BORJA BAS, El País
La respuesta, en ‘Filosofía zombi’, finalista del Premio Anagrama, de Jorge Fernández Gonzalo. Una reflexión sobre la ‘zombificación’ posmoderna.
En su obra maestra, Las palabras y las cosas, Michel Foucault abordó el problema del lenguaje como signo de identificación. Un signo que había ido mutando a lo largo de los tiempos hasta desmontar el significado de las ideas y los conceptos. Atisbaba así el vacío al que se abocaba el hombre posmoderno. Su publicación, en la Francia de 1966, suponía un revulsivo más frente a una cultura en descomposición que acabaría derivando en las revueltas de Mayo del 68. No es tan casual que justo ese mismo año un joven estadounidense estrenara en supurante blanco y negro La noche de los muertos vivientes. La cinta, por encima del alegato antibelicista, manifestaba ese miedo al otro que ha alimentado tantos estudios filosóficos en el siglo XX.
Con la obra de George A. Romero y de Foucault como puntales indispensables, Jorge Fernández Gonzalo (Madrid, 1982) ha elaborado Filosofía zombi, finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2011. A diferencia de la mayoría de compendios sobre el zombi como llamativo habitante de la cultura pop, el autor propone una filosofía-lego “o un contagio de ideas” sobre los mecanismoszombificados de la sociedad actual. “Estoy convencido que tanto los fieles seguidores del Premio Anagrama, que se mostrarán reticentes en un principio, como quienes busquen el zombi en su condición de fenómeno mediático se van a llevar sorpresas. Se puede conectar con su lectura a ambos niveles”, garantiza. Y asegura: “Me congratulo de haber escrito un ensayo duro partiendo de un tema popular, porque uno de los modelos con los que tengo que bregar es esa moda de libros donde se habla de filosofía y superhéroes, teleseries, vampiros o los Simpson; en los que, más que interés por desarrollar un concepto filosófico, se cae en un didactismo casi infantil”.
Lo que comenzó como un chiste privado acabó en una redacción febril a lo largo de un mes tras presentar su tesis sobre la poesía de Claudio Rodríguez. “En principio, parece que no tiene mucho que ver, pero había tenido que consultar la obra de muchos filósofos del lenguaje, como Derrida, Deleuze o el propio Foucault, cuyos pensamientos resultaban perfectamente aplicables a una teoría de lo zombi”.
Para comprender en qué consiste la filosofía zombi basta con asomarnos a nuestra realidad cotidiana. O mejor dicho, a su espejo deformado. “El muerto viviente representa a la horda moderna”, clarifica su autor. “Nos plantea, a la vez, cierto miedo y atracción. Yo no parto de la idea del no-muerto como agente pernicioso. Esa es la metáfora de hace unos años: el zombi como ser descerebrado. Yo creo que sirve como representación de todos nosotros”.
Y nada mejor para ejemplificar la pandemia que el desarrollo voraz de Internet, ese no-espacio donde “estamos todos conectados y a la vez separados. Eso es la horda zombi: la suma de individuos que no forman una comunidad. De ahí el miedo irracional que puede llegar a despertar la Red, porque representa una especie de plaga bíblica en la que nosotros no somos el personaje, sino parte de la plaga. Maurice Blanchot lo resumía muy bien con el término irrelación: lo que nos une a través de Internet es nuestra falta de relación”.
Con todo, la cultura popular reciente nos ofrece abundante material para elaborar nuestra propia lectura zombi del mundo, desde los carnavales de vísceras de serie B hasta la espectacularidad de los videojuegos y películas de Resident Evil, pasando por el cómic de Robert Kirkman The walking dead y su exitosa traslación a la televisión. Su creciente presencia se debe a que, según razona Fernández Gonzalo, “es una figura ficticia que da una cobertura eficaz a un conglomerado de experiencias incómodas reales: el miedo a la masa, a la pérdida de identidad… Transforma nuestro desasosiego en formas de violencia simbólica expresadas a través de la situación conflictiva a la que se ven abocados los supervivientes. Casi siempre vuelven a un cierto estado de animalidad y en algunas ocasiones, como en The walking dead, esa lucha se expresa más de una manera interna que contra los infectados”.
Si atendemos a Baudrillard, esas imágenes se construyen para producir una catarsis. La realidad ya no nos sirve de mucho, queremos hiperrealidad. “Por eso en estos tiempos importa el zombi, importa la pornografía -que es una hiperrealidad del sexo- e importa la política como espectáculo televisivo, no como programa electoral. Vivimos una especie de deontología hipermediática que nos desvincula del acontecimiento”, concluye.