Una país para el Canal

Rodrigo Fernández Ordóñez

Díaz Espino, Ovidio. El País creado por Wall Street. La historia prohibida de Panamá y su Canal. Ovidio Díaz Espino. Ediciones Destino, Barcelona, España: 2004.

“La historia del canal de Panamá es una larga y prolongada serie de escándalos. Escándalos en el pasado remoto, en el pasado reciente, hay algunos ahora y tememos que habrá otros en el futuro.” New York Times, editorial del 22 de marzo de 1906

El libro del panameño Díaz Espino tiene dos grandes virtudes: la primera, que aporta datos fascinantes y desconocidos de la independencia del país centroamericano y la segunda, que mantiene el interés de la lectura de la primera hasta la última página como si se tratara de un libro de suspenso político como el legendario libro de Carl Bernstein y Bob Woodward (Todos los hombres del presidente) en el que destaparon con todo detalle el escándalo de Watergate.

El secreto está en la forma en que desarrolla la historia. Lanza en las primeras páginas los resultados finales de su investigación y la teoría central, y luego, a lo largo de los siguientes doce capítulos va desmadejando a pocos la historia secreta de su país y de la construcción de la asombrosa obra de ingeniería que ostenta Panamá. En el párrafo segundo del Prefacio, lanza la primera andanada de información que promete deleites de intriga política: “¿Usted sabe que J. P. Morgan fue el tesorero de Panamá durante su primer decenio de existencia? ¿Sabe que su país fue concebido en la habitación 1.162 del hotel Waldorf Astoria?” (teoría central del libro). Y tan sólo en la página 25 nos resume de que va el libro entero: “El World escribió cómo una camarilla secreta de Wall Street, encabezada por Cromwell, había conspirado para comprar las acciones de la extinta compañía francesa que había intentado, sin éxito, construir el canal de Panamá; la camarilla convenció luego a Theodore Roosevelt de que comprara sus concesiones por 40 millones de dólares, obteniendo con ello una ganancia enorme. Cuando Colombia se negó a ratificar el tratado con Estados Unidos, la camarilla ideó y fomentó una revolución en lo que entonces era la provincia de Panamá, con la ayuda de militares estadounidenses…” (resultado de su investigación).

En las 250 páginas siguientes nos va desgranando la historia con lujo de detalles. Inicia con el triste y rotundo fracaso de los franceses de Lesseps en construir el Canal, planificado equivocadamente a nivel, y de los escándalos de la Compañía Universal del Canal y de la Nueva Compañía del Canal, creada por órdenes del propio gobierno francés para que los socios respondieran económicamente ante los inversionistas del sonado fraude. Luego sigue con la acalorada discusión que primaba en el mundo político de Washington sobre la mejor locación para la construcción de un canal interoceánico: Nicaragua o Panamá, y de las increíblemente violentas divisiones que este tema causó entre los políticos más influyentes del momento, como J. P. Morgan y Vanderbilt que apostaban por Nicaragua o el senador Hanna y Cromwell, que apostaban por Panamá, y de cómo la discusión se zanja con una estampilla postal a favor de Panamá:

“…El sello mostraba un volcán que arrojaba una nube de humo; casualmente se trataba del Momotombo. En primer plano aparecía justamente el muelle que según los informes publicados un mes antes había sido destruido por el movimiento telúrico. Pegó sus preciosos sellos en hojas de papel. En la parte superior de cada hoja decía: ‘Sellos postales de la República de Nicaragua, un testigo oficial de la actividad volcánica de Nicaragua’. Los sellos llegaron a los escritorios de los senadores el 16 de junio, apenas tres días antes de la votación…”

Sin sorpresa ante tal argucia, el resultado de la votación en el senado norteamericano se decanta a favor de Panamá.

Continúa el libro narrando las peripecias del representante Colombiano en la capital de Estados Unidos, tratando de arrancarle a la implacable Casa Blanca el mejor trato para su país a cambio de la construcción del Canal en la provincia de Panamá y que culmina con el Tratado Herrán-Hay y el desprecio del presidente Roosevelt, para quien los diplomáticos de Sudamérica eran “embajadores sudacas de países insignificantes carentes de poder”, y que las negociaciones para lograr un tratado aceptable habían sido “como sostener una ardilla en el regazo”, porque Colombia y sus guerras civiles no permitían trazar una línea estable de diplomacia.

Luego, tras el fracaso de consumar el Tratado Hay-Herrán, se sumerge en la historia secreta y fascinante del mundo de la conspiración, en el que Estados Unidos busca aliados panameños para dar un golpe a Colombia, independizando la provincia. Hay reuniones a mitad de la noche en plazas públicas, conversaciones secretas en vagones de tren o en camarotes de barcos, cenas a altas horas de la noche en mansiones con los salones a oscuras, incluso persecuciones y dinero corriendo a manos llenas para comprar voluntades.

