don Quijote es.  Lejos está de la verdad que su velo de broma esconde.  El hidalgo se sintió caballero por vez primera.  Esto en cuanto al ambiente que le había sido ajeno, lejano, incomprensiblemente hostil.  Ahora lo sirven y lo tratan como el gran andante que es.  Sancho, la duquesa, los sirvientes, el castillo… son peones del intento de captura que realiza el señor feudal.

Platónico continente hacedor de bienes, hombre de caros principios, imagen del soñador que ve más allá… don Quijote ha dado discurso.  Tiembla de pasión y yo siento que el desalmado vaivén de un encantador inyector de perezas ha logrado quitarme esa voz temblorosa del joven salvaje, rebelde luchador, infatigable buscador de las causas perdidas.  Así que, con los ojos cerrados empuño la mano derecha y acompaño a Quijano en su ademán airoso.  Ese que espanta al eclesiástico.

El duque va más allá.  Ahora pide permiso a don Quijote para cumplir la promesa de gobierno insular a un impresionado Sancho.

Don Quijote no puede ser afrentado ni por niños, ni por mujeres, ni por curas. Hasta las doncellas quieren participar.  Hay géneros picarescos desdoblados en raras ceremonias.

Don Quijote reafirma el vínculo que con Dulcinea tiene.  Ni Cicerón ni Demóstenes son más que el hidalgo.  La lleva en el corazón tristemente porque la lleva encantada y fea.

Nada en don Quijote es ordinario. Aunque ha sido encantado y mil veces herido; nada puede dañarlo.  Entonces los encantadores van en contra de sus querencias.  Atacan a Dulcinea y con eso le quitan el alma y lo vuelven triste.

El simple Sancho tiene agudezas que desconciertan. Sancho casi se ha dado cuenta de que les montaron un teatro insolente.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 30

Jorge Luis Contreras Molina

 

Fotos_de_don_quijote_de_la_mancha_1276051231Risa inicia con “r” de reflexión. Mientras se lee este hito de las letras universales, se puede pensar en la naturaleza humana. Se puede confirmar que nada de moralista había en las intenciones de Cervantes. No tiene reparos en darnos una escena de traición, o al menos de ligereza y cierta cobardía por parte de don Quijote.  Se fugó de la escena de guerra sin importarle que ahí estuviera, emproblemado, Sancho. Pero, sin dudas, cuando busco el ideal de hombre que me gustaría alcanzar, doy saltos y me empino para intentar asir la grandeza del hidalgo, su prestancia, su solvencia, su solicitud, su equidad, su locura.  Enfilarse hacia la creación de un destino trascendental es para Quijotes, es para noblezas que no vienen de la sangre, se construyen tras una decisión.

Ahora el hidalgo topa con una reedición de sí mismo.  Una cazadora, duquesa gallarda, encarna el ideal de nobleza digna de ser servida por el Quijote.  Los nobles saben, han leído, de las aventuras del Quijote.

Trascender queremos todos.  Aquel profesor mío que ya nos ha dejado decía que por eso llamábamos con nuestro nombre al primer hijo.  Trascender quiere don Quijote, pero a través de acciones heroicas donde empeñe, incluso, la vida.  Trascender quiere Sancho al cobijo de su señor.

Ya van al castillo.  Los duques saben del caballero.  Sancho no se ha cansado de decir refranes.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 15

Jorge Luis Contreras

elQuijoteFalló el conjunto de intenciones buenas que en complot infame querían vencer al hidalgo y, en virtud de su código vertical, volverlo a su casa en calidad de preso a merced del mandato de un caballero oscuro inventado para la empresa.

El formidable complot se formuló en el instante mismo en el que Sansón animó a Quijano a seguir sus andanzas.  El razonamiento era simple: sosegar a un don Quijote que vencido aceptaría estar a merced del triunfador de una justa de caballería en la cual el hidalgo nunca podría ganar.  Pero ganó, y al hacerlo se ganó un enemigo de verdad.  Uno más formidable que la inquisición que a ratos se asoma.  Uno dolido por una derrota que por impensable le resulta más difícil de sufrir.

Carrasco despide a su falso escudero y, falso como es, se queda urdiendo una manera nueva de moler a golpes al hidalgo para, secundario fin, llevarlo a casa mientras se consuma una venganza de la que los dos locos compañeros de camino no tienen ni remota noticia.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 14

Jorge Luis Contreras

quijote_sanchoSustos y consolidaciones. Indignado el Hidalgo ha tenido que sufrir la afrenta de la ligereza con la que el atrevido Señor de los Espejos llamó inferior a su Dulcinea.

