Como homenaje a nuestra querida amiga y maestra, compartimos uno de sus poemas:
Eros
Y…
quedaste únicamente tú,
implacable Amor,
cuando Dios se desmoronó
en mis manos
carcomido de silencio
e inalcanzable altura.
Tú y tu dulzor terrible.
Solos y únicos
a la hora pavorosa
de la cuenta estricta,
cuando todo se nos vuelve
mínimo y sin peso,
infinitamente oscuro.
Tú, Dios total,
poderoso y absoluto,
en el sitio preciso de la Nada;
sobre el desolado
territorio del alma,
entre cadáveres
de arcángeles tristes,
soñadores de intacto
fulgor de estrellas.
Tú ¡íngrimamente!
en el enorme vacío
sin palabras,
Y, aunque sólo seas
relámpago efímero,
salto voraz
sobre otro cuerpo
que hacemos
transitoriamente nuestro;
urgidos de anular el límite
de nuestra piel
y naufragar en otra
como en un mar
de oscuros éxtasis.
Tú y tu fugaz olvido
sobre la compartida almohada,
entre la tibia intimidad
de las sábanas,
bajo la noche espesa
de preguntas.
Tú, Rojo Dios,
que haces arder
carne, uñas, cabellos, dientes,
y…hasta el duro
glaciar
del corazón cansado
de triturar alas rotas
y el esqueleto amargo
de los sueños.
Solo vi a Luz una vez. Llena de calidez y de vitalidad estaba su voz cautivadora. Sus frases fueron sencillas, cotidianas, espontáneas; pero reflejaban a la escritora diáfana, dueña de la situación, segura de haber hecho el sendero por la mejor vía: la de la creatividad valiente. No tuvo que decirme que era osada, yo y todos los que la vimos podíamos percibirlo en su mirada profunda y en su sonrisa verdadera, carente de histrionismos.