Camila Fernández (*)
“Agarrándome una mano con otra, bailo al compás de las vocales de un grito ¡A-e-i-o- u! ¡A-e-i-o-u! Y al compás monótono de los grillos. ¡A-e-i-o-u! ¡Más ligero! ¡A-e-i-o-u! ¡Más ligero! ¡No existe nada! ¡No existo yo, que estoy bailando en un pie! ¡A-e-i- o-u! ¡Más ligero! ¡U-o-i-e-a! ¡Más! ¡Criiii-criiii! ¡Más! Que mi mano derecha tire de mi izquierda hasta partirme en dos —aeiou— para seguir bailando —uoiea— partido por la mitad —aeiou—, pero cogido de las manos —¡criiii… criiii!”.
(Ahora que me acuerdo, Leyendas de Guatemala por Miguel Ángel Asturias)
No existe, canta y baila. Se sostiene bailando en un pie; así es como no se tiene. No existe el que baila en un pie, escribe. Con sus propias manos se parte por la mitad. Con sus propias manos escribe ¡criiii… criiii!. No es la representación de una fractura. Con las manos primitivas todavía, se desgarra a sí mismo para entrar en sí mismo. Las manos desean conocer a su cuerpo.
Miguel Ángel el niño que ve las estampas de los venados y encuentra que se parecen a San Sebastián. Es el niño frente a la imagen desnuda. Es el niño que se hiere con las ramas del bosque. Es el niño herido que entra más profundo en la selva, en la que mientras el bosque cierra los caminos, él va abriendo otros.
Infinitas entradas inventadas. Se entra.
Se penetra de regreso al vientre de la madre cuando todos los machos y todas las hembras son la madre. Se penetra con la piedra sin edad. Se penetra la humedad que no envejece. “Salí del pueblo muy temprano, cuando por el camino amanecía sobre las cabalgatas. Aurora de agua y miel. Blanca respiración de los ganados. Entre los liquidámbares cantaban los cenzontles. La flor de las verbenas quería reventar”.
(*) Camila Fernández es alumna de la Licenciatura en Lengua y Literatura del Departamento de Educación, UFM)