Entre el histórico reparto, destaca el Doctor Amador, padre de la patria canalera, quien encabeza al grupo de nacionalistas que ve en la nueva política norteamericana la salida para consumar el largo sueño independentista panameño. También a medida que avanza el relato, crece en importancia la figura de un personaje complejo, extraño e intrigante: Phillip Bunau-Varilla, francés de nacimiento, que se involucra en la historia panameña dando codazos y que termina traicionando a un país entero que le confió la negociación del canal con el país del norte. Hay también abogados poderosos como Cromwell, que mueve los hilos desde un lejano piso en lo alto de un rascacielos en Nueva York, o mercenarios (como el americano H. L. Jeffries) que se ponen al servicio del mejor postor, como si de condotieros renacentistas se tratara.

“…Presuntamente, los dos hombres viajaron en un compartimiento del Congressional Limited en mitad de la noche, y durante el trayecto Cromwell redactó un borrador del manifiesto de Panamá. Se reunieron con Roosevelt en la Casa Blanca a medianoche y conversaron con él hasta el alba. Luego tomaron el tren de regreso a Nueva York sin dejar registro alguno de su visita…”

Aunque algunas noticias, como el párrafo anterior sean meras suposiciones sin información documental que las sustente, el autor sí aporta datos basados en cables, cartas y memorandos de oficinas de gobierno de los Estados Unidos o Bogotá, como el despacho de naves de guerra para proteger la insurrección en una y para sofocarla en otra: el Nashville, el Dixie y el Boston, que contrarrestaron el poder naval de las cañoneras colombianas ancladas en las bahías de Panamá y Colón, como la Padilla, la Cartagena y la Bogotá.

En algunos episodios el libro es tan minucioso que nos presenta escenas domésticas fascinantes, como cuando el Doctor Amador se deja caer derrotado en su hamaca, decepcionado porque los demás conspiradores han empezado a dudar:

“Cuando su esposa, María, lo vio, le ordenó que se levantara y prácticamente lo sacó de la hamaca de un empellón.

–Hemos llegado demasiado lejos como para darnos por vencidos ahora. Con soldados o sin soldados, ¡la lucha tiene que continuar!”

O ese minucioso reporte que hace de la cauda del bombardeo sobre el centro de la Ciudad de Panamá:

“… dos proyectiles cruzaron los aires. Una fuerte explosión hizo temblar las paredes. Había comenzado el bombardeo de la cañonera colombiana Bogotá (…) Las únicas víctimas del bombardeo fueron un chino que fumaba opio en una litera de la calle Salsipuedes, y un burro en el matadero…”

Otro episodio que alcanza notas de emoción es el vilo en que el general Huertas, militar colombiano al mando de las tropas de la provincia de Panamá, mantiene a los demás conspiradores hasta que decide inclinarse por el movimiento de independencia, como hilarante es el episodio del fin del general Torres, (que pareciera sacado de la película Piratas del Caribe), quien sobornado retira sus tropas de la provincia para que se consume la independencia del Istmo:

“…En altamar Torres se embriagó con el champán y alardeó ante sus hombres, que ingirieron bebidas más humildes, de que le habían dado 8,000 dólares y que con ellos pensaba ir a Jamaica. Sus hombres, molestos por los alardes, lo arrojaron por la borda y se repartieron el dinero entre ellos…”

Es en fin, un libro que merece la pena ser leído con toda atención, bien escrito y documentado, pese a que las triquiñuelas y los escándalos económicos ya no nos sorprendan como pudieron hacerlo el año de su publicación en inglés en la primavera de 2001. Nosotros, que hemos sido testigos de los fraudes de Enron y Merrill Linch, los bonos basura y la estrepitosa caída de Lehman Brothers, las dobles cuentas del estado griego y los planes de emergencia para salvar la economía mundial del llamado meltdown o del salvavidas de la eurozona para el país heleno, ya no levantamos siquiera las cejas ante la olla de grillos que Díaz Espino destapa:

“…El propósito era comprar la mayor cantidad de acciones de la Compagnie Nouvelle y de la Compagnie Universelle por el menor dinero posible. La camarilla suscribió 5 millones, más que suficiente para comprar todas las acciones de Panamá. Una vez los inversores encubiertos hubieran conseguido suficientes acciones, concentrarían sus esfuerzos en hacer que Estados Unidos comprara las tenencias francesas por 40 millones, cuyo pago terminaría revirtiendo a ellos mismos…”

Ya no sorprende, pero continúa asqueando que se privaticen las ganancias mientras se socializan las pérdidas de la economía, y que encima se eche la culpa a un malévolo y supuesto “modelo económico neoliberal”, cuando lo hecho y lo que se continúa haciendo tiene un solo nombre al que todos parecen rehuir: corrupción.

Indudablemente la virtud de la investigación de Ovidio Díaz Espino es demostrarnos que la sabiduría salomónica sigue vigente luego de dos mil años, pues “no hay nada nuevo bajo el sol”.

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