MAX – Babelia, El País
El autor de El proceso no fue un dibujante tímido o dubitativo. Sus dibujos tienen agilidad, intención y nervio. La edición de 41 de ellos, acompañados de fragmentos de sus textos, lo presenta como un precursor de la estética futurista.
Goethe, Victor Hugo, William Blake, Lewis Carroll, García Lorca, Dino Buzzati, Bruno Schulz… Todos ellos han tenido algo en común además de ser escritores: también fueron dibujantes. El caso de los escritores que dibujan, menos excepcional de lo que a primera vista pudiera parecer, solo ha empezado a merecer cierta atención en años recientes gracias a exposiciones o a libros como Y además saben pintar: escritores, creadores de palabras, creadores de imágenes, de Donald Friedman (Maeva, 2007). Es aún poco sabido, sin embargo, que uno de los escritores más influyentes del siglo XX, el que probablemente mejor supo expresar a través de la escritura la angustia consustancial a su tiempo, también dibujaba. Kafka expresó en muchas ocasiones y a diferentes personas su pasión por el dibujo, y al parecer nunca dejó de practicarlo. Pero también comunicó a su amigo Max Brod, en su carta-testamento de 1921, su deseo de que sus dibujos fueran destruidos junto a su obra literaria a su muerte. Aún hoy, la extensión de la obra dibujada de Kafka es un misterio. Se sospecha que varias cajas de seguridad en bancos de Zúrich y Tel Aviv pueden contener dibujos inéditos de Kafka. Pero las hijas de Ilse Esther Hoffe, asistenta de Max Brod, y herederas de su legado, se niegan obstinadamente a dar a conocer al mundo el contenido de las mismas.
La editorial Sexto Piso publica ahora un precioso y cuidado volumen con la totalidad de los dibujos de Kafka conocidos y publicados a fecha de hoy -apenas una cuarentena- en edición de Niels Bokhove y Marijke van Dorst. Los editores han optado por presentar los dibujos asociándolos a fragmentos literarios procedentes de novelas, relatos, diarios o cartas del autor. El conjunto es extraordinariamente heterogéneo desde el punto de vista estilístico. Junto a la media docena de dibujos más conocidos hasta ahora, suerte de serie a la que Max Brod bautizó como “marionetas negras de hilos invisibles”, encontramos bosquejos procedentes de sus cartas y diarios, de cuadernos de apuntes de su época de estudiante, de postales y hojas sueltas que Max Brod fue conservando oportunamente. A tinta o a lápiz, casi todos ellos transmiten la sensación de estar dibujados espontáneamente, a vuelapluma, sin aparente trabajo preparatorio ni retoques o correcciones posteriores. Lamentablemente se desconoce la datación de la mayoría de las obras con lo que resulta extraordinariamente difícil apreciar la evolución de Kafka como dibujante. Uno estaría tentado de suponer que las “marionetas negras”, por su potencia visual y su contundencia en el trazo, fueron su obra de madurez plástica. Pero el mismo Kafka da al traste con toda conjetura cuando en una de sus cartas a Felice Bauer escribe: “Fui, en otro tiempo, un gran dibujante, pero comencé a tomar lecciones de dibujo escolar con una pintora mediocre y eché a perder todo mi talento”.
Encontramos en el volumen dibujos que, por su increíble dinamismo, prefiguran la estética futurista. Hay también obras deudoras del Jugendstil de la revistaSimplizissimus. Encontramos un autorretrato a lápiz, duro y extraño, pero que sin embargo nos devuelve la exacta imagen que conocemos del rostro de Kafka a través de las fotografías. Hay una viñeta genial y exageradamente grotesca, titulada por el propio Kafka Solicitante y noble mecenas, una de las pocas que desbordan humor. En ciertas ocasiones Kafka opta por dibujar cuando, en sus cartas, reconoce que le será complicado hacerse entender mediante la palabra. Son encantadores, en este sentido, los dos dibujitos, casi diagramas, sobre las maneras de cogerse del brazo dos personas al pasear que le envía en 1913 a su prometida Felice Bauer. La mayoría de los dibujos comparten una cualidad angulosa, dura y nerviosa. Las seis “marionetas negras” revelan quizá una voluntad de estilo en plena consonancia con la vanguardia del momento en Centroeuropa, el expresionismo. La contundencia de la mancha negra y las posturas tensas, que no rígidas, de esas figuras alargadas son tremendamente modernas para su tiempo, pero también para el nuestro, cien años después. No en vano algunas de ellas se siguen usando aún como ilustración de portada para ediciones de sus obras.
Kafka no fue un dibujante tímido o dubitativo. Sus dibujos tienen agilidad, intención y nervio. Y quizá podamos empezar a entrever algo de su actitud íntima hacia el acto de dibujar en las observaciones que hizo a Gustav Janouch en 1922 y que este recogió en Gepräche mit Kafka: “Mis dibujos no son imágenes, sino una escritura privada”. Kafka fue, pues, también un precursor en pensar el dibujo como otra forma de escritura, una actitud que está precisamente hoy en el núcleo de las más interesantes aportaciones creativas de las últimas generaciones de dibujantes.
Dibujos. Franz Kafka. Edición de Niels Bokhove y Marijke van Dorst. Traducción de Fruela Fernández. Sexto Piso. Madrid, 2011. 144 páginas.