Soledad Gallego-Díaz, Buenos Aires – 22/04/2011
Mario Vargas Llosa no inauguró finalmente la 37ª Edición de la Feria del Libro de Buenos Aires, como estuvo previsto en su momento, pero sí pronunció el discurso “principal” del orador invitado, 24 horas después de la apertura formal de la muestra. “Se supone que la inauguración es un acto único, pero aquí se ha desdoblado en dos días distintos, imagino que para evitar que yo apareciera junto a los políticos el día de la apertura”, explicó a EL PAÍS el premio Nobel de Literatura 2010. “Mi discurso no cambiará por eso: defender el derecho de los libros a ser libres es defender nuestra libertad de ciudadanos, el precioso fuego que la atiza, mantiene y renueva”, afirmó.
El ambiente, que parecía más calmado, se caldeó mucho en las últimas horas, con unas imprevistas declaraciones de Aníbal Fernández, jefe de Gabinete de la presidenta. Pareció ignorar las instrucciones de Cristina Kirchner de dejar en paz al escritor y lanzó un furioso ataque tanto contra Vargas Llosa como contra Fernando Savater, que visita también estos días Buenos Aires y que se rio de los intelectuales argentinos que protestan por la presencia del premio Nobel en la Feria del Libro.
Aníbal Fernández les acusó de decir “estupideces” y dijo sentir “vergüenza ajena” por la actitud crítica de los dos intelectuales. El jefe de Gabinete repudió a Vargas Llosa porque, dijo, “insulta a nuestra presidenta” y se mete con lo que pasa “en un país que no es el suyo”, dos acusaciones que podían ser interpretadas como una luz verde para que el discurso del premio Nobel fuera objeto de cualquier tipo de incidentes.
El acto de inauguración formal, que se desarrolló el miércoles por la tarde, tampoco ayudó a calmar las cosas. Aunque no asistieron ni la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, ni el intendente de la ciudad, Mauricio Macri, sus enviados y representantes se las arreglaron para alimentar el clima de confrontación. El ministro de Educación, Alberto Sileone, en especial, convirtió la inauguración en un mitin político puro y duro. Logró el extraño prodigio de inaugurar una Feria del Libro en una capital latinoamericana sin mencionar el hecho de que este año un escritor latinoamericano ha sido reconocido con el Nobel.
Vargas Llosa no se siente ofendido por el cambio de programa, ni alteró por eso el contenido de su discurso, una defensa apasionada del libro que “como árboles de un bosque encantado, se animan al abrirlos”. “Basta que celebremos con sus páginas esa operación mágica que es la lectura para que la vida estalle en ellos”.
El escritor no rehúye, sin embargo, la polémica. “Agradezco a la presidenta su oportuna intervención para atajar el intento de veto de algunos colegas y adversarios de mis ideas políticas para desinvitarme al acto”, asegura. “Ojalá esa toma de posición se contagie a todos sus partidarios y sea mantenida por ella misma en su conducta gubernamental”.
Vargas Llosa quiso que su discurso, esperado con enorme expectación en una sala abarrotada de público, fuera seguido por un coloquio abierto con los asistentes, moderado por el periodista argentino Jorge Fernández Díaz, con la esperanza de que el acto discurriera con tranquilidad. El resultado final no se supo hasta pasadas las siete de la tarde (doce de la noche hora española). Previamente, el premio Nobel de Literatura tuvo que soportar que un pequeño grupo de piqueteros “ideológicos” cortara el tráfico frente a su hotel y que, con un ensordecedor ruido de bombos, reclamara su marcha del país. “Les vi desde la ventana. No eran muchos, pero hacían mucho ruido. Gritaban contra mí, pero no estaban muy informados porque me decían que Humala va a ganar las presidenciales en Perú, sin saber que yo ya he anunciado que voy a votar por él, para evitar que regrese Fujimori al poder y se legitime su etapa de robo, asesinatos y corrupción”.
Vargas Llosa reconoce que este tipo de polémicas le resulta muy cansada y aburrida y que han conseguido estropearle un viaje a Buenos Aires, algo que para él siempre había sido muy agradable y enriquecedor y que ahora le exige, incluso, llevar protección en la calle. “Estoy deseando que elijan un nuevo premio Nobel para que sea el siguiente el que tenga que soportar toda esta presión”, reconoce. Pero no está dispuesto a permitir que nadie le impida hablar libremente, y mucho menos en una Feria del Libro. “Eso sería admitir la derrota frente los energúmenos”, protesta. “Sobrellevo todo esto con espíritu deportivo, pero la verdad es que no comprendo por qué la inauguración de una Feria del Libro tan hermosa como la de Buenos Aires no puede ser algo sencillo sino que se convierte en un combate político y en un intento de censura”.
Contra ellos, los censores y energúmenos, pensaba dirigir su discurso “semiinaugural”: “El episodio, más allá de lo anecdótico, es un asunto actual: la libertad y los libros”, explicó. “Manuscritos, impresos o ahora digitales, representan la diversidad (mientras no sea expurgados, claro está). Esta extraordinaria diversidad desaparece cuando gracias a los libros nos sumergimos en lo profundo hasta llegar a aquellas raíces de la especie, pues allí descubrimos lo que hay de solidario y de semejante, una condición, unos anhelos, alegrías y miedos, que establecen una identidad recóndita sobre las diferencias y distancias”.
Los libros, cree, ayudan a derrotar los prejuicios y a descubrir que somos iguales en el fondo, que los “otros” somos “nosotros”. El premio Nobel explicó cómo la Inquisición española prohibió durante casi tres siglos que se imprimieran novelas en América Latina. “Una de las perversas y felices consecuencias de esa prohibición”, afirmó, “fue que la ficción prohibida se las arregló para contaminarlo todo. Eso ha sido muy beneficioso en los dominios del arte y la literatura, pero bastante catastrófico en otros en los que, sin una buena dosis de pragmatismo y de realismo, un país puede irse a pique” “Los comisarios políticos han reemplazado en la vida moderna a los inquisidores de antaño”, denunció.