La noche en la que conocí a Frank Stella

Martín Fernández-Ordóñez

Dedicado a mi amiga Laura P. Stella

Frank Stella, Color Maze, 1966

Durante una conversación como las que teníamos frecuentemente con mi amiga Laura en Florencia, mientras caminábamos por la Piazza San Lorenzo de regreso de almorzar en casa de nuestros amigos Siça y Ted, Laura me comentó que su padre era artista. Conforme la plática continuó, ella luego agregó que se trataba de un artista bastante “conocido en Nueva York”. Cuando yo le pregunté de quien se trataba, me dijo como si nada que su padre era Frank Stella. Yo tuve que detenerme y volver a preguntarle si había escuchado bien y si se trataba DEL Frank Stella, del archiconocido artista contemporáneo, el mismo que pertenece al círculo de Jasper Johns, contemporáneo de algunos de los expresionistas abstractos americanos, de los artistas apadrinados por el famoso y legendario galerista newyorkino Leo Castelli.

Ninguno de todos los que estudiábamos la maestría en Palazzo Spinelli sospechábamos que Laura pudiera ser hija de uno de los artistas más famosos del mundo. Ella misma es una persona muy sencilla, natural, divertida y una excelente amiga. Luego de aquella declaración en San Lorenzo, fui conociendo más detalles interesantes sobre la vida familiar y profesional del artista. Fue fascinante como en mi mente se fueron ordenando los diferentes eslabones de forma cronológica. La vida de Frank Stella se convirtió para mí en una especie de fantasía, como una historia que evolucionaba y se enriquecía en mi imaginación conforme Laura seguía compartiéndome historias y anécdotas familiares. Corría el año de 2005.

Aproximadamente dos años después, por distintos motivos y circunstancias, inicié una aventura en Nueva York la cual de dos semanas se prologó hasta casi un año. En ese entonces llevaba muchos meses sin tener contacto con Laura, ya que si bien ella no es muy buena para “keeping in touch”, al final dejó de responder mis correos y los números de teléfono que yo tenía parecían ya no ser los suyos. Empecé a temer que algo le hubiera pasado.

Uno de mis propósitos al estar viviendo en Nueva York, fue el de tratar de localizar a Laura lo antes posible ya que ella vivía allí. Pero, ¿cómo iba a encontrar a mi Laura Stella cuando en Nueva York había miles de mujeres con el mismo nombre? (hecho que confirmé consultando la guía telefónica).

Por suerte, las casualidades no existen. Me encontraba yo trabajando para la galería de arte Gary Snyder Fine Arts en un precioso “townhouse” de la calle 36 entre la 3ª. y  2ª. Avenidas, cuando una de mis tareas fue meter en sus sobres las invitaciones para una próxima inauguración. Nos repartimos los sobres entre los tres chicos que colaborábamos para la galería en ese momento, y mientras hacía mi parte, me tocó meter una de las invitaciones en un sobre dirigido nada más y nada menos que a Mr. Frank Stella.

Apunté discretamente la dirección y pensé que podría enviarle una postal dirigida a Laura, tal vez, si tenía suerte, llegaría pronto a sus manos. Escribí un breve texto avisándole que me encontraba en Nueva York, que llevaba mucho tiempo tratando de localizarla y que podía localizarme en tal dirección y en tal teléfono.

A los dos días recibí su llamada. Me contó que casualmente, el día anterior había ido a ver a su papá (cosa no hace con mucha frecuencia) y que la esposa de su padre le dijo que le había llegado una postal. Me contó que había perdido contacto con muchísima gente pues se le habían borrado sus direcciones del correo electrónico y que además, se había cambiado de casa, que no sabía como localizarme y que había deseado que la encontrara yo. Se alegró muchísimo al recibir mi postal y quedamos de vernos cuanto antes.

Nos encontramos la noche siguiente en la esquina de St. Mark´s Place y 2ª. Avenida. La encontré igualita, solo que con el cabello más largo. Fuimos a cenar a un restaurante indú y platicamos durante horas.

