Mi lectura del Quijote, segunda parte, 74 – final

Jorge Luis Contreras Molina

En algún buen sueño fuimos héroes. Alguna mala realidad nos devolvió viles y chicos. Don Quijote, mientras Cervantes hizo el favor de preservarlo desquisiado, fue siempre un hombre elevado, claro, inconmovible. Ahora, horizontal, sufre de cordura. Está grave, con el signo de la muerte sobre sí.

El discurso de Quijano nos hiere hondo. Desdice a don Quijote. Nos desdice a todos los que hemos azuzado a Sancho para que se vuelva héroe y libertador de Dulcinea. Desdice a todos los que nos hemos dormido dueños de una fuerza moral y física más grande que los everest y tajumulcos. Desdice a los suspiradores, a los enamorados de un holograma, a los que perseguimos una voz solo nuestra, a quienes poseemos el viento, a los asidores del ocaso porque esconde una cierta aventura llena de monstruos y princesas.

Ni Carrasco, ni los otros implicados en la sanación del Quijote saben recibir al nuevo hombre. Quijano es ahora, por virtud de cierto largo sueño, un mortal común como lo son ellos. Hacen un último esfuerzo. Quieren despertar al gigante. Dulcinea está desencantada. Nada sirve.

Testamento. Sancho, su lealtad, merece todo el dinero. Inclusive reinos si alguna vez los hay. Lo demás es cosa corriente. Salvo alusiones a bodas cuyo único requisito es que el novio no sepa de caballeros andantes.

El Quijote es el testimonio eterno de que los hombres no somos mortales. Muere cuerdo. Loco vive en cada sueño que nos eleva de la falsa condición de mortales pusilánimes. 

Cervantes mató las novelas de caballería. Construyó la leyenda. A la grupa del Quijote muchos hemos querido cabalgar. Para sentir. Para vivir.

Vale.

MuerteQuijote

—Fin—

Mi lectura del Quijote, segunda parte, 72-73

Jorge Luis Contreras Molina

cide-hameteCuestiones de identidad ocupan al lector del setenta y dos. Vencido y autocastigado camina el Quijote. Pero sigue imperturbable. Queremos esa voluntad férrea. Ansiamos una pizca de la serenidad del que ha cumplido con la tarea grande. La de buscarse la felicidad a través del bien. Quijano está en su aldea. Solo va a esperar el plazo. Ni él, ni otro pueden reprocharle un paso de menos, o una pasión recortada, o un esfuerzo guardado. Ha sido. Se ha brindado. Vivió su visión de sí mismo. Se imaginó y se realizó. Lo demás (Avellaneda y su perversión) es hojarasca. Cide Hamete es el dueño de la verdad, y sabe cómo contarla. 

El nuevo proyecto asusta a las mujeres y entusiasma falsamente a los hombres. Sancho convenció a su mujer e hija de que las apariencias son, casi siempre, falsas. Es bienvenido porque vino y porque lleva dinero consigo.

Antes, Cervantes nos asombra. De pasada. Shakespeare arranca muchos de sus grandes dramas con enigmáticos oráculos, premonitores espectros, brujas sabedoras del futuro, infames presagiadores de nuevas y seguras tragedias. El Manco de Lepanto ha puesto liebres y frases tiradas a la aventura. Anticipan el final triste y sin ventaja para el soñador. Sancho quiere calmar a su señor. Nada puede calmar a su señor. 

Broch sabe decirlo mejor que yo. En la frente de don Quijote está escrito el signo de la muerte.

Mi lectura del Quijote, segunda parte, 68-70

Jorge Luis Contreras Molina

AltisidoraDormir y morir son gemelos infames, según la visión del Caballero de la Triste Figura. Don Quijote hace coplas, Sancho duerme. Las afrentas persiguen a los héroes. No les dan respiro. Ahora son atropellados por una piara que los humilla más allá de cualquier humillación posible. Don Quijote sabe que son solo ecos de su derrota. Debe sobrellevar la situación. Sancho tiene dudas al respecto.

