Mi lectura del Quijote, segunda parte, 72-73

Jorge Luis Contreras Molina

cide-hameteCuestiones de identidad ocupan al lector del setenta y dos. Vencido y autocastigado camina el Quijote. Pero sigue imperturbable. Queremos esa voluntad férrea. Ansiamos una pizca de la serenidad del que ha cumplido con la tarea grande. La de buscarse la felicidad a través del bien. Quijano está en su aldea. Solo va a esperar el plazo. Ni él, ni otro pueden reprocharle un paso de menos, o una pasión recortada, o un esfuerzo guardado. Ha sido. Se ha brindado. Vivió su visión de sí mismo. Se imaginó y se realizó. Lo demás (Avellaneda y su perversión) es hojarasca. Cide Hamete es el dueño de la verdad, y sabe cómo contarla. 

El nuevo proyecto asusta a las mujeres y entusiasma falsamente a los hombres. Sancho convenció a su mujer e hija de que las apariencias son, casi siempre, falsas. Es bienvenido porque vino y porque lleva dinero consigo.

Antes, Cervantes nos asombra. De pasada. Shakespeare arranca muchos de sus grandes dramas con enigmáticos oráculos, premonitores espectros, brujas sabedoras del futuro, infames presagiadores de nuevas y seguras tragedias. El Manco de Lepanto ha puesto liebres y frases tiradas a la aventura. Anticipan el final triste y sin ventaja para el soñador. Sancho quiere calmar a su señor. Nada puede calmar a su señor. 

Broch sabe decirlo mejor que yo. En la frente de don Quijote está escrito el signo de la muerte.

Mi lectura del Quijote, segunda parte, 66-67

Jorge Luis Contreras Molina

_quijote-2De las iniciales distancias entre señor y siervo con las que iniciamos nuestro conocimiento del gobernador y el caballero andante, hemos pasado a un diálogo de iguales. Ambos mantienen cierto tono de identidad, pero su relación se ha transformado radicalmente. Ya no vemos castigos, ni sumisiones, ni reproches elevados. Dos hombres van derrotados por la llanura. Oscilan durante días entre ideas disparatadas, y discursos cuerdos y elocuentes. La vida los redujo a potenciales aventureros que deben dormir durante un sabático innoble porque ni están cansados, ni buscan paz.

Aun hay tiempo para microaventuras. Las armas inútiles sirven de poco. Casi las dejan colgadas y rotuladas en un árbol. Sancho sigue quejoso, pero sesudo. Tosilos, un hombre del pasado, revisa la integridad de don Quijote. No hay cambios. El hidalgo afirma que el sirviente es un encantado que el mundo se niega a reconocer. Esto, claro, a don Quijote no le importa. Sancho sacia su hambre. Es del cuerpo. La de don Quijote es más difícil de calmar.

Como Shakespeare en sus tragedias más señeras, Cervantes juega con las palabras. Hace bromas. El signo de la derrota se lleva mejor con algo de humor. Sancho lo sabe.

Ninguna derrota auténtica puede estar exenta de malayas. Si Rocinante hubiera corrido más. Si el de la Blanca Luna no tuviera un caballo tan brioso. Ninguna condición humana puede estar exenta de la esperanza. Ya los héroes planifican su nueva vida pastoril. Hasta se rebautizan y se asignan papeles protagónicos en el drama del guardián de seres útiles, pero dóciles. Inclusive Sansón Carrasco podría figurar en el elenco. Es cuestión de saber. Y don Quijote sabe mucho de nomenclaturas y taxonomías. Entiende de amores y, sobre todo, de agradecimientos. A la vida, al cariño de sus damas enamoradas, al compromiso de su escudero, al destino que va forjando cada día. Con la cara cada vez más levantada hacia una estrella que por obviedad no hace falta nombrar.

Ya malduermen, ya malcomen, ya suspiran expectantes. Cada cual por lo suyo. Soñar saben.

Mi lectura del Quijote, segunda parte, 64-65

Jorge Luis Contreras Molina

quijoteyacePocos pueden presumir de honorables. Los burladores del bien persiguen un ideal inalcanzable. Solo don Quijote se sabe invencible en el terreno que vale: el de la fidelidad a una convicción gigante y noble.

Es la hora. De la nada, el caballero de la blanca luna se hace dueño del escenario. Reta, condiciona, vence. El contrato es fatal. Los lectores, sorprendidos, vieron, apenas, una playa, dos caballeros y un tope benigno. Don Quijote yace derrotado. Su propio honor, que a tantos conmoviera, lo obliga lleno de lágrimas a renunciar a su sino guerrero. Sancho sufre mucho. Siente que es el fin del mundo.