Después de aquel encuentro, nos seguimos viendo frecuentemente durante el resto de mi estadía en la ciudad. Varias veces le comenté que me encantaría conocer a su papá y su colección de arte, pero siempre pasaban cosas y el tiempo fue pasando.

Durante aquella larga estadía en Nueva York, nunca llegué a conocerlo. Volví a casa en abril del 2008.

En enero del año 2011 pasé unos días en esa ciudad de vuelta de un viaje a Madrid y aunque me hospedé en el apartamento de Laura, el tema de su padre casi no se tocó en esa ocasión.

Recientemente tuve la oportunidad de volver a viajar a la Gran Manzana por motivos de trabajo, y volví a hospedarme en el pequeño apartamento de Laura en la calle 95 del Upper West Side. Tuve varias reuniones en distintas partes de Manhattan pero desde el principio volví a insistirle que me encantaría poder conocer finalmente a su padre (tiene aproximadamente 81 años), de modo que pensé que no quería perder esta única oportunidad nuevamente.

Una mañana en la que estaba por salir del apartamento, Laura me dijo que había hablado finalmente con su padre y que nos invitaba a mi y a Peter, mi amigo con quien estaba trabajando, a ir a tomar algo a su townhouse y luego a cenar.

No lo podía creer.

El jueves 12 de julio, para ser exactos, quedamos de encontrarnos con Laura y Peter en la esquina de West 4th y 6ª. Avenida a las 7 en punto de la noche. Peter y yo llegamos antes, ambos estábamos nerviosos y sin una idea de lo que íbamos a experimentar en apenas unos minutos. Laura llegó a recogernos y solamente atravesamos la avenida para adentrarnos en una de las callecitas bulliciosas del West Village. Nos detuvimos frente un townhouse muy discreto y ella abrió la puerta con su llave.

Entramos a la casa de Frank Stella.

Al nomás entrar, nos advirtió que se trataba de un lugar muy desordenado y caótico, lo cual en parte resultó cierto pero no tanto como yo me lo había imaginado. Dejamos nuestras cosas al pie de la escalera y recostado en una pared al otro extremo del vestíbulo se encontraba una brillante y minimalista pintura del artista. Tragué saliva y solo lo señalé. Laura nos explicó que se trataba de una copia que el FBI había interceptado en un mercadillo de arte y se lo habían llevado a Frank para que quedara en su poder.

Fuimos subiendo las angostas escaleras hasta el tercer piso (el entero edificio es la casa de Frank Stella) y de un costado apareció de pronto un señorcito moreno, de cabello blanco y despeinado, sumamente amigable que estrechó nuestras manos en cuanto terminamos de subir.

Aparecimos en una inmensa habitación con grandes tragaluces, era un ambiente muy iluminado y amplio. Laura nos contó que el edificio fue rediseñado por el famoso arquitecto judío Richard Meier. Nos sentamos en una mesa redonda que se encontraba al centro de la habitación. A la izquierda se encontraba el salón amueblado con sillones originales de Le Corbusier, al centro estaba la mesa redonda del comedor y al lado de esta una amplia y abierta cocina. Entre el comedor y la cocina, se veía en una esquina la pequeña puerta de un delgado elevador. A los dos extremos del largo ambiente había sendos corredores que repartían a las recámaras y al lado de la cocina se encontraban unas escaleras en caracol que comunicaban con el segundo piso.

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El efecto de la luz en la escultura

Thelma Muratori de Wyld

Una de las diferencias entre la pintura y la escultura consiste en que la primera posee luz propia, mientras que la luz de la escultura es exterior.  La escultura posee dos luces: la que el escultor procura al trabajar los planos del volumen, con sus salientes y entrantes, y la del foco luminoso que la alumbra.  Podemos percibir conjuntamente un foco luminoso, el claroscuro de la escultura y las sombras que emiten los volúmenes más allá de la figura. Entonces, vemos que la luz es un factor de tanta importancia que cualquier cambio de su incidencia altera el concepto formal.  Una escultura puede parecer más o menos estática, de mayor o menor resalto, conforme varíe la luz que recibe.

