Martín Fernández Ordóñez
Dedicado a mis nuevos amigos, con quienes compartí algunos paseos inolvidables: Elena, Aida, Annia, Gia y Liang.
A manera de introducción
Del 14 al 26 de septiembre de 2015 tuve la inmensa suerte de ser acreedor de una beca por parte del ICCROM[1], para tomar parte en un curso titulado RE-ORG China- International Workshop. Se trata de una metodología desarrollada por este organismo parte de la UNESCO, para apoyar a cualquier museo del mundo a ordenar y reorganizar sus depósitos, los cuales albergan y protegen a la mayor parte de objetos que poseen. Esto obedece al hecho de que, por muy grande que sea un museo, lo normal es que cuando los visitamos únicamente tenemos acceso a un 5 % – 10 % del total de la colección. El resto permanece guardado por varios motivos de carácter curatorial, pero ante todo prácticos: sería imposible e insoportable para el visitante que un museo expusiera el total de su colección. Museos gigantes y virtualmente inabarcables como el Louvre, tendrían que construir infinitas galerías más, si todo lo que poseen fuera destinado a la exhibición. Por esta razón es mejor que se practiquen buenas rutinas de rotación de los objetos y que todo lo que no está expuesto se mantenga almacenado de la mejor manera posible.
He pretendido relatar detalladamente lo que experimenté, observé, identifiqué y sentí durante este primer viaje que hice a la China. Tengo claro que tres semanas no bastan para comprender a cabalidad una cultura tan compleja como la del Celeste Imperio, por lo tanto no es mi deseo llegar a conclusiones demasiado simplistas. Mi principal intención es compartir con el lector mis primeras impresiones y describir aquellas situaciones que llamaron particularmente mi atención.
Parte 1: Chengdu
La llegada
Las 12 horas y media que dura el viaje desde Los Ángeles a Shanghai prácticamente no se sienten. Entre sueños breves, lecturas y una película tras otra el tiempo pasa volando.
Antes de salir de Guatemala, todavía no me creía que estaba a punto de viajar a la China, no me parecía posible. La sola idea de la China, de sus estilizadas pagodas y exóticos paisajes que estudié hace años en la universidad, era poco más que un telón de fondo distante y borroso en el aglomerado teatro de mi imaginación.
Mi primera imagen de la China fue la sala de espera del aeropuerto Pudong de Shanghai, su imponente arquitectura moderna y sus tiendas vendiendo unos cangrejitos verdes muy extraños en forma de paquetitos que me recordaron a los tamales guatemaltecos.
Un par de horas después llegaba al aeropuerto de Chengdu, la ciudad donde pasaría las próximas dos semanas. Tomé un taxi y tuve que enseñarle el mapa con la dirección del hotel al taxista, porque no hablaba ni una palabra de inglés. Ni él ni casi nadie más en aquella ciudad enorme, pero poco cosmopolita.
Lo que observé por la ventana durante el trayecto al hotel eran amplias calles bien construidas, muchísimos edificios de la época comunista con grandes rótulos luminosos sobre ellos, pasos a desnivel y muchos árboles.
Al llegar al hotel encontré un vestíbulo amplio y un poco ostentoso que me recordó los hoteles de los años 80: mármoles en el suelo y columnas, muebles chinos y a un par de amables recepcionistas con quienes me comuniqué principalmente por medio de señas. Como llegué a tempranas horas de la madrugada, luego de algunas horas de sueño decidí salir a conocer los alrededores: estaba ansioso por empezar a armar en mi cabeza una estructura visual más realista de este fascinante país. En el cuarto del hotel encontré un mapa de la ciudad en chino, de modo que entre ese mapa y el que había impreso cuando me mandaron la información del hotel, logré más o menos identificar en qué parte de la ciudad me encontraba y cómo podía llegar al lugar en donde estaba el museo en el cual tendría lugar el curso.
…continuará.
[1] ICCROM, International Centre for the Study of the Preservation and Restoration of Cultural Property.