Los moros cristianos van y vienen, se salvan, se confiesan. Escapan del horror inquisidor. Tienen abogados sensatos. Ninguna alegría redime de semejante pena. El Quijote va sin armas. Un guatemalteco que sabe escribir endechas dijo (o soñé que dijo) muy a propósito: “Su vida fue un eco de gloria difuminado por una pesadilla“. La imprecisión probable de la cita se explica porque viene de mi niñez.

Sansón Carrasco, vil instrumento de malos seres, priva al mundo de un héroe de convicción. Con su cara falsa de luna nos deja sin héroe. En la playa queda también el suspiro del lector que habría preferido un maremoto repentino. Bien podría conjeturar abismos y valles de sombras. Sansón nos roba, iluso, la esperanza.

Mi lectura del Quijote, segunda parte, 59 y 60

Jorge Luis Contreras Molina

quijote_1Es la hora de los impostores. Antes, don Quijote nos vuelve a mostrar que su carácter taciturno no proviene de la derrota. Aparece cuando la injusticia triunfa en el barullo de una estampida. Sancho se ve obligado a dar consejos. Coma, mi señor; duerma, mi señor; el mundo lo necesita fuerte y repuesto…

El  que los falsos llaman Caballero Desamorado, arriba a una venta. La percibe como venta. Sancho está felizmente asombrado. 

Esta especie de hotel de paso tiene como insignia la abundancia en las viandas. Sancho saliva. Se descubre que hay carestía, escasez, frugalidades, ausencia de casi todo género de comida. El ventero es un fanfarrón. Abundan.

Los grandes amigos intentan reposar de sus muchos trabajos. Una voz vecina sobresalta al hidalgo. 

Ya Avellaneda desafió a Cervantes. Se leen atrocidades. Se exagera el simplismo de Sancho. Don Quijote ya no está enamorado. Se miente sin miramientos en la apócrifa. 

En un famoso cuento de Borges se narra la vida de un impostor que vivió como valiente y respetado hasta que se encontró con el verdadero soldado merecedor de las calidades que él había usurpado. El impostor murió  casi como quien se suicida. Avellaneda es, cuatrocientos años después, una nota de color, una frase incidental.

Sancho y Quijote se presentan ante los engañados lectores. La verdad va con ellos. Don Quijote es más impresionante en persona que de  oídas.

Van a Barcelona. Nada de Zaragoza. Por no reforzar las mentiras del apócrifo. Seis días sin aventura. Séptimo. Sancho come y duerme, el Hidalgo sueña y vigila. Noche cerrada. Don Quijote tiene la emergencia de liberar a su hechizada dama. Ataca al holgazán, pero este se defiende. Fácil, por peso, por edad y por terrenales condiciones, el escudero  vence al amo. 

Los árboles están llenos de ahorcados. Maleantes muertos. Llegan los vivos. Don Quijote sufre un ataque de tristeza. Falló. Siempre debe estar listo y armado. Los delincuentes lo asaltaron, y distraído.

La ironía, pero también la ambigüedad definen a la gran literatura. El jefe de los maleantes parece tener sentimientos nobles. Es fuerte y valeroso, pero también respetado y querido. Ordena que devuelven todo lo que habían despojado a Sancho (el dueño de la despensa). Apoya sereno y sesudo a una engañada mujer que asesinó a su embustero novio. Este, al parecer, era inocente. Ambigüedad. La asesina hace mutis hacia un convento. Para expiar sus culpas y evitar la captura. 

Ya van los héroes. Antes fue enviado un mensajero a Barcelona. Roque, que acaba de obrar como un santo, tiene amigos en todas partes. Esperan al cuerdo y loco, y al fiel escudero.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 55 y 56

Jorge Luis Contreras Molina

El revelador cincuenta y cinco nos muestra un mundo pequeño. Nos invita a entender que la Tierra es redonda y que nuestros actos se muerden la cola mientras nos alumbran las consecuencias de todas nuestras acciones buenas y, especialmente, malas.

Sancho también cae en una sima. Igual que el descenso mágico que don Quijote padeció hidalgamente en la de Montesinos. El otrora gobernador sufre por su suerte, prisionero en un hoyo que pareciera la tumba; lo agobian dos sentimientos: el recuerdo de su antigua vida de prominente funcionario, y, más, que su destino esté atado al de su asno que tan bien le ha servido. Le pesa que la muerte atrape también al inocente y fiel rucio. La amistad, como vemos, es uno de los grandes temas del Quijote.