Hay esculturas que dramatizan con los salientes gracias al diálogo o al enfrentamiento de la luz y la sombra.  También se pueden establecer delicadas transiciones, que tienen mucho de pictóricas.  En la historia se observan dos conductas: 1) El escultor ha estudiado la escultura en función del emplazamiento. 2) El escultor ha trabajado a veces sin tomar en consideración esa circunstancia.  La oposición románico-gótica ofrece una muestra.  Las esculturas románicas responden a un concepto lineal, de perfiles nítidos, sombras levísimas y superficies redondeadas y planas de rotunda luminosidad. En cambio, la escultura gótica valora el claroscuro, potencia los alientes que escapan del plano y arrojan grandes sombras. Las  esculturas del siglo XVI se encierran en recuadros y hornacinas y  ofrecen un perfil continuo.  Las esculturas barrocas se encaraman airosas a los remates de los edificios y se apoderan del espacio con el vigoroso movimiento de los amplios ropajes.

El escultor aunque trabaja en el taller,  tiene que reproducir  la luz que va a recibir la figura en el emplazamiento definitivo.  La escultura en exteriores, está expuesta a una radiación difusa que quita prominencia a perfiles, pliegues y elementos salientes.  El escultor sale al paso de esta circunstancia dotando a la obra mayores salientes.  Miguel Ángel remataba las cabezas con el cabello en voladizo sobre la frente, que reforzaba la corporeidad del volumen.

En cuanto a la escultura de interior, es evidente que se ha previsto la existencia de fuentes luminosas muy precisas.  Nadie más experto que Bernini para aprovecharlas. Bernini utilizó la luz de ventanas laterales ocultas para derramar la luz sobre esculturas provistas de grandes salientes. Una muestra  de esto es el Éxtasis de Santa Teresa,  como representación de una potente expresividad.

Por lo tanto, el objetivo esencial de una escultura es la visibilidad.  A esto tiende la escultura policromada con los distintos tonos de la carne y las telas.  Pero lo que más refuerza la visibilidad es el oro, a pesar de que  no le otorgue a la pieza un carácter trascendental al relacionarla con el mundo divino, sino como una manera de definir el diseño.  En el exterior sucede lo contrario, ya que las formas oscuras se perciben con mayor nitidez, como en las estatuas de bronce, en las cuales se puede apreciar su perfil a distancia, una característica a la que los artistas que trabajan con  bronce otorgan mucha importancia en sus creaciones.

Ramón Banús 1938-2012

El día de hoy falleció el gran artista de la plástica guatemalteca, Ramón Banús, quien nació en nuestro país en 1938.  Su trabajo perdurará en nuestra memoria porque se caracterizó por representar la realidad sin juzgarla, al referirse a su obra dijo: “Yo soy una especie de constatador de lo que está sucediendo, pero no tengo juicio.  Mi compromiso es con mi trabajo, es ser honesto conmigo mismo; no veo la finalidad de presentar la angustia constantemente.  Creo que el mundo tendrá sentido, sólo si revalorizamos al ser humano, pero no como un objeto lejano, sino como el ser con el que somos llamados a comulgar”.

En el enlace que les ofrecemos a continuación, podrán disfrutar de un vídeo en el que el maestro habla de su pintura: Ramón Banús Documental Guatemala

Maestro Efraín Recinos, 1928-2011

Como homenaje al gran Maestro de las artes plásticas, Efraín Recinos, publicamos el enlace al vídeo en el que el Maestro nos guía durante una visita al Conservatorio Nacional de Música, después de la remodelación que estuvo a su cargo.

Su legado y amor a Guatemala lo convierten en un ser inmortal.

Sigan el enlace al vídeo: Efraín Recinos, Difusores Acústicos

Nerón vuelve a Roma

Rossend Doménech, Momentos

Por primera vez, arqueólogos, ingenieros, restauradores y expertos en informática se han unido para  reconstruir en un vídeo la famosa Domus Aurea, suntuosa vivienda del emperador Nerón (37-68 dC), situada por encima del Coliseo, de la que sólo quedan unos subterráneos bastante arruinados.

