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Cine Arte: The Rape of Europa
Los murales de San Bartolo y el Popol Vuh
Cine-foro “Oh, Jerusalén”
¿Por qué debe interesarnos estudiar el idioma?
Miriam Castellanos (*)
Porque por medio de este podremos conocernos, saber quiénes somos, y hacia dónde nos dirigimos. Y en la medida que lo logremos, conoceremos al otro… a usted, a usted y a todos, a través del uso que le demos al idioma. Para Oliver Holmes: «Toda lengua es un templo, en el cual está encerrada, como en un relicario, el alma del que habla».
El viaje que mis compañeros y yo emprendimos gracias a este diplomado, fue uno hacia las entrañas mismas del tesoro más valioso que pudieron heredarnos… el idioma, nuestro idioma español.
El primer paso fue aguzar el oído; y aunque conocíamos los sonidos, nos familiarizamos con la dulzura y la agresividad, el énfasis y el titubeo, la pasión y la amargura de muchos de ellos. Poco a poco danzamos con las inflexiones, que hacen de las palabras, el inicio o el fin del diálogo sonoro. El canto de sirenas nos embrujó; y así, nos llevó a contemplar la creación de palabras, de frases, de la historia misma.
Los sonidos son uno y todos a la vez. Se unifican y se diversifican en, y para la creación. El océano de ecos por el que transitamos, inmenso y portentoso, nos condujo hacia tierra firme, en donde nos adaptamos a las palabras, su esencia y sus cambios.
Ya en terrenos de las voces, nos dispusimos a comprender sus relaciones. Aprendimos más que gramática; comprendimos que las palabras son “entes sociales”, que necesitan la compañía de otras, para cumplir su misión. También identificamos a las solitarias, que si habitan solas, es porque su carga es: intensa, vigorosa, rotunda y completa.
Como todo ser libre, las palabras juegan diversos papeles, aunque no todos son permitidos, y el habla insista en ordenarlas a su parecer. Es aquí donde la norma se encarga de ubicarlas y explicar el porqué de su correcta disposición. Neruda, al respecto, graciosamente dijo: «Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció». Esto significa que, aunque la lengua se apoye en la norma, el habla, rebelde, se expresa con total libertad. Está en nosotros educar al habla, para que vista galas de damisela sin perder su identidad.
Descubrir nuestra riqueza léxica nos ubicó; hizo que conociéramos y reconociéramos nuestras fortalezas y también nuestras debilidades en el uso de vocablos. Nos enteramos, también, de los cambios que la Real Academia Española dispuso para acerca el idioma a los usuarios.
Finalmente llegamos al encuentro del tesoro al final del arcoíris. Pudimos palpar la historia, conocer el origen y percibir el olor de los años transcurridos. Volvimos a escuchar a las palabras, pero esta vez, contándonos su vida, sus varios significados… los años de añejamiento.
También conocimos a las expresiones prestadas, a las heredadas, a las autóctonas, a las noveles, a las cultas, a las trilladas por el uso, a las caducas, a las técnicas y hasta las que aún no se han inventado en nuestro idioma.
Juntos, abrimos el cofre cuyo olor a conquista nos hizo escarbar. Nos maravillamos ante la amplitud y la profundidad de los varios diccionarios que existen. Aprendimos a ir tras la pista, a descubrir a la tatarabuela de algún vocablo o expresión, cuya procedencia o razón de existencia desconocíamos.
Nos complacimos al encontrar compiladas en un diccionario, muchas de las expresiones guatemaltecas pero también, nos entristecimos al saber, que un terreno tan fértil y basto como el de los guatemaltequismos, sea asunto que solo ha interesado a unos pocos.
Las palabras son testigos de los momentos del hombre, de sus hazañas, pero también del descuido y peor aún, del desprecio. El idioma es nuestra carta de presentación, nuestra esencia, nuestra idiosincrasia. El español es una lengua que tiene magia y policromía, que une pueblos, que trasciende, que crece y poco a poco va envolviendo a las naciones.