El capítulo se cierra con el designio circular de que don Quijote está del otro lado de la caverna en la que ha caído Sancho. Así se encuentran los amigos y hacen el recuento de momentos gratos y tristes que han vivido en esta cortísima separación.

Sancho Panza y el burroAl duelo. Cosas de honor. Don Quijote está en el campo de batalla. La broma lleva a la lucha. Mil vecinos quieren circo. El hidalgo quiere honrar a la mujer burlada por el hombre mentiroso. No triunfan las lanzas. El ingenio y el amor son los señores del campo. El falso contendiente está enamorado de verdad. Decide declararse vencido para que la deshonrada mujer reciba el resarcimiento del altar. Todos en paz menos don Quijote y Sancho que quieren entender por qué los encantadores no los dejan en paz. Ya trocaron a Sansón Carrasco en caballero, a Dulcinea en campesina hombruna. Ahora convierten a un lacayo del duque en deshonesto ofensor. Hay un enemigo en cada sombra. Pero don Quijote sabe qué hacer con ellos.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 53 y 54

Jorge Luis Contreras Molina

QuijoteySanchoEs la hora de decir adiós . Sancho es llevado a la orilla. Con mala comida, con poco sueño, con grandes conflictos y pocos apoyos no puede más.

La broma final es un asalto a la sede de gobierno. El vestir ridículo es ahora una propiedad de Sancho. Hay batalla. Solo se tiene a sí mismo y a su rucio. Si don Quijote estuviera en la escena otro sería el destino de los malévolos asaltantes. Don Sancho parece ahora una tortuga gigante que gira para e2100vitar la muerte.

El gobernador se va. No lo pueden detener los llamados a la conciencia. La tiene limpia como un ángel. Llegó sin dinero y se marcha sin dinero. El mundo pudo tener noticia de que un gobierno limpio y transparente es posible.

El gobernador ha recuperado, con una decisión intempestiva, su libertad preciosa y largas horas añorada.

En el cincuenta y cuatro se asoma la amistad. Un respiro. Los muchos sufrimientos y pesares de dos amigos son compartidos y contados a la sombra de un recuerdo.

Un morisco de los exiliados viaja disfrazado de alemán. Intenta recuperar su tesoro escondido. Comen y beben los fugitivos. Uno huye de su condición de musulmán expulsado, el otro de la ínsula pesarosa.

Hay un instante para la charla franca. La camaradería es la moneda corriente. Se discuten los términos de una posible alianza. Nada. Sancho solo quiere llegar con su señor.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 45 y 46

Jorge Luis Contreras Molina

quijoteSor Juana Inés de la Cruz, la prodigiosa barroca experta en decir a para que parezca b, bien podría haber aprendido algunos juegos ingeniosos de palabras en las salomónicas tareas que emprende Sancho gobernador de la Barataria.

Los que no saben, pero también los que sí, ríen asombrados por las luces del escudero.  Es que lo ponen a prueba una y otra vez con la exposición de agudos conflictos entre vecinos. Es hora de reír. Intensamente. Como será de llorar cuando toque. Por ahora “don” Sancho nos regala un hermoso minuto para dejarnos claro cómo deberían ser nuestros gobernantes: sabios, humildes, pródigos para dar, diligentes, laboriosos…

Mientras el escudero gobierna, don Quijote sufre. Acecha el formidable enemigo hecho, primero, mujer insinuante, y luego encantador gatuno.

Como tantas veces se recalca en El principito, para que no olvidemos se repiten las líneas aquellas del amor invencible que el hidalgo decidiera depositar en su Dulcinea, los dobleces de los moralmente pobres que tienen la ligereza de pensar que están humillando al hidalgo. Mientras lo hacen pasar malos ratos llenos de burlas y vejámenes, el hombre no se dobla. Su ética no está en venta. Su honor es la piedra de toque para todos los tiempos, no solo para los sonrientes y bonachones.

Un hombre, en el centro de un corro de burla, con un gato enquistado en su nariz tiene tanta dignidad que inunda todo el escenario sin que quede espacio para la insana manera de ser de los que ríen pensando que dominan la situación.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 37-41

Jorge Luis Contreras M.

QuijoteLa broma continúa. Quijote y escudero son arrastrados hacia la vorágine de un caballo que aparenta volar. El corcel es de madera. Sancho habría querido no ir, pero lo convenció el ímpetu del hidalgo que no está dispuesto a dejar a ninguna mujer abandonada a la suerte de encantamientos y merlines cínicos.

Los condes fabricaron una Aventura memorable. Montaron un teatro de ensueño. Fueron capaces de transportar a los heroes a tiempos y espacios lejanos. El futuro gobernador quiso descifrar el asunto, pero su ambición lo encerró. Don Quijote está cegado desde hace mucho tiempo por un honor que funciona como piedra de toque.