Hasta la mitad del próximo septiembre los forasteros que visiten Roma tendrán, por primera vez, la posibilidad de ver la reconstrucción, siguiendo una exposición itinerante–en el sentido de que deberán caminar– sobre los lugares donde vivió y desde los que gobernó aquel emperador.

Los lugares interesados por la exposición itinerante incluyen también una evocación de las numerosas películas que a lo largo de la historia el cine ha dedicado a aquel emperador, viaje en el tiempo que puede realizarse en el Templo de Rómulo, dentro de los Foros Imperiales, una de las etapas de la muestra. Además del Palatino, otra sede de la exposición es el mismo Coliseo, en el que Nerón mandó unas reformas, que ahora se han descubierto y que permiten ver con qué tipo de colores fue pintado el monumento, hoy grisáceo, más conocido de Roma.

Nerón no tuvo tiempo de gozar la Domus Aurea, aunque la leyenda de lo que fue la mansión sigue traspasando los siglos: tenía un comedor que giraba entero durante los ágapes, mientras caían pétalos de rosas desde los techos, en las paredes había unos frescos más o menos impúdicos, las estancias de rojos pompeyanos eran lujosas…El vídeo muestra como probablemente era el lugar, según los datos aportados por la arqueología.

La verdadera vivienda de Nerón estuvo en el Palatino, la más importante de las colinas de Roma. Su morada no era una casa, sino un conjunto de villas y jardines, con un lago en el lugar donde se construiría el Coliseo. En ella fue proclamado emperador y la exposición permite ver los restos de su mansión, descubiertos en los últimos tres años, además de una reconstrucción de la misma que se expone en una muestra paralela situada en el segundo piso del Coliseo.

La historia ha atribuido a Nerón una mala fama por haber incendiado Roma y perseguido a los cristianos y así ha quedado en el imaginario colectivo. Pero la historia suelen escribirla los vencedores, que en este caso fue el Senado romano, que en el 68 destituyó a Nerón y le obligó a suicidarse. Las últimas investigaciones de los historiadores expresan serias dudas sobre el hecho de que fuera él quien ordenara incendiar la ciudad, para atribuirlo después a otros. En la Roma de entonces el cuerpo policial más importante eran los bomberos, precisamente porque los edificios, construidos en buena parte con madera, se incendiaban continuamente.  Fragmentos de objetos carbonizados por el incendio se exponen en el Coliseo.

Nerón, amado por el pueblo, fue un gran tirano y un demagogo, que odiaba a los aristocráticos, porque no lo era. Le gustaba pasear por las calles entre el pueblo, tal vez con una guitarra en mano, discutir con la gente y abrir a todos la suntuosa morada que tenía en el Palatino, una de las siete famosas colinas. Tras el incendio del año 64, organizó personalmente un plan urbanístico que transformó la ciudad.

La “escritura privada” de Kafka

MAX – Babelia, El País

Incluido en "Dibujos"de Kafka.El autor de El proceso no fue un dibujante tímido o dubitativo. Sus dibujos tienen agilidad, intención y nervio. La edición de 41 de ellos, acompañados de fragmentos de sus textos, lo presenta como un precursor de la estética futurista.

Goethe, Victor Hugo, William Blake, Lewis Carroll, García Lorca, Dino Buzzati, Bruno Schulz… Todos ellos han tenido algo en común además de ser escritores: también fueron dibujantes. El caso de los escritores que dibujan, menos excepcional de lo que a primera vista pudiera parecer, solo ha empezado a merecer cierta atención en años recientes gracias a exposiciones o a libros como Y además saben pintar: escritores, creadores de palabras, creadores de imágenes, de Donald Friedman (Maeva, 2007). Es aún poco sabido, sin embargo, que uno de los escritores más influyentes del siglo XX, el que probablemente mejor supo expresar a través de la escritura la angustia consustancial a su tiempo, también dibujaba. Kafka expresó en muchas ocasiones y a diferentes personas su pasión por el dibujo, y al parecer nunca dejó de practicarlo. Pero también comunicó a su amigo Max Brod, en su carta-testamento de 1921, su deseo de que sus dibujos fueran destruidos junto a su obra literaria a su muerte. Aún hoy, la extensión de la obra dibujada de Kafka es un misterio. Se sospecha que varias cajas de seguridad en bancos de Zúrich y Tel Aviv pueden contener dibujos inéditos de Kafka. Pero las hijas de Ilse Esther Hoffe, asistenta de Max Brod, y herederas de su legado, se niegan obstinadamente a dar a conocer al mundo el contenido de las mismas.

