Nicholas Birns, publicado en el diario El País
La literatura de un país hecho con partes de todo el mundo protagoniza un fenómeno global y multilateral. Escritores de prestigio cuyas obras han alcanzado un registro intelectual posmoderno.
¿Volverá alguna vez otro australiano, después de Patrick White en 1973, a ganar el Premio Nobel de Literatura? Hay varios autores a tener en cuenta, sin olvidarnos de que el nacido en Sudáfrica, J. M. Coetzee, residente ahora en Australia, puede ser considerado como otro australiano galardonado. Las inteligentes, sofisticadas y a menudo sumamente divertidas novelas de Peter Carey no sólo han escarbado en los oscuros rincones de la historia, sino que han planteado ciertas cuestiones cruciales sobre su propio tiempo, siempre referido a Australia y, en su reciente obra maestraParrot and Olivier in America, a Estados Unidos. Carey ha mostrado en esta novela una habilidad, lograda también por otros escritores australianos, para analizar otros países y otras culturas antiguas desde una nueva y revitalizada perspectiva. Ransom, la más reciente novela del compadre de Carey, David Malouf, hace lo mismo: a partir del último libro de La Ilíada, rehace la pasional escena de Aquiles devolviendo el cuerpo del guerrero muerto a su padre de una forma totalmente novedosa. Un poco más difícil es el escritor Gerald Murnane, un experimentalista en la onda de Borges o Calvino. Su última novela, Barley Patch, le coloca en la cima de su más pura idiosincrasia. Y no podemos olvidarnos del coloso de la poesía australiana, Les Murray, cuyo análisis del hombre común, su sorprendente erudición y su exultante lenguaje le convierten en una de las mayores figuras literarias mundiales.
Todos los escritores arriba mencionados han destacado al desplegar lo que la crítica Maeghan Morris ha llamado “escasa originalidad positiva”, tomando temas e historias de otras partes del mundo occidental y proyectando sobre ellos una novedosa y singular perspectiva. No obstante, los escritores australianos también han sabido explorar la historia de su propio país. Las últimas novelas de Kate Grenville exponen la cara oscura del asentamiento del hombre blanco en Australia, mostrando la crueldad con que fue tratada la población indígena a la que no ofrecieron ni la más mínima dosis de respeto humano. El tema de lo aborigen emerge ahora como un polo de atracción incluso para los autores blancos, sobre todo tras la decisión legal de 1992, la Mabo, que reconocía a los indígenas tierras y derechos. Autores accesibles y entretenidos como Andrew McGahan han explorado el renovado interés de este asunto. Los propios indígenas australianos han comenzado a producir con generosidad, desde la sabia y satírica literatura posfeminista de Anita Heiss hasta el realismo mágico de Alexis Wright o la meditación autoconsciente de Kim Scott. Sigue leyendo