Winston Manrique Sabogal, Papeles Perdidos
Si a uno le preguntan por un escritor que represente o simbolice el libro y el mundo de la literatura es casi seguro que entre los elegidos esté Jorge Luis Borges (1899-1986). Su pensamiento y su creación literaria y su figura pasaron a ser, aún ya en vida, sinónimo de pasión y sabiduría literaria. Sin duda es uno de los autores en español más importantes del siglo XX, y uno de los más queridos por los lectores y más admirado por los propios escritores. La semana pasada Casa de América, de Madrid, la dedicó al autor argentino.
Por eso hoy, cuando se cumplen 25 años de su fallecimiento, quiero rendirle un homenaje, agradecerle los infinitos momentos de placer y enseñanza, e invitar a todos a recordarlo. Yo empecé a leer a Borges por el final. O casi. Fue con el cuento La intrusa, cuando estaba haciendo las prácticas de periodismo en Bogotá. Aunque sabía de su fama, prestigio y querencia por parte de los lectores, aplazaba siempre su lectura porque sabía de qué iban sus relatos y creía que no iba a descubrir mucho. ¡Error! ¡Craso error!. Después de La intrusa desandé el camino borgeano. Y con motivo del centenario de su nacimiento, 24 de agosto de 1899, escribí un reportaje en EL PAÍS titulado La última tarde Borges en Buenos Aires. Fue mi primer homenaje público a quien nos ha legado más qu elibros, historias, las del El Aleph o Ficciones con tanto cuentos maravillosos en todos los sentidos, y tan adelantados para su tiempo que por eso gozan de una luminosidad admirable.
Y aunque me gusta muchísimo el Borges de los relatos, el Borges oral, el Borges de las conferencias con sus teorías y reflexiones sobre la literatura, la vida, la Historia, el tiempo, el espacio o la inmortalidad, Todo él confluye en el Borges poeta. Por eso voy a reproducir uno de sus poemas donde condensa gran parte de su universo siempre en expansión:
Arte poética
Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,
ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.
Con estos versos del cosmos borgeano rindo homenaje a ese hombre que escribió que alguien es inmortal mientras se le recuerde: “La inmortalidad está en la memoria de los otros y en la obra que dejamos. (…) Sé muchos poemas anglosajones de memoria. Lo único que no sé es el nombre de los poetas. ¿Pero qué importa eso? ¿ Qué importa si yo, al repetir poemas del siglo IX, estoy sintiendo algo que alguien sintió en ese siglo? Él está viviendo en mí en ese momento, yo no soy ese muerto. Cada uno de nosotros es, de algún modo, todos los hombres que han muerto antes. No sólo los de nuestra sangre”.
Poco más que decir. ¿Y tú, con qué verso o poema o idea de Borges quieres hacerlo hoy más inmortal?