Solo queda luchar.  Se azuzan caballos escuálidos que son llevados al límite para que den, en el caso de Rocinante, la única carrera de su vida sedentaria. Aviadas, carreras, estorbos, equívocos, honor. Sancho, medroso; el escudero del de los Espejos, feo y provocador.

Ya arrancan, ya paran los contendientes para auxiliar al gordito y para provocar al destino y signar la derrota del histrión.

El Señor de los Espejos no vio venir el castigo de su embuste.  Un mazazo, un tren, un toro, un género de aplanadora lo desvaneció sin que pudiera invocar ni piedad ni leyes caballerescas.

Sansón disfrazado ha hecho su primer intento.  Ha querido retornar a Quijano.  Esta vez falló y casi muere a manos del Quijote que piensa en los eternos encantadores.

Sancho es más Quijote cada vez.  Imagino a Sansón Carrasco lívido en el suelo de la derrota, y la voz del escudero que sin remilgo alguno baja el pulgar solo para que el número de enemigos imaginarios de su amo se reduzca en una unidad.  Sus ojos de Sancho vieron para otro lado.

La pírrica victoria resuena aun en las cabezas de la singular pareja que enfila hacia Zaragoza.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 12

Jorge Luis Contreras

DonQuijoteEl teatro es solo una representación.  Sancho vive, y en ese sentido es una extensión de don Quijote y su incuestionable vitalidad. Y es que el escudero ha visto que los collares y adornos de los actores eran tan falsos como un billete de quince quetzales. Hay que explicar el punto.  Didáctico el señor instruye al siervo.

Y si Dulcinea sigue embrujada. Y si solo simples como Sancho pueden ver su sin igual belleza. Y si los enviados penitentes no logran dar con ella cuando don Quijote los venza y los designe para mostrarle respeto y admiración a la dama… ¡Ah! El mundo de los sueños es un laberinto complicado de ver y no ver, de ser y parecer, de embrujos y malicias.

Se cuela por una rendija el Cervantes crítico, académico, teórico, y hace alusiones veladas a su propia producción teatral.  El pretexto es el extraño encuentro con la carreta de la muerte que terminó a la mala con el hidalgo afrentado y el escudero puesto en evidencia.

Ósmosis ha sido para Sancho el tiempo que han aventurado los amigos.  Ya hasta habla bien.  Ya hasta ironiza con alusiones a cierto abono orgánico que es un símil de las enseñanzas del hidalgo y que ha hecho florecer el mundo de las ideas del ingenuo escudero.

Pero el bosque guarda un secreto. Así como el desierto del Principito esconde el pozo. Hay un igual. Hay un quejoso caballero andante que sufre. Que tiene escudero. Que tiene dama. Que honra a su señora mientras la pone por encima de todas las demás.  Eso incluye a Dulcinea.  Eso hace que el resorte del amor levante a Quijano y lo ponga en guardia.

Dos diálogos ocurren paralelos.  Los dos señores en el filón hidalgo.  Los dos escuderos en un festín de dichos y anécdotas.

Hay en el aire un reflejo peligroso para nuestro héroe.

El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince

Jorge Luis Contreras Molina

La enternecedora apología que nos entrega Héctor Abad Faciolince deja una noticia en el alma. La de un padre digno que ha impregnado de alegría su mundo y especialmente a su hijo que brinda el panegírico tierno que habla mil veces del médico muerto en una Colombia incendiada por la violencia insensata.

Tal como hiciera García Márquez en su Crónica, Héctor Abad nos cuenta, de entrada, el final.  Así le queda limpio el terreno para escribir un encomio cargado de nostalgia desbordada, casi atropellada.

El olvido que seremos es una novela sencilla, sin saltos temporales ni experimentos narrativos; es la oda a un hombre signado por la tragedia que le arrancó al destino destellos de bondad y coraje.

Las dos muertes que se cuentan en el relato han puesto en evidencia a un contador cuya existencia aparece cortada, ajena, pueril, cobarde, distante, informe, incompleta… triste.

Aunque no tiene ironías ingeniosas, ni ambigüedades, ni subterfugios, es gran literatura porque conmueve e intranquiliza mientras se nos refleja de una intertextualidad tajante y directa pues de colofón giran Borges y Manrique para que podamos conmovernos con sus elegías lejanas que Héctor Abad nos pone enfrente, en el pecho, del lado del corazón.