Mientras don Quijote canta sus desvelos a una luna elidida y Sancho duerme desvergonzadamente, llega la mañana. Y llega también un pequeño ejército muy bien armado. Los compañeros son capturados y obligados a la inquietud del silencio.

La historia va de reversa. En procesión, los cautivos son llevados al castillo del duque. El narrador nos corta en el sesenta y ocho. Promete explicaciones en el sesenta y nueve.

Altisidora ha muerto. O parece que ha muerto. Hay un teatro. Hay música. Sancho es coronado. Con una de espinas; afrentosa.

Comienza la representación. Altisidora puede resucitar. Juegan los duques. Sancho debe participar en una ceremonia para que suceda. Una secuela de la liberación, aún pendiente, de Dulcinea. También depende de los golpes que debe darse Sancho.

Ocurre la representación. Dulcinea espera, pero Altisidora vive. Y vive para reprochar al hidalgo su desdén y para agradecer al escudero su nueva vida.

La vida es teatro. Solo una representación de los anhelos más grandes y de las miserias más viles. Llueve incertidumbre sobre el lector.

Todos mienten. En el setenta el autor nos explica los entramados. Hasta Sansón Carrasco tiene que ver con los sucesos de la madrugada. Todos quieren sanar a don Quijote. Aunque el duque no pierde ocasión para reír un poco. La sencillez de Sancho es un feliz insumo para los maquiavélicos planes de los abundantes burladores.

Altisidora explica, surrealista, su estancia, semimuerta, en las puertas del infierno. Diablos jugadores de pelota, libros en lugar de pelotas, tripas que salen del apócrifo para que vaya, pateado, derecho al infierno.

Don Quijote se defiende de todos (Avellaneda incluido). Vuelve Dulcinea. El discurso de don Quijote hiere a la resucitada. Desdeñada dice toda la verdad.

Ya se van del castillo. No se puede buscar aventuras. No se puede pelear lindas batallas. Gachos los ánimos, se dejan atrás, y muy lejos, los resproches. Muy a su manera, Sancho nos ha mostrado que tiene por su Teresa un amor muy grande. Para que no dañe al portador, este debe mantenerse ocupado. Consejos de un simple.

Mi lectura del Quijote, segunda parte, 66-67

Jorge Luis Contreras Molina

_quijote-2De las iniciales distancias entre señor y siervo con las que iniciamos nuestro conocimiento del gobernador y el caballero andante, hemos pasado a un diálogo de iguales. Ambos mantienen cierto tono de identidad, pero su relación se ha transformado radicalmente. Ya no vemos castigos, ni sumisiones, ni reproches elevados. Dos hombres van derrotados por la llanura. Oscilan durante días entre ideas disparatadas, y discursos cuerdos y elocuentes. La vida los redujo a potenciales aventureros que deben dormir durante un sabático innoble porque ni están cansados, ni buscan paz.

Aun hay tiempo para microaventuras. Las armas inútiles sirven de poco. Casi las dejan colgadas y rotuladas en un árbol. Sancho sigue quejoso, pero sesudo. Tosilos, un hombre del pasado, revisa la integridad de don Quijote. No hay cambios. El hidalgo afirma que el sirviente es un encantado que el mundo se niega a reconocer. Esto, claro, a don Quijote no le importa. Sancho sacia su hambre. Es del cuerpo. La de don Quijote es más difícil de calmar.

Como Shakespeare en sus tragedias más señeras, Cervantes juega con las palabras. Hace bromas. El signo de la derrota se lleva mejor con algo de humor. Sancho lo sabe.

