José María Guelbenzu – Babelia, El País
Narrativa. Después de dar por terminada la tetralogía A merced de una corriente salvaje (Alfaguara, 1999-2002), Henry Roth, cada vez más deteriorado por la artritis, siguió escribiendo con serias dificultades y voluntad de hierro, y dejó tras su muerte una buena cantidad de páginas que han terminado convirtiéndose en esta Un americano. Roth no tuvo tiempo de darle forma, de manera que estamos ante una novela montada con esos materiales, pero hay que decir que la costumbre norteamericana del editing nos permite leer un rescate muy importante. La novela consta de un cuerpo central en el que cuenta la liberación de sus ataduras familiares y personales y se sitúa entre los años 1934, año en que publica su celebrada Llámalo sueño (Alfaguara, 1990), uno de los grandes clásicos de la narrativa americana del siglo XX, y 1938, en que contrae matrimonio con Muriel Parker. Un prólogo y un epílogo enmarcan el libro entre el momento en que conoce a Muriel y el momento en que, cerca de su muerte, recuerda la de su mujer.
Un americano es una historia de amor contada por una de las partes, Ira, el álter ego de Roth, el protagonista inolvidable de Llámalo sueño. Es una historia de amor ligada a las desventuras de Ira en busca de su independencia personal. A lo largo del relato veremos cómo se embarca en una aventura con un camarada, Bill, y su familia, rumbo a la Costa Oeste con la intención de llegar a introducirse en Hollywood para ganarse la vida. Son los años de la Gran Depresión, Bill es un analfabeto y fanático comunista e Ira arrastra una vida miserable. Bill ejerce sobre él la fascinación que el frágil y huidizo Ira siente por alguien fuerte y decidido; pero Bill es un cantamañanas ignorante y de ello ha de darse cuenta Ira y desprenderse de él, lo mismo que ha de hacer con Edith, su mentora y mantenedora, una mujer culta y dominante que lo protege y anima a escribir y a cuyo empuje debe su primera novela de éxito incierto. El problema de Ira es librarse de la dominación y la dependencia y ser alguien por sí mismo y a esa falta de energía atribuye su incapacidad de volver a escribir. En todo este proceso, M. (Muriel) está ausente, entregada, pero en la lejanía, esperando que Ira se encuentre a sí mismo y por sí mismo. De modo que la historia de amor consiste, en realidad, en la lucha de Ira por llegar a ser merecedor de M., pero es una lucha solitaria. La figura de M. actúa como el faro cuya luz guía la travesía de Ira, que es la que verdaderamente se nos cuenta.
La novela, como las anteriores, es autobiográfica. Resulta emocionante ver a Roth escribiendo estas páginas de tributo a la esposa muerta en la figura de Ira y como última huella que desea dejar de su paso por la tierra. Está escrita con el nervio característico del autor y su amor por los detalles, que tanta importancia tienen en su escritura, sigue mostrando el estilo y el brío que caracterizó su obra anterior. Es impresionante también el relato del vagabundeo en los años de la Depresión. Ira, que se fue de casa a los 32 años, se encuentra sin un centavo en el bolsillo, tratando de hacerse como artista, renunciando a todo lo que no sea dedicarse a su arte, pero, por su propia debilidad (que no falta de coraje, pues su viaje hacia la nada para preservar su espíritu artístico requiere tesón y aguante), tardará en desprenderse de sus miedos. Reconoce que posee “sólo una colosal falta de seguridad e incertidumbre”. M. va a ser su referencia, el puerto al que pone rumbo, y el libro es el relato de ese rumbo.
Un libro descarnado, valiente y dolorido de un hombre que tras un bloqueo de más de treinta años empieza a recuperar su pulso narrativo cuando la reedición de Llámalo sueño en 1964 le concede el abrumador éxito que no tuvo en 1934. Es un caso extraordinario. Al final de su vida consiguió dejar otra obra maestra (A merced de una corriente salvaje) y su historia personal de amor y superación. Hoy es un grande entre los grandes y la lectura de este libro un auténtico regalo para sus lectores.