Galaxia Shakespeare

Ángel Rupérez, El País

En 1609 apareció en Londres un volumen de poemas que contenía 150 sonetos y un largo poema titulado Lamento de un amante. Su autor era el afamado dramaturgo y empresario teatral -además de ocasional actor- William Shakespeare, del que tan poco sabemos. Su destinatario externo era un tal W. H., fuente de interminables conjeturas, pero más importantes son los destinatarios internos de los poemas, un bello joven al comienzo, más tarde sustituido por una enigmática dama. En los dos casos, la obsesión temática de los sonetos es la belleza caduca, el amor frágil y el Tiempo todopoderoso, y cómo vencer a este último monstruo. Solo hay realmente dos métodos: uno, la procreación y legación así al procreado de la belleza caduca del progenitor; dos, la poesía misma, capaz de inmortalizar al elegido por el trabajo inspirado -nunca un regalo- del artista.

Cada cierto tiempo, alguien vuelve a traducir estos sonetos y eso es lo que acaba de hacer R. Gutiérrez en la editorial Visor, que ya tenía en su catálogo los 40 sonetos traducidos por Mújica Laínez in illo tempore. Se trata de una versión métrica y rimada, con el alejandrino como soporte, que revela fidelidad y también seducción rítmica, suficientemente atractiva como para no ceder ante los posibles reproches que formas de traducir como esta -y como todas- puedan plantear.

La traducción métrica y rimada es una de las puestas históricamente en práctica por los traductores de estos sonetos (recordemos García Calvo y más recientemente Pérez Prieto o Ehrenhaus), junto con estas otras tres: trasladar solo el metro, prescindiendo de la rima (Mújica Laínez y más recientemente Law Palacín); prescindir de la rima y de patrones métricos fijos y oscilar entre unos y otros, con cierta libertad (JRJiménez, yo mismo, Gómez Gil) y -actitud prácticamente extinguida- traducir en prosa los pentámetros yámbicos del original, como hizo el gran y venerable Astrana Marín.

Los que se atienen a la métrica rimada deben encajar en sus moldes todas las peculiaridades del original, sacrificando lo necesario para alcanzar ese objetivo, haciendo a veces cabriolas ingeniosas para lograr las rimas, a veces asombrosas y otras veces no tanto (el ridículo acecha). Los que prescinden de todo ese aparato lo tienen en apariencia más fácil pero algo les obliga a dar por perdida esa batalla -¡han leído tantos versos de mala muerte perfectamente medidos y rimados!- y a buscar su verdad en los entresijos de la experiencia y la fuerza de las expresiones e imágenes. Sacrifican el decasílabo con acentos en las sílabas pares del original, sí, pero ¿garantiza el remedo métrico, solo por el hecho de serlo, un verso convincente en español?

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El colombiano Fernando Vallejo gana el premio FIL de Guadalajara 2011

CNN México

Fernando VallejoEl escritor colombiano Fernando Vallejo ganó este lunes el Premio Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) en Lenguas Romances 2011.

Vallejo recibirá el galardón, dotado de 150,000 dólares, el próximo 26 de noviembre en la edición 21 de la FIL de Guadalajara, la feria más importante del sector en el mundo en idioma español.

El escritor fue considerado por el jurado como “una de las voces más personales, controvertidas y exuberantes de la literatura actual en español”.

La obra más conocida de Vallejo es La Virgen de los Sicarios (1994), donde se aborda la dura vida en medio de la violencia de los cárteles de la droga en la ciudad colombiana de Medellín.

Nacido en Medellín en 1942 y naturalizado mexicano en 2007, donde vive desde 1971, Vallejo estudió filosofía y letras en universidades de Bogotá y dirección de cine en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma.

Entre sus obras también destacan las novelas Los días azules, El fuego secreto, Los caminos a Roma, Años de indulgencia, Entre fantasmas, El desbarrancadero, Mi hermano el alcalde, La Rambla paralelaEl don de la vida, Logoi, y La puta de Babilonia.

Vallejo dirigió las películas Crónica roja —que en 1979 recibió el Premio Ariel de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas a la Mejor Opera Prima—, y En la tormentaBarrio de campeones. También escribió el guión para la adaptación cinematográfica de La virgen de los sicarios, que se estrenó en 2000, y que fue dirigida por el director francés Barbet Schroeder.

