Jorge Luis Contreras
Sustos y consolidaciones. Indignado el Hidalgo ha tenido que sufrir la afrenta de la ligereza con la que el atrevido Señor de los Espejos llamó inferior a su Dulcinea.
Solo queda luchar. Se azuzan caballos escuálidos que son llevados al límite para que den, en el caso de Rocinante, la única carrera de su vida sedentaria. Aviadas, carreras, estorbos, equívocos, honor. Sancho, medroso; el escudero del de los Espejos, feo y provocador.
Ya arrancan, ya paran los contendientes para auxiliar al gordito y para provocar al destino y signar la derrota del histrión.
El Señor de los Espejos no vio venir el castigo de su embuste. Un mazazo, un tren, un toro, un género de aplanadora lo desvaneció sin que pudiera invocar ni piedad ni leyes caballerescas.
Sansón disfrazado ha hecho su primer intento. Ha querido retornar a Quijano. Esta vez falló y casi muere a manos del Quijote que piensa en los eternos encantadores.
Sancho es más Quijote cada vez. Imagino a Sansón Carrasco lívido en el suelo de la derrota, y la voz del escudero que sin remilgo alguno baja el pulgar solo para que el número de enemigos imaginarios de su amo se reduzca en una unidad. Sus ojos de Sancho vieron para otro lado.
La pírrica victoria resuena aun en las cabezas de la singular pareja que enfila hacia Zaragoza.