Jorge Luis Contreras Molina
Conozco la noche. Nadie sabe más que yo de silencio, de negación, de oscuridad impermeable y perenne, de reflexiones absurdas, del motor que imagina nublado por ciegos seres. Me quedan veintinueve días. Esto si aplico la inteligencia, la ley de los promedios y algo de la teoría de la probabilidad a las escuetas palabras del eminente doctor que hablaba de los plazos fatales como si viera llover. Pérdidas. De la memoria, graduales de ciertas funciones, repentinas de otras. Evadía la predicción. Si la dieta, si el clima, si los medicamentos, si el sistema inmunológico. Por fin acudió a cierta valentía que había olvidado. Entre uno y seis meses.
Sé mucho de laberintos. Nadie conoce mejor que yo la renuncia disfrazada, la esperanza poblada de inmoral rebeldía, el ir y venir montado en el péndulo de lo que quise, de lo que pude, de lo que debí ser. Hacer algo por la vida. Dejar el mundo mejor que como lo hallé cuando agosto en Totonicapán, dijo Felipe. Sucedió con cierta alegría. Varón, el primero, largo y fuerte, de piel clara, igualito a la imagen del abuelo que era casi un mito de la familia.
Memoria sensorial. Recuerdo tibias lágrimas viajeras, nobles brazos llevados al límite para resistir el embate hostil de alguna fiera imaginaria, pies perfectos deformados por el peso implacable de una labor destinada a las bestias, música feliz de un tiempo que se agosta hasta dejar de ser.
Aprendí a descifrar la vida. No toda. Solo ciertos fragmentos elegantes que conseguí en la tienda de sueños donde el porvenir se ofrece en cien cómodas cuotas. Cierto día de marzo recibí el beso que me marcó. Uno puede llevar este signo incluso cuando arrugas prematuras y parásitos hambrientos de vida han afeado un rostro que merecía un mejor destino.
Veintinueve. Ojalá no supiera contar. Ojalá soñara. Ojalá el mareo que produce ver y no al horizonte cotidiano fuera únicamente uno más de esos días informes que moldean las vidas. Quizá no nací en agosto, quizá ella no me besó, quizá los cien estudios y tratamientos falsos fueron un mal sueño, quizá tenga tiempo de visitar otra vez al que mira la lluvia, quizá este grito es un sordo reflejo que el espejo de los sonidos deforma con cierta malicia.