Ninguna derrota auténtica puede estar exenta de malayas. Si Rocinante hubiera corrido más. Si el de la Blanca Luna no tuviera un caballo tan brioso. Ninguna condición humana puede estar exenta de la esperanza. Ya los héroes planifican su nueva vida pastoril. Hasta se rebautizan y se asignan papeles protagónicos en el drama del guardián de seres útiles, pero dóciles. Inclusive Sansón Carrasco podría figurar en el elenco. Es cuestión de saber. Y don Quijote sabe mucho de nomenclaturas y taxonomías. Entiende de amores y, sobre todo, de agradecimientos. A la vida, al cariño de sus damas enamoradas, al compromiso de su escudero, al destino que va forjando cada día. Con la cara cada vez más levantada hacia una estrella que por obviedad no hace falta nombrar.

Ya malduermen, ya malcomen, ya suspiran expectantes. Cada cual por lo suyo. Soñar saben.

Mi lectura del Quijote, segunda parte, 64-65

Jorge Luis Contreras Molina

quijoteyacePocos pueden presumir de honorables. Los burladores del bien persiguen un ideal inalcanzable. Solo don Quijote se sabe invencible en el terreno que vale: el de la fidelidad a una convicción gigante y noble.

Es la hora. De la nada, el caballero de la blanca luna se hace dueño del escenario. Reta, condiciona, vence. El contrato es fatal. Los lectores, sorprendidos, vieron, apenas, una playa, dos caballeros y un tope benigno. Don Quijote yace derrotado. Su propio honor, que a tantos conmoviera, lo obliga lleno de lágrimas a renunciar a su sino guerrero. Sancho sufre mucho. Siente que es el fin del mundo.

Los moros cristianos van y vienen, se salvan, se confiesan. Escapan del horror inquisidor. Tienen abogados sensatos. Ninguna alegría redime de semejante pena. El Quijote va sin armas. Un guatemalteco que sabe escribir endechas dijo (o soñé que dijo) muy a propósito: “Su vida fue un eco de gloria difuminado por una pesadilla“. La imprecisión probable de la cita se explica porque viene de mi niñez.

Sansón Carrasco, vil instrumento de malos seres, priva al mundo de un héroe de convicción. Con su cara falsa de luna nos deja sin héroe. En la playa queda también el suspiro del lector que habría preferido un maremoto repentino. Bien podría conjeturar abismos y valles de sombras. Sansón nos roba, iluso, la esperanza.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 57 y 58

Jorge Luis Contreras Molina

AltisidoraEstar inmóvil y cómodo se parece mucho a la muerte sin honra. Don Quijote añora la llanura. Su fuego lo mueve para que deje la sombra, y, en cambio, viva la única vida que merece ser vivida.

Van a Zaragoza. Con dinero. Con algunos sobresaltos amorosos. Inclusive una escaramuza entre el hidalgo y el duque.

Tenemos ocasión de escuchar el famoso discurso en el cual don Quijote hace apología de la Libertad. Desafía al viento con el anuncio de que la muerte es la posibilidad de la honra puesta como garantía ante la peligrosa empresa de la emancipación. El lector renace en cada línea. Hace suyo un eco de cuatrocientos años que lo invita a perder las cadenas. A desafiar.

Encuentran a ciertos transportadores (jaladores diría Asturias) de santos. Pequeñas estatuas cuyo descubrimiento dio pie a la demostración del vasto conocimiento que, en materia de ancestros ilustres y servidores de lo divino, posee el hidalgo.

Confirmamos que el valor de don Quijote no tiene limites. Audaz afirma que los augurios son solo hechos vacíos hijos de causas. Nada de voceros del porvenir. El destino se forja desde la decisión cotidiana.

Sancho no logra (o es simplicísimo o tiene déficit de atención) fijar su cabeza en discursos largos. No puede ni quiere filosofar en extenso. Cambia morboso hacia el affaire del amor y enamoramiento de cierta dama. El Caballero de la Triste Figura lo tiene claro: Altisidora es valiente y desinhibida en sus declaraciones porque ama al gigante hermoso que don Quijote lleva consigo.

