Guillermo Altares, El País
Alatriste vuelve, cinco años después de la última novela y 15 después del inicio de la serie literaria de Arturo Pérez-Reverte. Este soldado cansado viaja a la peligrosa Venecia del XVII en El puente de los Asesinos. Pero el telón de fondo es el mismo: la España descarnada y violenta del Siglo de Oro, la época que para bien y para mal nos forjó como país.
Puesto a maltratar y degollar infieles, argumentó, prefería a los que eran capaces de defenderse. Y en eso seguía, azares de la vida, casi veinte años después”. En uno de los momentos clave de la serie, al principio de la ya penúltima entrega, Corsarios de Levante, el Capitán Alatriste recuerda los tiempos duros en que, tras más de una década combatiendo en los campos de batalla europeos en el Tercio de Cartagena, acabó participando en la represión de los moriscos españoles. Degollinas, violaciones, saqueos, salvajadas en un universo, el suyo y quizás el nuestro, despiadado. “Todo el mundo tenía asuntos que ajustar en aquella turbulenta frontera mediterránea, encrucijada de razas, lenguas y viejos odios”, prosigue el relato. “Como diría mi amigo Élmer Mendoza: ‘Son las reglas”, señala Arturo Pérez-Reverte para explicar la amargura y las contradicciones de su personaje. “Era una España muy difícil, muy cruel y muy descarnada, pero incluso en ese escenario todo tiene un límite. Alatriste se mueve por códigos, maneja unas reglas básicas a las que se acoge”, prosigue el escritor español para definir un personaje que puede ser, sin remordimientos, a la vez un héroe y un asesino a sueldo.
Tras cinco años de ausencia, el viejo Capitán, el narrador Íñigo Balboa (cada vez más curtido, más alejado de aquel muchacho ingenuo que conocimos en las primeras entregas), Quevedo y un buen puñado de personajes regresan con El puente de los Asesinos, que Alfaguara pone en las librerías el próximo jueves, en un año que además coincide con el decimoquinto aniversario de la primera entrega de la serie. La nueva novela, que transcurre en Venecia, es la séptima y están previstas dos más, La venganza de Alquézar y Misión en París, salvo que su autor, o su personaje, rectifiquen y decidan seguir más allá.
Muchas cosas han cambiado -en España, en el mundo, en la literatura e incluso en el pasado- desde aquella última semana de noviembre de 1996, cuando los lectores se toparon por primera vez con la ya mítica frase: “No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente”. Una de ellas es que Alatriste pasó de ser la idea disparatada de un escritor, en cuyo éxito no confiaban demasiado ni él ni sus editores (aunque un auténtico novelista no escribe para vender libros, escribe porque tiene que hacerlo) a convertirse en una de las series novelescas más importantes de la literatura en castellano. Y su dimensión no se mide por la cantidad de ejemplares vendidos (monumental), sino por la relación que establece con sus lectores.
“Lo mejor de Alatriste es que me permite volver a mi verdadera patria que, como muy bien explicó Fernando Savater, es la infancia recuperada a través de la literatura, de las grandes novelas de peripecias”, explica Alexis Grohmann, profesor de la Universidad de Edimburgo, experto en la narrativa de Pérez-Reverte (está a punto de publicar un ensayo sobre su obra). “Alatriste me permite viajar a través de la narración pura a esa ‘brumosa tierra natal de nuestra alma’, nada menos que a los cimientos de nuestra condición humana. Por eso vuelvo a esa tierra ‘con previo fervor y con una misteriosa lealtad’, que es como Borges dijo que se leen los libros clásicos”, prosigue. Estas palabras, expresadas varias veces con ideas similares por personas muy diferentes a lo largo de la preparación de este texto, demuestran que Alatriste es más que un libro. Sigue leyendo