Magalí Villacorta de Castillo (*)
En una soleada mañana el maestro, con su acostumbrada afabilidad y sencillez, abre las puertas de su estudio para que yo, una aficionada a la pintura, pero neófita en las técnicas utilizadas y en los rigurosos caminos que un artista debe recorrer para consagrarse en la manifestación de su arte, pueda disfrutar de ese lugar en el que cada día plasma en sus lienzos la riqueza que lleva dentro.
El lugar es acogedor, en el centro está un caballete y sobre él, la obra que tiene en proceso, un paisaje que representa un pueblo del altiplano guatemalteco. Tubos de pintura en tonos cálidos y fríos, pinceles, lienzos en proceso de elaboración, cuadros ya terminados que conforman su propia colección, catálogos de grandes artistas de todos los tiempos y archivos con las fotografías de trabajos realizados a lo largo de su carrera nos rodean, todo esto en un ambiente ordenado y lleno de luz, envuelto en las notas de un concierto de Beethoven.
El maestro Mazariegos Rodríguez canta con su obra a Guatemala, a sus costumbres, a sus pueblos, a los humildes campesinos que día a día cultivan la tierra y con amor cuidan de sus animales, no permite que olvidemos aquellos pueblos con casitas hechas de adobe y coronadas con tejas de barro, paisaje que la naturaleza destruyó hace tantos años dejándonos en su lugar otras muy distintas, frías, cubiertas con láminas brillantes.
Tantos homenajes de que es objeto el maestro Mazariegos, son una forma de decirle gracias por no permitir que olvidemos lo que en realidad somos, un pueblo laborioso y amable que atesora con celo sus costumbres de siempre.
(*) Magalí Villacorta de Castillo es alumna del Diplomado en Arte del siglo XIX del Neoclasicismo al Posimpresionismo, Departamento de Educación – UFM.