No podemos permitir que el nuestro, sea un español atropellado por el uso incorrecto debido al desconocimiento de sus normas y que esto lo lleve a perderse dentro de una nebulosa que lo condene a la putrefacción…
¡No podemos permitirlo!
El uso correcto del idioma no es una mera disposición social. Cada vez que empleamos incorrectamente la lengua, cuando no sabemos qué vocablo utilizar y rellenamos los espacios con expresiones ambiguas e imprecisas, estamos gritando a los cuatro vientos: ¡estos son nuestros límites!
Miguel de Unamuno fue muy acertado al respecto, cuando escribió: «La lengua no es la envoltura del pensamiento sino el pensamiento mismo».
El lenguaje también posee su ciencia… es una como cualquier otra, que requiere dedicación y esfuerzo, pero sobre todo, respeto y amor.
Leamos, investiguemos, consultemos diccionarios, escribamos, preguntemos a quienes saben y si sabemos, compartamos nuestros saberes para mantener vivo, vibrante y elocuente a este nuestro idioma, EL ESPAÑOL.
Muchas gracias.
(*) Palabras expresadas por la alumna Miriam Janeth Castellanos Salazar, durante la graduación del Diplomado en Lingüística Española el 11 de agosto, 2012, en el Auditorio Milton Friedman, UFM.
Medals and Tears: The Only Takeaways from the Olympics?
María Inés Flores
Since July 27th, I have watched as much television as I can. I normally don’t watch a lot of tv, but this phenomena occurs every four years: during the summer Olympic Games.
If you are a college professor, researcher, or staff member, perhaps you have not followed the Olympics news closely nor made it a priority to watch Michael Phelps, Gabby Douglas, Usain Bolt, and other world-class athletes perform. The other Olympic athletes – the ones who perform well but do not contend medals – have probably not grabbed much of your time at all.
But don’t worry, this is not meant to be an accusation of any kind. To most people, it makes sense that many academics limit the amount of time they spend watching Olympic sports, since they have a busy schedule and derive no concrete takeaways to enrich their work. True? False! Watching and discussing the Olympic Games can be a wonderful learning tool, applicable to many subjects and in many different ways.
Let us consider Francisco Marroquín University in Guatemala City, whose mission is the teaching and spreading of the ethical, legal, and economic principles of a society of free and responsible people. How are the Olympic Games relevant to this important mission? A good example lies in how performance is evaluated and rewarded in non-racing and other sports where the results are not obvious or measured by technology.
How do you we know whether Phelps or Le Clos won the men’s 200m butterfly? That’s easy: there’s an electronic scoreboard, which is connected to highly sensitive touch pads, which tells us. And how do we know who won the men’s high jump? Simple: Ivan Ukhov jumped 2.38 meters, which was 5 centimeters more than the closest competitor. There are no opinions, there’s no confusion or controversy. But how do we know whether the best female gymnast in the world is American Gabby Douglas, or the Russian Victoria Komova, whose beautiful and difficult floor exercise routine was expected by many to earn the 15.40 score she needed to surpass Douglas? Even for the few of us who can identify slight performance mistakes, Komova’s floor routine was nearly perfect, her score was too low. As good as Douglas is, Komova’s performance was superior on that event, that particular day, therefore she should have won the All-Around gold medal.
But rules mandate that the scores be awarded by the people who have chosen to be the judges. These judges, in turn, spend years studying the Gymnastics Code of Points and building their careers, often starting at beginner level competitions and escalating until they reach Olympic level judging. Finally, the rules delineate the amount of bonus points awarded for each skill based on its level of difficulty, as well as the points to be deducted for each type of mistake. So theoretically, at least, there shouldn’t be confusion or controversy here, either, but since people are deciding which athletes stand on the podium instead of the height of a bar or an electronic scoreboard, reality is, of course, a bit different. Judges are biased, have personal and political interests, and can err. On that day, many people felt that the rightful All-Around champion was Komova, but it was not our job to decide.
