Rodin, a través de Rilke

Magalí Villacorta de Castillo (*)

Imagen publicada en el blog "A year with Rilke" http://1.bp.blogspot.com/-QQmvqvWMFn4/TrgHJLQnWeI/AAAAAAAARiM/V-Z1hG3O7tk/s400/Rilke+%2526+Rodin.jpg

Rilke y Auguste Rodin en Meudon. Fotógrafo desconocido. Imagen publicada en el blog “A year with Rilke”, http://bit.ly/1uisp2s

La influencia que Rodin ejerció sobre Rilke fue decisiva en su evolución, desde el momento en que el profesor Richard Müther de la Universidad de Breslau le pidió a Rilke que hiciera un trabajo sobre el gran escultor. El encuentro de esas dos grandes figuras del arte, probablemente las más grandes en su rama, significó para ambos un punto de enriquecimiento personal mutuo.

Podemos comprender que la diferencia de edad entre ellos fue un factor determinante para que el gran escultor, ya un hombre en la madurez de su vida, cargado de experiencias, tanto positivas como negativas, influyera en la personalidad del joven poeta, aunque ya en su corta vida este hubiese publicado varios libros que le habían dado cierto prestigio.

Rilke hablaba de él como “mi Maestro” –este era un joven de 27 años y Rodin tenía más de 60–, en una de sus cartas escribió: “No fue solo para escribir un estudio que vine hacia usted. Llegué para preguntarle: ¿Cómo se debe vivir? Y usted respondió: trabajando.  Lo comprendo.  Bien comprendo que trabajar es vivir sin morir”.[1]

Rodin opinaba que en la vida era necesario trabajar, nada más que trabajar, buscarse hasta encontrar un medio de expresión personal, y luego trabajar y tener paciencia.

En otra de sus cartas mencionaba los milagros de las manos de Rodin y los de su vida como una riqueza que perduraría en él para siempre.  Su influencia estaría con Rilke  en cada trabajo que habría de realizar: “Espero que podrá reconocer cómo su obra y su ejemplo me han obligado a progresos definitivos; si un día se me nombra entre los que han seguido humildemente a la naturaleza, será porque yo fui, de todo corazón, su discípulo obediente y convencido”.[2]

Aunque la relación personal entre los dos artistas, durante el tiempo en que Rilke fue secretario de Rodin, no duró mucho, Rilke aprendió del escultor a tener una actitud permanente de entrega al arte, un deseo de buscar siempre la grandeza que las cosas más pequeñas encierran.  Rilke repetía el pensamiento formulado por Rodin, la belleza no es un punto de salida sino de llegada, y una cosa solo puede ser bella si es cierta.

El influjo de Rodin llevó a Rilke a intentar, a través de la escritura, lograr el predominio de la forma, independientemente del material con el que el arte se enfrente, logrando en sus poemas que el lector pudiera palpar la forma que el poeta imaginó antes de plasmarla en sus escritos.

Rilke pudo en su trato con el escultor, observar su posición intermedia entre el Impresionismo y el Expresionismo, lo que lo llevó a una nueva estética poética que logró madurar en  años posteriores, como resultado del acercamiento que Rodin realizó del impresionismo pictórico a la escultura.

Influido por el arte de Rodin, Rilke logró superar en sus escritos la temporalidad, dando a sus obras una sensación de permanencia inspirándose en lo duradero de las artes plásticas.

Como lo hacía el escultor con sus obras, el escritor empezó a proponer poemas independientes, encerrados en sí mismos, como si de una escultura se tratara, dejando a la posteridad una obra literaria diferente que podríamos denominar escultórica.

El escritor, siguiendo a su maestro, empezó a situarse ante las cosas como un escultor ante su modelo, así dio forma a sus poemas desarrollando una gran capacidad de expresión, pero sin excluir los detalles de la realidad.

 

[1] R.M. Rilke (1980), pp. 47-48

[2] Ibidem p. 138

 

(*) Magalí Villacorta de Castillo es alumna del Diplomado en Arte del siglo XIX del Neoclasicismo al Posimpresionismo, Departamento de Educación – UFM.

Secretos de Hemingway

Colm Tóibín – El País

El autor de El viejo y el mar dedicó su vida literaria a la búsqueda de la emoción a través de una prosa aparentemente sencilla. “Quería escribir como pintaba Cézanne”, escribió el Nobel estadounidense. En el cincuentenario de su muerte, se reeditan sus obras.

En un fragmento eliminado de su relato El gran río de los dos corazones, Ernest Hemingway escribía a propósito de su alter ego: “Quería escribir como pintaba Cézanne. Cézanne empezaba por emplear todos los trucos. Luego lo descomponía todo y construía la obra de verdad. Era un infierno… Quería… escribir sobre el campo de forma que quedase plasmado como había conseguido Cézanne con su pintura… Le parecía casi un deber sagrado”. En su remembranza de sus primeros años en París,París era una fiesta, Hemingway escribió también sobre la influencia que había tenido en él el pintor francés cuando estaba aprendiendo su oficio: “Estaba aprendiendo de la pintura de Cézanne algo que hacía que escribir simples frases verdaderas no fuera suficiente, ni mucho menos, para dar a los relatos las dimensiones que yo quería darles. No sabía expresarme lo bastante bien como para explicárselo a nadie. Además, era un secreto”.