Hay mujeres barbudas, hay historias lejanas de amores malogrados, hay maldiciones que solo se pueden deshacer si hay valor para vendarse los ojos e ir hacia lo desconocido.

El ingenioso hidalgo, crédulo noble, sigue su instinto. Nos inspira. Nos bendice con su extrema valentía y arrojo.

Hay que tomar partido. Quedarse al margen, “inmóvil al borde del camino“, o subir al caballo que promote la aventura incierta. El motivo es el de siempre, sembrar la vida de valores eternos que no pueden comprarse con pesos ni pueden heredarse con nombramientos estériles.

Ríen los asistentes al teatro ignominioso. No importa. Don Quijote ha cumplido su deber y ha vuelto.

Miente Sancho. Dice que vio maravillas mientras consiguió una rendija en su vendaje. Don Quijote sabe que miente. A menos, claro, que sea capaz de creer que lo increíble también ocurrió en la Cueva de Montesinos.

La única forma de traer al loco de vuelta consiste en que los mortales y comunes cuerdos vivan el mundo de la caballería. Desde ahí pueden vencer al de la triste figura.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 36

Jorge Luis Contreras Molina

SanchoEl peso de los acontecimientos se ha trasladado a Sancho que toma, desde algunos capítulos atrás, papel protagónico.  Los ingenios siguen poniéndose al servicio de la burla, y la candidez vuelve penitente, sin quererlo, al escudero.

Cervantes se vale de una moderna técnica para hacer lo que los modernos. Nos da un resumen de lo actuado puesto en una sentimental carta del dueño del rucio a su señora esposa. Un escrito lleno de enclíticos que el analfabeto dictara y que ahora escudriña la señora duquesa.

La buena literatura se aleja de moralismos y ríe desde su nicho de ironía que lo salpica todo.  Ahora la lectora indica al dictador que suena avaro e impreciso.  Sancho se defiende, pero no mucho.

Cuando Sancho se ve enfrentado a la penitencia y a la renuncia en pro del bien de otros, se muestra muy humano y dispuesto al sacrificio si este lo catapulta a su gobernatura y al reconocimiento.

Para tiempos difíciles es necesario que los hombres tengan asideros de valía.  Aquí nos reímos todos, pero entre esta burla podemos observar la más firme de las honras, el más elevado de los espíritus, y al más inocente de los valientes.  Don Quijote cree que se le busca por su nombre.  Hoy sabemos que su nombre es inmortal e inspirador.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 19 y 20

Jorge Luis Contreras

degrain-da-munoz-don-quixote-and-sancho-panza-discuss-the-combat-with-the-windmillsNo puede nadie sustraerse del embrujo quijotesco.  Cuatro lo ven, y cuatro reciben en el espíritu la enigmática noticia de que enfrente tienen un esqueleto de alma robusta, a un austero derrochador de sueños, a un pobre que reparte liberal su amable mirada, profunda, total.

Los cuatro van a una boda.  El hidalgo es ahora otro invitado del evento singular que reúne a la más bella de la región y al más rico.  Dos seres sencillos que han escalado a la cima en las categorías que valen para esta unión, o mejor aún, dos de tres implicados en un dibujo amoroso perenne y prosaicamente predecible.

Mientras caminan los seis hablan cuestiones estériles.  Sancho y sus refranes, don Quijote con sus correcciones y puritanismos, el bachiller y el licenciado semienfrentados por semánticas pueriles.  De repente el debate deviene en contienda.  Como siempre se pasa de las palabras a las espadas. Las discusiones por religión o política han sido siempre promotoras en los mundos poco diplomáticos de rencillas elevadas que se incrustan en vehículos simples. En fin, dos amigos pelean; dos amigos se reconcilian; dos son más amigos porque pelearon. Hicieron esto solo para darle razones a Sancho que se hará más refranero.

En las vísperas de la boda: las amenazas eternas.  Don Quijote está atento a los gritos melifluos de ignorantes que anuncian belleza mayor que la de su Dulcinea. El impertérrito no lo es tanto.  Pero hay comida.  Mucha.  Sancho calla y come.

Se danza.  Se teatraliza.  Se está alegre.  Quijote y Sancho ven, como lo hacemos todos, según nuestra noble o vulgar condición.  Hay poesía, amor, interés.  Todos  parlantes de un drama tenso que gana la liberalidad.

Sancho va por el vencedor.  Esto es: no por Basilio, el débil del triángulo.

Una vez más el hidalgo conmina a Sancho a que calle.  Solo lo logra con la comida que proviene de la generosidad del novio.