In sports like gymnastics and diving, are the scores always fair? Probably not, but there is a set of regulations in place, and these ought to be followed. There is a system whereby some people make (and change) rules, other people interpret rules, and others enforce rules. This is how a law professor introduces a lecture to his students, how it happens every day in court, and how it happens or at least should happen, at the Games in London right now.
In gymnastics competition, as in life, we may often root for the underdog, whether it is the first Chilean gymnast to ever qualify for event finals, or the employee charged with falsifying information and fired just two years away from retirement. For many reasons, it would be inspiring and wonderful for the Chilean gymnast to receive a medal for his great performance, but by the judges’ evaluation, he did not earn one of the top three spots. Therefor, there was no medal for him. Law professors would state that the rule of law applies. Likewise, we may sympathize with the 54-year-old supervisor who inadvertently did not report information on the manufacturing plant’s problems and lost his job, with no severance package and a sickly wife, but since he was contractually obligated to disclose all relevant information to management and failed to do so, immediate termination was the outcome. Once again, the rule of law applies … in the Olympic Games, in labor law, in life.
Another important takeaway from the Olympic Games is the International Olympic Committee’s sanction of the athletes who lost on purpose. Chinese, South Korean, and Indonesian badminton doubles players were losing on purpose, in order to compete with the desired team in the following match. Despite being booed by the audience and receiving a warning from the referee, the players continued with this behavior, until they were disqualified. [i]Olympic athletes who are representing their countries are obligated to put in their best effort… but is it a legal obligation as well as a moral one? We do know that athletes are sworn in by their home country’s Olympic Committee before departing for the Games, and everyone agrees that at minimum, this was poor sportsmanship, conduct unbecoming of the Olympic values. The IOC has mentioned the possibility of reimbursing the spectators who paid good money to see real badminton matches. In addition, both the Badminton World Federation and the IOC have committed to investigating the matter and taking further action, since they have declared that this is a very serious matter. I’m sure that my friends in academia will agree that this case, and many others throughout the Olympic Games, can help to teach the ethical and legal principles of a society of free and responsible people.
My favorite 2012 Olympics moments so far have been Kirani James trading name tags with legendary Oscar Pistorious, Aly Reisman putting her gold medal around her coach’s neck in symbol of their victory, Félix Sanchez sobbing on the podium as the national anthem of Dominican Republic played, and the most special of all, Eric Barrondo’s second place finish in the men’s 20 km Walk, which made him the first Guatemalan athlete in history to win an Olympic medal.
I don’t need to justify watching the Olympic Games… I simply love doing it! But medals and tears are not the only takeaways. I invite the super smart people in the academic world to consider watching, too: they could take away important lessons as well as contribute to passionate classroom discussion and learning!
Guatemala City, August 7th, 2012
[i] http://aol.sportingnews.com/olympics/story/2012-08-01/olympics-2012-badminton-players-lose-on-purpose-throw-the-game-kicked-out
El Quijote, anotaciones de un lector 19
Jorge Luis Contreras Molina
Capítulos 49 y 50
Cacofonías. Y la voz de Sancho es la del inocente ambicioso que se ha ido transformando gracias a la cercanía del hidalgo Quijote. Ya argumenta, ya anuncia que también el caballo está triste porque su amo no quiere entender que no hay encantamiento, que lo llevan a la mala, que le quieren vedar el derecho de ser, que le mueven el destino hacia la cordura indigna.
Y Sancho no es bueno para argumentar; pero es un hombre práctico que logra llevar al soñador hacia el terreno de la comprobación. Si el hidalgo fuera de la jaula hace lo que todos los humanos, entonces ha sido engañado. Y sucede. Don Quijote sale y vive su condición de normalidad; pero solo para anunciar que el hechizo es muy poderoso, tanto que hasta le permite actuar como todos.
