La Vanguardia
¿Puede aún un filósofo llenar un auditorio para hablar Sobre el tiempo? El pensador alemán Rüdiger Safranski, autor de prestigiosas biografías de Nietzsche y Schopenhauer (ambas editadas por Tusquets), sí, y lo demostró este jueves cuando, en una de las aulas del Centre de Cultura Contemporànea de Barcelona (CCCB), intentó responder durante prácticamente dos horas a las complejas preguntas: ¿Cuánta aceleración puede soportar el ser humano? ¿Cómo puede lograrse una relación más razonable con el tiempo?
Safranski, que acaba de presentar su nuevo libro Goethe y Schiller. Historia de una amistad (Tusquets, 2011), comenzó haciendo un repaso histórico a la cuestión del tiempo, una “categoría filosófica” recurrente en la religión, la literatura y el pensamiento. Así, San Agustín decía saber qué era “pero no explicarlo si me lo preguntan”.
El autor fue presentado por la ensayista y traductora Rosa Sala Rose que, además de elogiar la capacidad del pensador alemán para enfrentarse a los campos más complejos, destacó uno de los muchísimos premios que ha recibido a lo largo de su trayectoria: el de un prestigioso club de fumadores de pipa. Más allá de la divertida anécdota, nos dice Sala, ese galardón sirve de metáfora de lo que quería decir Safranski. No en vano, el fumador de pipa es un fumador diferente a los demás, que vive el tiempo desde otra perspectiva. Así pues, ¿qué es el tiempo y cómo repensarlo desde nuestra cosmovisión?
Para Safranski, “el tiempo sólo tiene una dirección, no es como el espacio”. Se trata de un flujo irreversible. Sin embargo, nosotros vivimos la dicotomía entre el tiempo presente (“siempre hay un ahora”) y el tiempo imaginado (por el que viajamos al pasado o al futuro). Nos desplazamos, pero desde nuestra creatividad.
De este modo, el filósofo explica que se suele entender el tiempo como “aquello que miden los relojes”, pero en realidad eso no es más que una convención. “Se confunde el tiempo con sus instrumentos para medirlo”, asegura. Y es que, según sus palabras, “el tiempo no avanza, sino que fluye”, y sólo se puede hablar de tiempo si pasa alguna cosa, si podemos reconocer ciertos hechos o acontecimientos ocurridos entre un espacio temporal y otro.
Después de esta breve introducción en la idea ontológica del tiempo, Rüdiger Safranski quiso dedicar la conferencia a lo que denomina “socialibilización del tiempo“, que viene con la industrialización de la sociedad moderna, cuando se normalizan los grandes relojes en iglesias y fábricas… Hay una “mecanización” que, a partir de ese momento, dirige nuestro comportamiento. Somos proveedores de tiempo.
En nuestros días, el aumento de la “presión temporal” es brutal, y se habla de la “escasez del tiempo“. Para el autor alemán no se puede utilizar este término, ya que algo sólo puede ser “escaso” en relación a otra cosa, y no es una característica intrínseca del concepto. Siempre nos quejamos de que “tenemos poco tiempo”, que tenemos que “ganar tiempo”, porque lo vemos ya como un producto por el que pagamos o cobramos en plazos bien delimitados (sueldos, cuotas, préstamos, etcétera). La relación entre tiempo y economía es, en este sentido, fundamental. Mientras el que está dentro de la rueda laboral no tiene tiempo para nada, el que está fuera, el que la sociedad ha excluido, no sabe qué hacer con él.
Con la “aceleración” de nuestros días, en gran parte provocada por los nuevos sistemas de información, lo que se busca es, prioritariamente, el consumo. Así, nos dice Safranski, “los créditos no son creación de valor, sino que se compra el futuro, hipotecándonos”. Para el pensador, la especulación es eso, “basura que aún no hemos consumido” y, por ello, el problema fundamental radica en una falta de sincronización entre el tiempo financiero y el tiempo vital. Son dos trenes incompatibles, nos explica, que quieren convivir siendo uno de Alta Velocidad y otro de Cercanías.
Se cree que la aceleración – hacer cosas constantemente – ayuda a no pensar en la muerte. El filósofo no puede estar más en desacuerdo, ya que lo que se consigue es que, viviendo de esta forma, “la experiencia vital ya no tiene valor”. Vivimos en una “patología del tiempo” que nos lleva, irremediablemente, al horror vacui. ¿Por qué, después de mirar durante horas la televisión, al poco rato ya no recordamos nada de lo que hemos visto?
Rüdiger Safranski defiende que hoy “la información no se transforma en experiencia” y el exceso de estímulos provoca “un ataque del presente al resto del tiempo”. Si sólo estamos pendientes de lo inmediato, si no hay espacio para “lo mediado”, el conocimiento no es posible. “Necesitamos una revolución del tiempo social”, asegura.
¿Por dónde comenzamos? El pensador, que está trabajando en un nuevo libro sobre el tema, parece tenerlo claro: “La filosofía es un primer paso hacia la desaceleración”.