El jurado que le otorgó el galardón a Vallejo estuvo integrado por Juan Cruz Ruiz, de España; Cecilia García Huidobro, de Chile; Calin Mihailescu, de Rumania; Julio Ortega, de Perú; Margarita Valencia, de Colombia; Jorge Volpi, de México, y Michael Wood, de Inglaterra, quienes definieron a Vallejo como una “figura verdaderamente original de la literatura en castellano”.

Las cosas entretenidas no suelen generar pensamiento

Sergio C. Fanjul, El País

Se trata de uno de los escritores estadounidenses más sorprendentes. Su talento y fina ironía se aprecian ahora en España con X. La novela, una parodia sobre el exitoso mundo de la literatura, se sale de los tópicos afroamericanos.  Hablamos de Percival Everett.

Milagrosa e inexplicablemente”, según los editores de Blackie Books, la obra del estadounidense Percival Everett (Georgia, 1956) no había sido traducida al castellano hasta ahora. La novela Erasure (que ha sido titulada X, con el beneplácito entusiasta del autor) es la primera que se vuelca en la lengua de Cervantes. Su protagonista, Thelonious Monk Ellison, tiene varios puntos en común con Everett: es afroamericano, dueño de una ironía muy fina, profesor universitario algo frustrado (aunque Everett es catedrático de la Southern California University, cuyo departamento de Estudios Literarios dirige) y escritor digamos experimental. Entre otras cosas, Thelonious es autor de una suerte de remake de Los persas de Esquilo (Percival lo es de una novela sobre Dionisos) que nadie entiende pues, tratándose de un negro, lo normal sería que su pluma retratase “la auténtica experiencia afroamericana”, en el sentido en que la pueden retratar una película de Spike Lee o las letras del gangsta rap. Es decir: gueto, delincuencia, drogas, problemas sociales.

Así, Monk escribe una novelita comercial, Fuck (Porculo), una sátira alocada del género, con un protagonista casi borderline al que le cuesta hablar con corrección, pobre y macarra, cuya única preocupación es dejar embarazada a cuanta mujer conoce. Cómo no, esta obra tiene un éxito desbordante e incluso vende por una millonada los derechos para adaptarla al cine. Monk, que la escribe con seudónimo, se ve torturado por el éxito de una obra que desprecia. Este texto delirante, de casi cien páginas, está incrustado en su totalidad dentro de X,una novela dentro de otra novela, como en un juego de muñecas rusas.

Everett parece un hombre reflexivo: habla con voz grave y se piensa un par de veces lo que va a responder.

PREGUNTA. ¿La literatura escrita por negros en Estados Unidos es realmente como la pinta?

RESPUESTA. No es exactamente como Fuck, porque ese lenguaje lo he creado yo, no existe. Pero el lenguaje que usan esas novelas, las que se tienen por auténticas novelas afroamericanas, tampoco existe. Yo no tengo ningún problema con que esas novelas existan, aunque a menudo me parece que están pobremente escritas y que resultan ofensivas. El problema es que durante mucho tiempo han sido la única oferta. Y no hacen más que perpetuar los estereotipos.

P. ¿Por qué esa necesidad de estereotipos?

R. Los estereotipos son fruto de la pereza. La gente, los lectores, generalmente prefiere la confirmación de una idea preconcebida a abrirle paso a ideas nuevas y diferentes. Esa es la razón por la que se mantienen ciertos estereotipos raciales.

P. Si no puede hablarse entonces de literatura afroamericana

… ¿Puede hablarse de literatura inglesa o latinoamericana?

R. Cuando hablas de literatura francesa o estadounidense sí que hablas de unos límites específicos, unas fronteras, eso sí que puede tener sentido. Asignarle una etiqueta a un grupo en particular, en un lugar que está contenido dentro de esos límites físicos, no es más que un acto de marginación. La nacional sí me parece una categoría válida. Aunque no vale leer solo un par de novelas de una tradición nacional y hacer juicios de valor a partir de ahí, pues así se crea el estereotipo. Estamos hablando de una cultura variada y compleja, no puede haber una reducción a una o dos de sus manifestaciones.

