Margarita Carrera, Prensa Libre
Para Borges es el más grande escritor español del Siglo de Oro en España. Ello quizá porque Quevedo, en la plenitud de la literatura de su país, es un vivo representante de la mentalidad de la Edad Media europea. Por ello es capaz de decir que los herejes reciban los peores castigos. “Los castigos, todos son justos y todos son pocos”. Es un moralista prepotente, un inquisidor, que desconoce la compasión. Al leerlo, Borges lo defiende diciendo que en Quevedo los apetitos son “vehementes”. Más que el sentimiento amoroso, en él está presente el desengaño, la melancolía; yo agregaría la furia de no ser amado.
Dominado por estos sentimientos, su pluma se convierte en la más temible de su tiempo. Un eterno busca pleitos en lo que escribía y actuaba. Un apasionado. Puede que también sea producto de su era, una era en donde en España hay hambre y miseria a pesar de vivir una época en donde se están dando los más altos talentos de su literatura. Entre los cuales está nada menos que Cervantes.
Quevedo, mucho más difícil de entender, por lo tanto no tan exaltado y reconocido. Frente a Góngora, creador del culteranismo por su lenguaje ampuloso y pleno de metáforas, a Quevedo le fascina la descripción de la fealdad. Conceptista: el pensamiento ha de ser dicho con pocas palabras. Para él todo enseña desengaño, todo expresa caducidad de las cosas. “Las glorias de este mundo/ llaman con luz, para pagar con humo”. Desgarrado, su estilo elíptico contrasta con el estilo perifrástico de Góngora. “La modernidad de Quevedo no está en su admirable retórica, como creía Borges, sino en su dramática conciencia de la caída y en la imposibilidad del rescate”, señala Octavio Paz, otro de sus admiradores.
Otra de sus características es la insolencia y sus constantes alusiones al hambre: “Mandaron los doctores que por nueve días no hablase nadie recio en nuestro aposento, porque como estaban huecos los estómagos, sonaba en ellos el eco de cualquier palabra”.
Borges acusa a Quevedo de ser terrorista. Como tal, observa la intimidación y el ataque directo. El terrorismo o violencia verbal de Quevedo se encamina también en contra de las mujeres. Con todo, su poesía amorosa ya ha traspasado la valla del olvido: “Cerrar podrá mis ojos la postrera/ sombra que me llevare el blanco día,/ y podrá desatar esta alma mía/ hora a su afán ansioso lisonjera;/ mas no de esotra parte en la ribera / dejará la memoria, en donde ardía;/ nadar sabe mi llama el agua fría / y perder el respeto a la ley severa./ Alma a quien todo un Dios prisión ha sido, / venas que humor a tanto fuego han dado / médulas que han gloriosamente ardido,/ su cuerpo dejarán, no su cuidado;/ serán ceniza, más tendrá sentido;/ polvo serán, mas polvo enamorado”.
La prosa y la poesía de Quevedo exige una agilidad mental constante del lector. “Para gustar de Quevedo hay que ser (en acto o en potencia) un hombre de letras; inversamente, nadie que tenga vocación literaria puede no gustar de Quevedo”.
En pocas palabras se necesita de ser muy inteligente y erudito para comprender a este escritor. Quevedo es uno de los más grandes poetas no sólo españoles, sino universales. Razón tiene Borges en considerarlo lo mejor de la literatura española.