El estudio de un pintor: Elmar René Rojas

María del Carmen Rademann Quezada de Blasberg (*)

Imagen publicada en Prensa Libre en noviembre de 2010.

Imagen publicada en Prensa Libre en noviembre de 2010.

Tengo el privilegio de entrar a un espacio mágico lleno de color donde sus personajes rondan en un universo desconocido para nosotros, al cual podemos acceder por medio de sus obras.  Las cuales son ventanas para que entremos a su mundo.

El estudio de este  maestro del arte plástico guatemalteco está dentro de su residencia.    Los cuadros de su colección privada  se encuentran desde la entrada  se abre  un universo de color, de temas y de épocas.   El tiempo pasa frente a mí cuando los observo, uno a uno.  Son testimonio de las épocas en que fueron pintados, algunas convulsas y violentas y otras de profundo sentimiento.

Su estudio es un mundo privado al cual pocos pueden acceder.  Este espacio ha sido adecuado un sinfín de veces, comenta.  Mueve paneles y  mesas de un lado a otro para poder trabajar sus piezas.

Los lienzos están  clavados en las paredes, uno tras otro, son  de diferentes dimensiones.   Cada uno es  un universo distinto lleno de personajes mágicos, de colores vibrantes y vivos.  Son ventanas al mundo  propio que ha creado y que vive en su mente.

Debajo de los lienzos hay mesas largas donde el maestro coloca sus colores, pinceles, paletas, lijas… de una forma ordenada. Toma sus instrumentos y aplica los colores de forma rápida, sabe dónde están.   Así va creando sus obras, su mente se conecta con su cuerpo para adentrarse en este mundo tan especial.

Toda la atmósfera está sumergida en música clásica.  Este espacio no tiene ventanas al exterior, lo cual me llama la atención.   Siempre he pensado que el artista se inspira en la naturaleza, este no es el caso de Elmar René Rojas pues su inspiración está dentro de él.  La música es lo único que puede penetrar, la que lo acompaña en el proceso creador.

El maestro es una persona inquieta.  Va de una pieza a otra.  No trabaja durante la  jornada solamente una obra.  Necesita movilizarse y, en muchos casos, subir a escaleras y andamios para alcanzar las partes superiores de sus grandes lienzos los cuales son fabricados especialmente para él por sus dimensiones.

El piso está cubierto por variadas y diferentes alfombras.   Algunas, incluso, han sido cortadas para adecuarse al espacio que necesita.

Luego de esta visita bajamos a un espacio inferior.

Aquí crea obras de dimensiones más grandes de las que caben en el estudio superior.   Este espacio está hecho para funcionar como  teatro.  Lamentablemente, un incendio impidió que fuera visto.  Las paredes con las cicatrices  por el  fuego, tienen una pátina interesante.   Clava sus enormes lienzos en páneles blancos, limpios y frente a ellos mesas con todo su equipo y colores.  Es fascinante verlos y luego observar las obras llenas de magia.

En este espacio ha colocado sus esculturas de piedra que son trabajadas en el lago de Atitlán.  Estas esculturas han salido de sus cuadros, son personajes mágicos que he podido conocer anteriormente en su obra pictórica.

Luego de mi visita llego a la conclusión que un artista crea su espacio de trabajo según sus necesidades propias, no son estándar, dependen de cada uno.  Y, en el caso de Elmar, su inspiración no viene del exterior sino de su mundo interior, donde viven sus personajes mágicos.

 

(*) María del Carmen Rademann Quezada de Blasberg es alumna del Diplomado en Arte del siglo XIX del Neoclasicismo al Posimpresionismo, Departamento de Educación – UFM.