P. ¿Sabe que a muchos lectores de X les encanta la novela Porculo, de la que Monk reniega?

R. (Ríe) Supongo que está bien, de alguna forma perversa.

La inclusión de Porculo dentro de X es solo uno de los muchos recursos de los que Everett echa mano en la novela, que en su conjunto es un texto fragmentario, donde se mezclan comentarios sobre pesca y carpintería (las aficiones mundanas de Monk) con latinajos, cartas, conferencias eruditas y delirantes diálogos imaginarios entre personajes de la alta cultura con la que el protagonista se identifica, como Oscar Wilde y James Joyce o Mark Rothko y Alain Resnais, entre muchos otros. Técnicas que le han valido la calificación de posmoderno o experimental entre la crítica y que el autor rebate. ¿Posmoderno? “No sé qué significa ser posmoderno, excepto admitir que sigo a los escritores modernistas. La exploración de la forma y la sustancia de escritores serios que se dicen posmodernos en realidad es la misma exploración del modernismo. Si posmoderno quiere decir experimental, entonces Tristram Shandy, de Laurence Sterne, es una novela posmoderna. Creo que los académicos sencillamente han recurrido a esa definición, la de posmoderno, para las novelas producidas durante el tardocapitalismo”. ¿Experimental? “Sinceramente no pienso en mi trabajo como experimental. Una novela es por definición experimental, porque el escritor no tiene ni idea de lo que está haciendo cuando empieza a escribir. Picasso no pintaba siguiendo la línea de puntos numerados”.

En X, Everett hinca el fino bisturí de la ironía para criticar el mundo académico, la televisión (hay un divertido trasunto de Oprah Winfrey), la industria del cine o la editorial. Nadie se libra. “A veces las decisiones de las grandes editoriales no son tanto literarias como de mercado, de modo que los editores no pueden decir qué libro quieren publicar sin la aprobación del departamento de marketing. Esto resulta antitético a la producción del verdadero arte… aunque supongo que siempre ha sido así”.

P. La novela, pues: ¿arte o entretenimiento?

R. Idealmente, el arte sería entretenido para la gente. Idealmente, cuando la gente se encontrase con una novela complicada, difícil (a falta de mejor palabra), que supusiese un reto, debería resultar un entretenimiento. Me gustaría vivir en un mundo en el que la gente se obligase a sí misma a comprender cosas que no se entienden fácilmente. Las cosas que suelen parecernos entretenidas tienen un lugar en la cultura, pero no suelen generar pensamiento ni ponen a prueba al consumidor, al espectador.

P. ¿No está el mundo académico y crítico a veces algo alejado del lector de a pie, que se lee novelas tirado en el sofá ajeno a cualquier trascendencia?

R. Ninguna novela le habla a una persona o a un grupo de personas en particular. Lo que yo espero es que el lector traiga a la obra lo que él o ella sabe. Y es así como obtiene lo que obtiene de la lectura de una novela. Una novela puede despertar el interés de un lector por la teoría literaria, por ejemplo, pero si no es el caso, eso no debería afectar su capacidad para disfrutar la lectura.

P. En este mundo bombardeado por información, tuits, teléfonos inteligentes y redes sociales ¿queda tiempo para sentarse durante horas a leer una novela?

R. Probablemente menos gente dedique muchas horas a leer novelas en un mundo así, pero del mismo modo en que queda espacio para la escultura y la pintura en el mundo, habrá sitio para la novela. Me da cierta tristeza cuando veo a un grupo de personas que mira la pantalla de su teléfono en lugar de comunicarse entre sí. Yo no tengo Facebook porque no quiero herir los sentimientos de las 5.000 personas con las que alguna vez he coincidido en mi vida y que quieren ser mis amigos. Ya tengo suficientes amigos, no necesito más, y no es así como me los hago. Sigue leyendo

La poesía desde una trinchera

Manuel Morales, El País

Una antología reúne versos de soldados caídos en la I Guerra Mundial

Murieron jóvenes, eran idealistas, apasionados, pero perdieron la vida en los campos de batalla de Europa, entre barro, hambre, ratas y piojos. Vivieron las trincheras de la Primera Guerra Mundial para contarlo.  Compusieron poemas en los que describían el horror de un conflicto que segó nueve millones de vidas.  De la llamada Gran Guerra, Brian Gardner publicó en 1964 en Reino Unido una antología de poemas que los soldados escribieron durante el conflicto, Up the line todeath. Thewarpoets 1914-1918.  La editorial Linteo escogió a 21 de los más de 100 poetas del original y dio a luz Tengo una cita con la muerte.  Poesía de la guerra, poesía de los muertos.

