El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince

Jorge Luis Contreras Molina

La enternecedora apología que nos entrega Héctor Abad Faciolince deja una noticia en el alma. La de un padre digno que ha impregnado de alegría su mundo y especialmente a su hijo que brinda el panegírico tierno que habla mil veces del médico muerto en una Colombia incendiada por la violencia insensata.

Tal como hiciera García Márquez en su Crónica, Héctor Abad nos cuenta, de entrada, el final.  Así le queda limpio el terreno para escribir un encomio cargado de nostalgia desbordada, casi atropellada.

El olvido que seremos es una novela sencilla, sin saltos temporales ni experimentos narrativos; es la oda a un hombre signado por la tragedia que le arrancó al destino destellos de bondad y coraje.

Las dos muertes que se cuentan en el relato han puesto en evidencia a un contador cuya existencia aparece cortada, ajena, pueril, cobarde, distante, informe, incompleta… triste.

Aunque no tiene ironías ingeniosas, ni ambigüedades, ni subterfugios, es gran literatura porque conmueve e intranquiliza mientras se nos refleja de una intertextualidad tajante y directa pues de colofón giran Borges y Manrique para que podamos conmovernos con sus elegías lejanas que Héctor Abad nos pone enfrente, en el pecho, del lado del corazón.

El regreso a los orígenes

Rodrigo Fernández-Ordóñez

Tras doblar la última hoja me ha quedado un sentimiento serio de culpabilidad.  La culpabilidad de no haber retrasado el final, de releer las páginas para agotarlas y no terminarlo nunca.

El mismo sentimiento que me asaltó cuando lo terminé de leer, no en papel, sino en la versión electrónica de Kindle. El libro de Philip Hoare, Leviatán o la ballena, es un libro que se lee con la misma obsesión con la que fue escrito. Sus páginas se pasean en nuestra mente como si lo estuviéramos soñando. Su contenido se consolida en el cerebro y en nuestro ánimo, sólo cuando dejamos de leer y sus frases nos quedan rondando en la cabeza. Aún mejor, el libro completo se nos queda en el ánimo después de terminado de leer. No sorprende que haya ganado el prestigioso premio literario Samuel Johnson para relatos de no ficción del año 2009, por el que su autor recibió la nada despreciable suma de £20,000.

En esta época en la que las editoriales han reducido sus criterios de calidad al mínimo, y nos vemos asaltados por libros entretenidos, pero de dudoso valor literario (Cincuenta sombras de Gray, el último libro de Dan Brown, Infierno, o los infumables de Paulo Cohelo), es un verdadero placer sumergirse en un libro profundo, sin pretensiones, que discurre, como decía Henry Miller cuando algo le gustaba particularmente, “como una canción”. Para empezar, el libro de Hoare es inclasificable. Es un libro mezcla de relato de viajes, diario íntimo, crítica literaria, crítica de cine, historia natural y exploración científica. Es también un viaje a los miedos de su niñez. Quizás sea más fácil decir que es un largo ensayo sobre las ballenas. Explora a estos maravillosos animales desde todas las perspectivas posibles, y por eso en su libro aparecen tanto Herman Melville, Thoreau, Nathaniel Hawthorne y Ralph Waldo Emerson, como Abraham Lincoln, Frederick Douglas, Joseph Conrad o Gregory Peck. Hasta el legendario Orson Welles tiene una pequeña aparición. Por eso es un libro obsesivo que arranca con la industria de la caza de ballenas en el siglo XIX y nos lleva de viaje a Nantucket, a New Bedford, Cape Cod y Martha’s Vineyard en los Estados Unidos, a Southhampton, Liverpool y Londres en Inglaterra y las Azores. Lee y nos lee libros de historia natural de las ballenas, nos actualiza sus descubrimientos. Los critica. Recrea la época en la que luchar contra el inmenso animal era lo más parecido a la gloria y luego nos confronta con los militantes de Greenpeace y la nueva tendencia de la conservación.

Comparto unos fragmentos tomados al azar, como ejemplo de su calidad literaria y de la diversidad de perspectivas con las que aborda un solo tema, a lo largo de 500 páginas:

Sobre Hawthorne:

“Nathaniel había estudiado en el verde campus de la Universidad de Bowdoin, Maine, antes de cambiarlo por una lúgubre casa en Salem, donde pasó doce años encerrado en el desván, saliendo sólo de noche para pasear por las calles desiertas. ‘He hecho de mí mismo un recluso y me he encerrado en una mazmorra’, confesó; ‘y ahora no encuentro la llave y no puedo salir’”.

De la caza de la ballena:

“Entonces el arponero recogía el arpón del fondo del bote y se ponía en pie, manteniéndose en precario equilibrio sobre la proa, siendo la embarcación y sus armas meras extensiones de su poder. Erguido, con los músculos en tensión y la ballena acercándose, se apuntalaba contra el bote con el muslo derecho fijado en un semicírculo recortado en la borda. Era lo que se llamaba la cornamusa del torpe, en el que el cazador se encajaba.”
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