El canónigo sigue espantado por el género de locura del caballero. Los libros son culpables del permanente delirio del héroe. Lejos y volando está el Quijote que ahora arremete, con ciertísimos argumentos, contra falsas apariencias del canónigo. Como la canción, Amadís es más verdad que la verdad. Falso el negador de hazañas, falso el obtuso horizonte del letrado, falsa la prisión, falsas las voces, falso el mundo que se rebela contra el único que vive de verdad.
Los libros de caballería, y más esta parodia magistral, nos hacen mejores seres humanos, destierran la melancolía, sanan, nos hacen valientes, diligentes, de buena sangre, generosos, corteses, atrevidos, sensibles, estoicos, caballeros, quijotes.
Diplomado en Lingüística Española, septiembre 2012 – junio 2013
La noche en la que conocí a Frank Stella
Martín Fernández-Ordóñez
Dedicado a mi amiga Laura P. Stella
Durante una conversación como las que teníamos frecuentemente con mi amiga Laura en Florencia, mientras caminábamos por la Piazza San Lorenzo de regreso de almorzar en casa de nuestros amigos Siça y Ted, Laura me comentó que su padre era artista. Conforme la plática continuó, ella luego agregó que se trataba de un artista bastante “conocido en Nueva York”. Cuando yo le pregunté de quien se trataba, me dijo como si nada que su padre era Frank Stella. Yo tuve que detenerme y volver a preguntarle si había escuchado bien y si se trataba DEL Frank Stella, del archiconocido artista contemporáneo, el mismo que pertenece al círculo de Jasper Johns, contemporáneo de algunos de los expresionistas abstractos americanos, de los artistas apadrinados por el famoso y legendario galerista newyorkino Leo Castelli.
Ninguno de todos los que estudiábamos la maestría en Palazzo Spinelli sospechábamos que Laura pudiera ser hija de uno de los artistas más famosos del mundo. Ella misma es una persona muy sencilla, natural, divertida y una excelente amiga. Luego de aquella declaración en San Lorenzo, fui conociendo más detalles interesantes sobre la vida familiar y profesional del artista. Fue fascinante como en mi mente se fueron ordenando los diferentes eslabones de forma cronológica. La vida de Frank Stella se convirtió para mí en una especie de fantasía, como una historia que evolucionaba y se enriquecía en mi imaginación conforme Laura seguía compartiéndome historias y anécdotas familiares. Corría el año de 2005.
Aproximadamente dos años después, por distintos motivos y circunstancias, inicié una aventura en Nueva York la cual de dos semanas se prologó hasta casi un año. En ese entonces llevaba muchos meses sin tener contacto con Laura, ya que si bien ella no es muy buena para “keeping in touch”, al final dejó de responder mis correos y los números de teléfono que yo tenía parecían ya no ser los suyos. Empecé a temer que algo le hubiera pasado.
Uno de mis propósitos al estar viviendo en Nueva York, fue el de tratar de localizar a Laura lo antes posible ya que ella vivía allí. Pero, ¿cómo iba a encontrar a mi Laura Stella cuando en Nueva York había miles de mujeres con el mismo nombre? (hecho que confirmé consultando la guía telefónica).
Por suerte, las casualidades no existen. Me encontraba yo trabajando para la galería de arte Gary Snyder Fine Arts en un precioso “townhouse” de la calle 36 entre la 3ª. y 2ª. Avenidas, cuando una de mis tareas fue meter en sus sobres las invitaciones para una próxima inauguración. Nos repartimos los sobres entre los tres chicos que colaborábamos para la galería en ese momento, y mientras hacía mi parte, me tocó meter una de las invitaciones en un sobre dirigido nada más y nada menos que a Mr. Frank Stella.
Apunté discretamente la dirección y pensé que podría enviarle una postal dirigida a Laura, tal vez, si tenía suerte, llegaría pronto a sus manos. Escribí un breve texto avisándole que me encontraba en Nueva York, que llevaba mucho tiempo tratando de localizarla y que podía localizarme en tal dirección y en tal teléfono.
