Martín Fernández-Ordóñez
La casa de cristal, el invernadero, son lo contrario de la madriguera, un mundo protegido pero en el que todo es visible, transparente, el sueño de una situación en que la madriguera ya no fuese necesaria. Jean Frèmon (Fragmento de “Louise Bourgeois, Mujer Casa”)
El no tiene nombre, lo olvidó en una de las esquinas de las múltiples habitaciones de la casa de cristal. Tal vez lo dejó por descuido sobre una mesa antigua, o quizás este se haya deslizado por la bolsa de su camisa mientras buscaba frenéticamente en alguno de los baúles. De haber sido así, queda poco por hacer. A través de las paredes transparentes logra divisar el intrincado corredor que distribuye las varias estancias, pero se encuentra muy cansado para recorrerlo. Se sienta en el suelo empolvado, ve hacia arriba y a través del techo transparente cree reconocer unos inmensos ojos que lo observan con terror. No soporta la espeluznante visión, se agarra la cabeza con las manos y trata de protegerse metiéndola entre las rodillas. En posición fetal.
Ahora es un niño, ha cambiado su semblante pero el lugar es el mismo. De las paredes de cristal cuelgan cuadros con figuras indefinidas, podrían ser paisajes, manchas abstractas o fotografías borradas. Ninguna de las dos primeras opciones tendría importancia alguna pero la tercera sí. ¿Y si realmente se tratara de imágenes borradas? ¿Y si éstas fueran tan sólo las sombras de momentos vividos que ya no puede recordar? ¿Significaría aquello que de sus recuerdos solamente puede conservar imágenes nubladas, indefinidas? Se pone de pie y observa una a una las obras contenidas dentro de aquellos barrocos marcos dorados. Va con desesperación de una a otra, con una ansiedad que aumenta cada vez que reconfirma, que lo único que logra distinguir en ellas son sombras de sus recuerdos. Memorias que un día estuvieron allí, momentos que podía recrear y vivir nuevamente cada vez que deseara pasearse por la inmensa galería de su pasado. Pero ahora se han ido. Se le han escapado. Lo han dejado solo.
A través de la pared puede verse un jardín rodeado por un muro de altos arbustos. Tiene ganas de salir, necesita respirar aire puro para tranquilizarse y pensar con calma. Quizás ha pasado demasiado tiempo encerrado dentro de la casa, dedicándole demasiado tiempo a su ímpetu de recuperarse a sí mismo. Podría ser que en el jardín encontrara alguna pista, eso sería muy reconfortante. Decide salir de la galería de los cuadros de sombras y accidentalmente pasa frente al salón con su inmensa chimenea de mármol. ¿Es posible que el fuego todavía no se haya extinguido? ¿Pero en dónde están los muebles que daban a esta habitación su carácter de cómoda y exquisita elegancia? El suelo es de mármol blanco y está casi alfombrado de hojas secas y ramas. La puerta principal está abierta y por ella entra un viento fuerte. ¿Es que había alguien más en la casa y al salir olvidó dejar la puerta cerrada con pasador como era la costumbre?
Sin pensarlo dos veces corrió hacia el vestíbulo adornado por un viejo chandelier y amueblado por una amplia escalera curva y doble de cristal. Se dirige hacia el jardín. El jardín, ahí puede que se encuentre la chiave di volta. Camina a paso ligero alrededor de la casa y mirando hacia adentro distingue el desorden que ha provocado con su búsqueda. El jardín es un laberinto como los que se mandaban construir los reyes franceses del barroco. Se adentra entre uno de los corredores verdes y luego de un par de vueltas ya está perdido. Mientras más camina más angostos se hacen los pasillos y más tupida se hace la vegetación. Le invade una sensación de claustrofobia. Adentro de la casa de cristal sentía mucho frío y ahora, adentro de este laberinto vegetal se descubre bañado de sudor. Muerto del cansancio cae el suelo y no puede dejar de preguntarse por qué no consigue apagar la bulla de su cabeza, accionar el botón del silencio eterno y soñar en blanco. Pero sabe que tiene que seguir, siente urgencia por encontrar alguna salida del laberinto.
Se pone de pie y se sacude la tierra de sus pantalones blancos. Caminando con un poco de más calma llega hasta el que pareciera ser el centro del jardín, en el cual desembocan ocho salidas/entradas del laberinto. Se encuentra en un espacio rectangular parecido a una plaza y en el centro luce impecable una maqueta exactamente igual a su casa de cristal. Están reproducidos todos sus detalles: la puerta principal con su marco labrado, las ventanas con sus sillares neoclásicos, los techos a dos aguas, las balaustradas de las terrazas. Se acerca lentamente y desde el techo trata de ver hacia adentro. Limpia con la manga de su camisa de lino el vaho de su respiración y de pronto lo invade un escalofrío cuando reconoce en el interior a una figura pequeñita vestida de blanco, acuclillada en una esquina, que de pronto mira hacia arriba y lo observa con similar terror.