Jorge Luis Contreras Molina
La enternecedora apología que nos entrega Héctor Abad Faciolince deja una noticia en el alma. La de un padre digno que ha impregnado de alegría su mundo y especialmente a su hijo que brinda el panegírico tierno que habla mil veces del médico muerto en una Colombia incendiada por la violencia insensata.
Tal como hiciera García Márquez en su Crónica, Héctor Abad nos cuenta, de entrada, el final. Así le queda limpio el terreno para escribir un encomio cargado de nostalgia desbordada, casi atropellada.
El olvido que seremos es una novela sencilla, sin saltos temporales ni experimentos narrativos; es la oda a un hombre signado por la tragedia que le arrancó al destino destellos de bondad y coraje.
Las dos muertes que se cuentan en el relato han puesto en evidencia a un contador cuya existencia aparece cortada, ajena, pueril, cobarde, distante, informe, incompleta… triste.
Aunque no tiene ironías ingeniosas, ni ambigüedades, ni subterfugios, es gran literatura porque conmueve e intranquiliza mientras se nos refleja de una intertextualidad tajante y directa pues de colofón giran Borges y Manrique para que podamos conmovernos con sus elegías lejanas que Héctor Abad nos pone enfrente, en el pecho, del lado del corazón.