Jorge Luis Contreras Molina
No divinas, pero sí bellas, y mucho, son las palabras del veintiséis. Nombres moros, música en dilectas voces que designan a personajes singulares dormidos eternamente en la magistral relación de hechos que asombra mientras mueve a la risa y al llanto.
El mono sigue allí. Su polifacético amo es ahora titiritero. Representa con dramatismo sagaz todo el folclore de un rescate con ingredientes de aventura y acendrado heroísmo. Los fugitivos son seres buenos que escapan jalados por los hilos de Pedro mientras los espectadores contemplan boquiabiertos que a punto están de la recaptura.
El de la triste figura cae, otra vez, preso de su valeroso temple de caballero andante. Arremete contra los villanos hasta desmantelar malamente el teatro. El hidalgo ha evitado que en su mundo triunfe la injusticia. En el real hay un conglomerado de cosas rotas.
Desde la liberalidad de su señor Sancho, mandatario paga indemnizaciones al agraviado artista. Los que tienen colas machucadas hacen un mutis vergonzoso. En la escena queda, y no hay necesidad de más, solo don Quijote, héroe. Ya habrá (siempre hay) tiempo para la vileza y la insana búsqueda de la salida fácil y la explicación justificadora del doblez timorato.