Jorge Luis Contreras Molina
Oscuras intenciones tiene el duque. En el teatro de las vidas que este noble gobierna hay lugar para los tonos cómicos. Él miente y juega a saber quién don Quijote es. Lejos está de la verdad que su velo de broma esconde. El hidalgo se sintió caballero por vez primera. Esto en cuanto al ambiente que le había sido ajeno, lejano, incomprensiblemente hostil. Ahora lo sirven y lo tratan como el gran andante que es. Sancho, la duquesa, los sirvientes, el castillo… son peones del intento de captura que realiza el señor feudal.
Platónico continente hacedor de bienes, hombre de caros principios, imagen del soñador que ve más allá… don Quijote ha dado discurso. Tiembla de pasión y yo siento que el desalmado vaivén de un encantador inyector de perezas ha logrado quitarme esa voz temblorosa del joven salvaje, rebelde luchador, infatigable buscador de las causas perdidas. Así que, con los ojos cerrados empuño la mano derecha y acompaño a Quijano en su ademán airoso. Ese que espanta al eclesiástico.
El duque va más allá. Ahora pide permiso a don Quijote para cumplir la promesa de gobierno insular a un impresionado Sancho.
Don Quijote no puede ser afrentado ni por niños, ni por mujeres, ni por curas. Hasta las doncellas quieren participar. Hay géneros picarescos desdoblados en raras ceremonias.
Don Quijote reafirma el vínculo que con Dulcinea tiene. Ni Cicerón ni Demóstenes son más que el hidalgo. La lleva en el corazón tristemente porque la lleva encantada y fea.
Nada en don Quijote es ordinario. Aunque ha sido encantado y mil veces herido; nada puede dañarlo. Entonces los encantadores van en contra de sus querencias. Atacan a Dulcinea y con eso le quitan el alma y lo vuelven triste.
El simple Sancho tiene agudezas que desconciertan. Sancho casi se ha dado cuenta de que les montaron un teatro insolente.