La editorial Sexto Piso publica ahora un precioso y cuidado volumen con la totalidad de los dibujos de Kafka conocidos y publicados a fecha de hoy -apenas una cuarentena- en edición de Niels Bokhove y Marijke van Dorst. Los editores han optado por presentar los dibujos asociándolos a fragmentos literarios procedentes de novelas, relatos, diarios o cartas del autor. El conjunto es extraordinariamente heterogéneo desde el punto de vista estilístico. Junto a la media docena de dibujos más conocidos hasta ahora, suerte de serie a la que Max Brod bautizó como “marionetas negras de hilos invisibles”, encontramos bosquejos procedentes de sus cartas y diarios, de cuadernos de apuntes de su época de estudiante, de postales y hojas sueltas que Max Brod fue conservando oportunamente. A tinta o a lápiz, casi todos ellos transmiten la sensación de estar dibujados espontáneamente, a vuelapluma, sin aparente trabajo preparatorio ni retoques o correcciones posteriores. Lamentablemente se desconoce la datación de la mayoría de las obras con lo que resulta extraordinariamente difícil apreciar la evolución de Kafka como dibujante. Uno estaría tentado de suponer que las “marionetas negras”, por su potencia visual y su contundencia en el trazo, fueron su obra de madurez plástica. Pero el mismo Kafka da al traste con toda conjetura cuando en una de sus cartas a Felice Bauer escribe: “Fui, en otro tiempo, un gran dibujante, pero comencé a tomar lecciones de dibujo escolar con una pintora mediocre y eché a perder todo mi talento”.

Encontramos en el volumen dibujos que, por su increíble dinamismo, prefiguran la estética futurista. Hay también obras deudoras del Jugendstil de la revistaSimplizissimus. Encontramos un autorretrato a lápiz, duro y extraño, pero que sin embargo nos devuelve la exacta imagen que conocemos del rostro de Kafka a través de las fotografías. Hay una viñeta genial y exageradamente grotesca, titulada por el propio Kafka Solicitante y noble mecenas, una de las pocas que desbordan humor. En ciertas ocasiones Kafka opta por dibujar cuando, en sus cartas, reconoce que le será complicado hacerse entender mediante la palabra. Son encantadores, en este sentido, los dos dibujitos, casi diagramas, sobre las maneras de cogerse del brazo dos personas al pasear que le envía en 1913 a su prometida Felice Bauer. La mayoría de los dibujos comparten una cualidad angulosa, dura y nerviosa. Las seis “marionetas negras” revelan quizá una voluntad de estilo en plena consonancia con la vanguardia del momento en Centroeuropa, el expresionismo. La contundencia de la mancha negra y las posturas tensas, que no rígidas, de esas figuras alargadas son tremendamente modernas para su tiempo, pero también para el nuestro, cien años después. No en vano algunas de ellas se siguen usando aún como ilustración de portada para ediciones de sus obras.

Kafka no fue un dibujante tímido o dubitativo. Sus dibujos tienen agilidad, intención y nervio. Y quizá podamos empezar a entrever algo de su actitud íntima hacia el acto de dibujar en las observaciones que hizo a Gustav Janouch en 1922 y que este recogió en Gepräche mit Kafka: “Mis dibujos no son imágenes, sino una escritura privada”. Kafka fue, pues, también un precursor en pensar el dibujo como otra forma de escritura, una actitud que está precisamente hoy en el núcleo de las más interesantes aportaciones creativas de las últimas generaciones de dibujantes.

Dibujos. Franz Kafka. Edición de Niels Bokhove y Marijke van Dorst. Traducción de Fruela Fernández. Sexto Piso. Madrid, 2011. 144 páginas.