Sancho está desconcertado. Feliz de la última aventura que fue de carácter virtual. Ni palos, ni penurias sufrieron los amigos. Pero, otra vez los encantadores. Redes verdes y raras se despliegan, según el caballero, para vengar su desconsideración hacia Altisidora enamorada.

Poco le importa al héroe que sean duras cadenas. Va a desbaratarlas como a suave bejuco. Aparecen dos jovencitas hermosas. Ambas han oído hablar de don Quijote. Lo admiran. Saben de Dulcinea. La valoran. Saben de Sancho. Lo escuchan.

No a la soberbia. Sí al agradecimiento. Respeto a la intención de obrar bien. Don Quijote pone, retador, a la ética y a la estética en su sitio.

Vienen los toros. Pasan los toros. El retador Quijote, y las bestias, y el escudero se ven arrasados. Molidos, contrariados, caídos. Nuestros héroes se rehacen y siguen su camino.

La gran literatura. Una voz barroca para decirlo.

Jorge Luis Contreras Molina

book-sculpture-01Conmovido en su condición de hombre, el lector que sabe de desvelos aparentemente estériles y de lágrimas arrancadas por entrañables desconocidos remotos en tiempo y espacio, se acerca a la gran literatura con su vitalidad humana como prenda.  Asombrado descubre que su llanto y su risa aún viven en la rendija fértil del filón de sí que no ha entregado a la vulgaridad chusca del entretenimiento chato.  Se descubre privilegiado mientras esconde su tesoro de lectura con la pasión estética del ser verdadero descombrado por la poética voz del creador distante dueño ahora del minuto místico de la vivencia plena.

Hay palabras que en los grandes libros se parecen a las del día a día pero se arraigan en el alma por virtud de la cadena de signos contundentes dispuestos de esa manera tan ajena al minuto cotidiano.

Es necesario abundar respecto del efecto contundente que la gran literatura ejerce en el espíritu del lector.  No proviene del valor per se del tema.  Joyce nos demostró magistral que un día trivial puede hacerse trascender.  El secreto está en la juntura de las palabras.  En la cadencia.  En el movimiento sutil esquivo que se desliza perplejo por las pautas de magia que van y vienen del mundo al universo creado.

El arte a través de la palabra no persigue enseñar; pero logra experiencias señeras de aprendizajes que sin pretensiones ampulosas calan en el ser lector.

La literatura es la invención ambigua de un mundo lleno de evocaciones que van, uno a uno, animando reflejos dormidos, caras conquistas, efervescencias viejas y nuevas… reminiscencias.

La gran literatura descontamina el sopor de una tarde, casi noche, de ruina y desleal abandono de aquello que realmente vale. Leer es vivir.  Cuando se nombran las voces eternas de quijotes y rampantes barones se está en goce vital.

Poco hay de moralizante en la literatura; pero el sino lector atisba el mal supremo y el bien mayor amalgamados en seres complejos que sin el ruido de lo superfluo anuncian su miseria y su grandeza para provocar hondas reflexiones éticas.

Por ambigua a la gran literatura se la puede transitar en sentidos diversos, en canales que hacen posible mil lecturas.  Por irónica, se burla finamente de nuestros prejuicios más acendrados con giros magistrales para lograr que la experiencia lectora se vuelva única y profundamente significativa.

Charles Dickens cumple 200 años

Europapress

Charles Dickens

La editorial Austral ha recuperado dos clásicos de Charles Dickens coincidiendo con el 200 aniversario del nacimiento del autor. Se trata de Los documentos póstumos del Club Pickwick, primera obra del novelista, y David Copperfield, considerada su obra más autobiográfica.

Los documentos póstumos del Club Pickwick catapultó al autor a la fama con sólo veinticuatro años. Publicada por entregas entre 1836 y 1837, las andanzas y despropósitos relatados en esta divertida historia se convirtieron no sólo en una de las más logradas obras del autor, sino también en un mordaz retrato de la época.