A los dos días recibí su llamada. Me contó que casualmente, el día anterior había ido a ver a su papá (cosa no hace con mucha frecuencia) y que la esposa de su padre le dijo que le había llegado una postal. Me contó que había perdido contacto con muchísima gente pues se le habían borrado sus direcciones del correo electrónico y que además, se había cambiado de casa, que no sabía como localizarme y que había deseado que la encontrara yo. Se alegró muchísimo al recibir mi postal y quedamos de vernos cuanto antes.
Nos encontramos la noche siguiente en la esquina de St. Mark´s Place y 2ª. Avenida. La encontré igualita, solo que con el cabello más largo. Fuimos a cenar a un restaurante indú y platicamos durante horas.
Después de aquel encuentro, nos seguimos viendo frecuentemente durante el resto de mi estadía en la ciudad. Varias veces le comenté que me encantaría conocer a su papá y su colección de arte, pero siempre pasaban cosas y el tiempo fue pasando.
Durante aquella larga estadía en Nueva York, nunca llegué a conocerlo. Volví a casa en abril del 2008.
En enero del año 2011 pasé unos días en esa ciudad de vuelta de un viaje a Madrid y aunque me hospedé en el apartamento de Laura, el tema de su padre casi no se tocó en esa ocasión.
Recientemente tuve la oportunidad de volver a viajar a la Gran Manzana por motivos de trabajo, y volví a hospedarme en el pequeño apartamento de Laura en la calle 95 del Upper West Side. Tuve varias reuniones en distintas partes de Manhattan pero desde el principio volví a insistirle que me encantaría poder conocer finalmente a su padre (tiene aproximadamente 81 años), de modo que pensé que no quería perder esta única oportunidad nuevamente.
Una mañana en la que estaba por salir del apartamento, Laura me dijo que había hablado finalmente con su padre y que nos invitaba a mi y a Peter, mi amigo con quien estaba trabajando, a ir a tomar algo a su townhouse y luego a cenar.
No lo podía creer.
El jueves 12 de julio, para ser exactos, quedamos de encontrarnos con Laura y Peter en la esquina de West 4th y 6ª. Avenida a las 7 en punto de la noche. Peter y yo llegamos antes, ambos estábamos nerviosos y sin una idea de lo que íbamos a experimentar en apenas unos minutos. Laura llegó a recogernos y solamente atravesamos la avenida para adentrarnos en una de las callecitas bulliciosas del West Village. Nos detuvimos frente un townhouse muy discreto y ella abrió la puerta con su llave.
Entramos a la casa de Frank Stella.
Al nomás entrar, nos advirtió que se trataba de un lugar muy desordenado y caótico, lo cual en parte resultó cierto pero no tanto como yo me lo había imaginado. Dejamos nuestras cosas al pie de la escalera y recostado en una pared al otro extremo del vestíbulo se encontraba una brillante y minimalista pintura del artista. Tragué saliva y solo lo señalé. Laura nos explicó que se trataba de una copia que el FBI había interceptado en un mercadillo de arte y se lo habían llevado a Frank para que quedara en su poder.
Fuimos subiendo las angostas escaleras hasta el tercer piso (el entero edificio es la casa de Frank Stella) y de un costado apareció de pronto un señorcito moreno, de cabello blanco y despeinado, sumamente amigable que estrechó nuestras manos en cuanto terminamos de subir.
Aparecimos en una inmensa habitación con grandes tragaluces, era un ambiente muy iluminado y amplio. Laura nos contó que el edificio fue rediseñado por el famoso arquitecto judío Richard Meier. Nos sentamos en una mesa redonda que se encontraba al centro de la habitación. A la izquierda se encontraba el salón amueblado con sillones originales de Le Corbusier, al centro estaba la mesa redonda del comedor y al lado de esta una amplia y abierta cocina. Entre el comedor y la cocina, se veía en una esquina la pequeña puerta de un delgado elevador. A los dos extremos del largo ambiente había sendos corredores que repartían a las recámaras y al lado de la cocina se encontraban unas escaleras en caracol que comunicaban con el segundo piso.