Jorge Luis Contreras
Capítulos del 5 al 7 y medio…
Un feliz don Quijote camina de regreso a su casa. No imagina otra vida, no es para él otra vida. Su destino es la caballería. Regresa solo para que sus bártulos estén completos y pueda volver a los campos. Necesita dinero y, sobre todo, un escudero. Sancho Panza ha sido elegido.
El cura, el barbero, la sobrina y la criada se conjuran para salvar al hidalgo de su locura. Piensan que al destruir los libros se arrancará de raíz el problema. Aquellos juegan a censores. Este sí, este no; y en la prisa las joyas de la literatura de caballería van a la hoguera. Algunos poemarios sobreviven, además de la obra de un tal Cervantes, y la novela germen del género. Más nada.
Don Quijote había vuelto molido por unos indignos que lo atacaron en un confuso incidente después de poner en duda la belleza de la sin par Dulcinea. Ha sido llevado (penosamente) por un hombre que se espanta de la locura del vecino.
Cuando despierta semicurado busca sus libros. Estos ya no están, pero en su lugar está una pared que fue levantada por un encantador enemigo del Quijote. Original historia inventada por los censores y creída por el héroe.
Una noche don Quijote y Sancho Panza parten hacia la aventura. No avisan a familiar alguno. Ya están lejos cuando su huida se percibe. Se ha iniciado la segunda (más célebre que la primera) salida.
Yo sé quién soy. Yo sé quién soy se cansaba don Quijote de decirle al vecino que lo había llevado maltrecho de vuelta a casa cuando termina malamente su primera salida. Yo sé quién soy piensa, quizá, el ingenioso hidalgo cuando embiste a los molinos. Frestón, el mago enemigo que le robó sus libros es sin duda el mismo que convierte a los molinos en gigantes y a los gigantes en enemigos de concreto cuyas aspas derriban al caballero. Sancho no pudo impedirlo. Sancho sólo vio molinos y ahora acude a ver a su caído señor.
La historia es también de amor. Don Quijote no tendría suficiente aliento para ir contra los gigantes si no tuviera a la señora de sus pensamientos, la sin par Dulcinea. A ella se encomienda y entonces ataca. Ella, que no es, se vuelve más real que el día, cuando su amado la invoca desde el corazón.
Los caballeros andantes no pueden quejarse, es contra su naturaleza. Ni de la caída, ni de la falta de lanza (se hizo pedazos con el molino). Habrá una encina y de ella una rama se hará lanza testigo de las muchas hazañas que a los compañeros les esperan en el Puerto Lápice.
Los molinos ya son historia.