Por su parte, el poso autobiográfico que Charles Dickens dejó enDavid Copperfield, una de sus obras más importantes, convirtió este libro en el más cercano a su corazón. David, como Dickens, vivió una infancia feliz leyendo y asistiendo a la escuela, hasta que su suerte cambió. La trasmutación íntima de ambos, protagonista y autor, fue compleja y sutil, y aunque ficción y realidad no siempre coinciden, las desdichas de la niñez, el trabajo en la abogacía, la condición de escritor y varios personajes responden a la experiencia personal de su autor.

Dickens (Portsmuth, 1812 – Gadshill, 1870) ha llegado hasta nosotros como el autor más importante e influyente de la literatura victoriana. Sus obras y su peripecia personal, íntimamente relacionadas, plasmaron no sólo el pulso social de su época, también el terrible estado moral de una sociedad atrapada en la desigualdad y las convenciones.

El autor inglés experimentó la miseria, el éxito popular, la cárcel, el hambre… sólo logró cumplir con el más íntimo de sus anhelos, la libertad, entregándose a la literatura. Serían las críticas entusiastas de George Gissing y G. K. Chesterton las que encumbrarían a Dickens como el autor más importante de la literatura inglesa del siglo XIX.

En el río eterno de Borges

Winston Manrique Sabogal, Papeles Perdidos

Si a uno le preguntan por un escritor que represente o simbolice el libro y el mundo de la literatura es casi seguro que entre los elegidos esté Jorge Luis Borges (1899-1986). Su pensamiento y su creación literaria y su figura pasaron a ser, aún ya en vida, sinónimo de pasión y sabiduría literaria. Sin duda es uno de los autores en español más importantes del siglo XX, y uno de los más queridos por los lectores y más admirado por los propios escritores. La semana pasada Casa de América, de Madrid, la dedicó al autor argentino.

Por eso hoy, cuando se cumplen 25 años de su fallecimiento, quiero rendirle un homenaje, agradecerle los infinitos momentos de placer y enseñanza, e invitar a todos a recordarlo. Yo empecé a leer a Borges por el final. O casi. Fue con el cuento La intrusa, cuando estaba haciendo las prácticas de periodismo en Bogotá. Aunque sabía de su fama, prestigio y querencia por parte de los lectores, aplazaba siempre su lectura porque sabía de qué iban sus relatos y creía que no iba a descubrir mucho. ¡Error! ¡Craso error!. Después de La intrusa desandé el camino borgeano. Y con motivo del centenario de su nacimiento, 24 de agosto de 1899, escribí un reportaje en EL PAÍS titulado La última tarde Borges en Buenos Aires. Fue mi primer homenaje público a quien nos ha legado más qu elibros, historias, las del El AlephFicciones con tanto cuentos maravillosos en todos los sentidos, y tan adelantados para su tiempo que por eso gozan de una luminosidad admirable.

Y aunque me gusta muchísimo el Borges de los relatos, el Borges oral, el Borges de las conferencias con sus teorías y reflexiones sobre la literatura, la vida, la Historia, el tiempo, el espacio o la inmortalidad, Todo él confluye en el Borges poeta. Por eso voy a reproducir uno de sus poemas donde condensa gran parte de su universo siempre en expansión:

Arte poética

Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.

Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,

ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.

A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.

También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.

Con estos versos del cosmos borgeano rindo homenaje a ese hombre que escribió que alguien es inmortal mientras se le recuerde: “La inmortalidad está en la memoria de los otros y en la obra que dejamos. (…) Sé muchos poemas anglosajones de memoria. Lo único que no sé es el nombre de los poetas. ¿Pero qué importa eso? ¿ Qué importa si yo, al repetir poemas del siglo IX, estoy sintiendo algo que alguien sintió en ese siglo? Él está viviendo en mí en ese momento, yo no soy ese muerto. Cada uno de nosotros es, de algún modo, todos los hombres que han muerto antes. No sólo los de nuestra sangre”.

Poco más que decir. ¿Y tú, con qué verso o poema o idea de Borges quieres hacerlo hoy más inmortal?