El secreto estaba en las pinceladas de Cézanne, cada una abierta y de textura visible, con repeticiones y variaciones sutiles, cada una llena de algo parecido a la emoción, pero una emoción profundamente controlada. Cada pincelada trataba de captar la mirada y retenerla y, al mismo tiempo, construir una obra más amplia, en la que había riqueza y densidad, pero también mucho de misterioso y oculto. Eso es lo que Hemingway quería hacer con sus frases. Después de contemplar la obra de Cézanne por primera vez en Chicago, luego en los museos de París y en casa de su amiga Gertrude Stein, lo que deseaba era seguir el ejemplo de esta última y escribir frases y párrafos a primera vista simples, llenos de repeticiones y variaciones extrañas, cargados de una especie de electricidad oculta, llenos de una emoción que el lector no podía encontrar en las propias palabras, porque parecía vivir en el espacio entre ellas o en los repentinos finales de algunos párrafos determinados.

Así, en París era una fiesta, Hemingway pudo escribir: “Pero París era una ciudad muy antigua y nosotros éramos jóvenes y nada era fácil, ni siquiera la pobreza, ni el dinero repentino, ni la luz de la luna, ni el bien y el mal, ni la respiración de la persona que yacía junto a ti bajo la luna”. En esa frase consigue manifestar muy poco pero sugerir mucho; en el original inglés, de las 41 palabras, 27 son monosílabas. Eso hace que el lector se sienta cómodo, como si se estuviera diciendo algo sencillo. Sin embargo, está claro, por la puntuación y las variaciones de la redacción, que nada era fácil, sino que era, en gran parte, ambiguo y casi doloroso. En vez de decirlo, Hemingway logra ofrecer la impresión, alivia al lector con la dicción pero luego le sacude con los cambios de tono y significado dentro de cada oración.

La teoría es dejar que el escritor sienta y plasme ese sentimiento en la prosa, lo entierre en los espacios en blanco entre las palabras o entre los párrafos. Así el lector lo siente con más intensidad, porque no le llega como mera información, sino como algo mucho más poderoso. Le llega como ritmo, y le llega con tanta sutileza que la imaginación del lector se dedica por completo a capturarlo con toda su incertidumbre y su peculiaridad. Es decir, tiene un efecto más próximo al de la música, aunque las palabras conservan su significado. Contrapone la estabilidad de significado al misterio del sonido silencioso.

Esta idea de que, al escribir prosa, lo que se deja fuera es más importante que lo que se incluye inspiró de forma esencial el método de Hemingway como novelista y autor de relatos, hasta tal punto que algunas de sus obras posteriores parecen parodias de ese método, o una elaboración demasiado abierta del sistema que había desarrollado. Ahora bien, en sus mejores ejemplos, el sistema podía obrar milagros.

Hace unos años, cuando trabajaba en la biblioteca de la Universidad de Virginia, encontré un guión cinematográfico de la primera novela de Hemingway, Fiesta,escrito por un guionista profesional al que odiaba. En los márgenes hay insultos escritos por el novelista, al que indignó especialmente que el guionista tratase de insinuar que Jake, el protagonista de la novela, era impotente debido a causas psicológicas. Hemingway explicó de manera enfática que a Jake le habían disparado en los testículos durante la guerra, un suceso que, según escribió, él había visto producirse en varias ocasiones.

Sin embargo, en el propio texto de la novela no lo deja claro. Aunque está implícito, también nos deja margen para creer que Jake tiene algún problema psicosexual que le hace impotente. Tal vez ocurrió en la guerra, se sugiere, pero quizá fue psicológico.

La novela transcurre en el tiempo presente. Nos ofrece pistas e insinuaciones sobre hechos del pasado, sobre quién es Jake y de dónde viene. Pero la mayor parte de su pasado se queda fuera, lo cual otorga profundidad a las acciones actuales. Tampoco hay una descripción de Jake, y eso significa que leer el libro es un intenso acto de imaginación, de llenar las lagunas, que queda reflejado en la propia prosa. La redacción, a primera vista, es sencilla, con cortas frases afirmativas. Hemingway quería conseguir en su obra lo que había conseguido Cézanne en sus cuadros, algo denso, que atrajera la mirada y la imaginación, empleando un método que parece dejar muchas cosas fuera y una técnica que parece abierta y sencilla, pero con un resultado que puede contener no sólo una impresión, sino una cantidad infinita de emoción.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. Colm Tóibín (Enniscorthy, Wexford, 1955) ha publicado recientemente en España la novela Brooklyn (Lumen y Amsterdam). The Empty Family(Viking / Scribner, 2010 / 2011. 288 páginas) es su último libro. www.colmtoibin.com.