Jorge Luis Contreras Molina
Capítulos 36, 37 y 38
En La montaña mágica, casi al final, se evoca al soldado inexperto que marcha sin queja hacia su destino: “¡Adiós! ¡Vas a vivir o a caer! Tienes pocas perspectivas; esa danza terrible a la que te has visto arrastrado durará todavía unos cortos años criminales…”.
Don Quijote discurre. Lo hace a la manera de Sócrates. Encomia al soldado. Lo compara con el hombre de letras. Aquel es, por supuesto, superior porque se le paga tarde (y su espera se torna épica como la del coronel de García Márquez) o nunca, porque su oficio es peligroso para el cuerpo y para la conciencia, porque se es siempre pobre, porque se enfrenta sin reparos a ministros de la muerte que lo signan, lo eligen, lo matan.
Cervantes alaba su oficio de soldado. El fragmento es autobiográfico. Ya don Quijote se descubre ante todos como loco. Antes tenían solo noticias que parecían falsas ante la corrección idiomática y de actos del hidalgo. Esto a pesar de que hasta el cura le da la razón en cuanto a la superioridad del soldado por sobre el estudiante.
Esa capacidad de autocrítica es propia de la gran literatura y de los grandes autores. El escritor critica su teórico oficio que se ve superado por la práctica labor del raso que cae y es sustituido en la batalla por el siguiente.