“Mi abuelo tenía esta antología y fue un libro que siempre me fascinó”, explica por teléfono Ben Clark, uno de los dos responsables de la traducción y edición del libro.  Clark (Ibiza, 1984), que también es poeta, cuenta que desde hace años proyectaba junto a su amigo Borja Aguiló publicar la obra en castellano.  Su criterio para esta edición bilingüe fue escoger a “los que murieron en combate”, requisito cumplido por todos excepto dos que fallecieron de neumonía y de una sepsis provocada por una picadura de mosquito. De este último poeta, Rupert Brooke, “se recitaban sus versos en las trincheras, era muy popular”, indica Clark. En España, el ejemplo más significativo de poeta soldado y que componía versos en la Guerra Civil fue Miguel Hernández, muerto en 1942 por el tifus y la tuberculosis en una prisión alicantina.

Los intensos versos de Tengo una cita con la muerte -título tomado del inicio de un poema de Alan Seeger- se rescataron de los cadáveres, “estaban entre las ropas, escritos en cuadernos o en hojas sueltas.  A algunos les dio tiempo de enviarlos a sus casas”, agrega Clark, para quien el más significativo de aquellos bardos fue Wilfred Owen, que ya había publicado tres poemas y cuya breve obra no se conoció hasta años después de su muerte. Owen perdió la vida a una semana de que acabara el conflicto, tenía 25 años.  Una cita suya abre la antología:Sobre todo no estoy preocupado por la Poesía / me ocupo de la Guerra, y de la pena de la Guerra./ La Poesía está en la pena.

Tengo una cita con la muerte es poesía que toca a difuntos, pero no todas las composiciones tienen el mismo tono.  Los primeros versos de la guerra eran pasionales y patrióticos, henchidos de idealismo. Sus autores son jóvenes que ignoran el matadero al que se dirigen, sin apenas entrenamiento ni formación militar.  A medida que avanza la contienda las palabras se tornan sombrías, teñidas de desengaño y desilusión.  En ese cambio fue decisiva la batalla del río Somme, una carnicería al norte de Francia en la que murieron, solo el primer día, el 1 de julio de 1916, casi 20.000 británicos. Uno de ellos fue Leslie Coulson, su libro Fromanoutpost and otherpoems vendió 10.000 copias en un año, después de su muerte.  Su poema Desde el Somme finaliza así:Dentro de mi alma siento crecer una música extraña, / vastos cantos de una tragedia demasiado profunda / -demasiado profunda- / para ser pronunciada por mis pobres labios.

Los editores subrayan que el lector no encontrará “poesía escrita por elegantes señores en mansiones inglesas”, sino “voces curtidas en el horror”.  Algunos poetas cargaron contra los que cantaban la grandeza de la guerra mientras permanecían cómodamente en sus casas.  Así ocurre en Reclutamiento, de E. A. Mackinstosh, muerto con 24 años: Id y ayudad a engrosar a engrosar las listas / con los nombres de los muertos. / Id a ayudar a completar una columna / a los malditos periodistas.

Sin embargo, hay un obstáculo lógico para poder apreciar en estos versos la locura de la guerra: la traducción.  La tarea de pasar los poemas originales a esta obra”es frustrante”, como reconocen los autores, y la musicalidad con la que se compusieron (… ) (Loss and failure, pain and death) se pierde, a pesar de que la edición bilingüe lo atempere: (la pérdida y el fracaso; el dolor y la muerte).

En cuanto a los poetas, algunos tenían “cierta bibliografía”, como el galés Edward Thomas, y otros eran principiantes que apenas publicaron algo más que sus poesías de guerra, como Robert Palmer.  Los más jóvenes terminaron su vida con 20 años, el más veterano tenía 45.  Además de ingleses, en la antología hay irlandeses, un canadiense y un estadounidense.

Con la guerra siempre como paisaje, en Tengo una cita… hay escalofriantes poemas premonitorios, como el que escribió William Noel Hodgson el 1 de julio de 1916, dos días antes de caer en la batalla y que acaba así:  Por todos los placeres que voy a perderme, / Ayúdame, Señor, ayúdame a morir.

Los hay también que cuentan las miserias de cada día, como Cazando piojos, del inglés Isaac Rosenberg, que murió con 28 años:  (…) por una camisa infestada de parásitos / Lanzó aquel soldado de su garganta / Juramentos / Que amedrentarían a un dios, pero no a los piojos.

Unos versos invocan a Dios, otros a la patria; muchos contienen referencias a las aves y la naturaleza, el edén perdido y añorado; los hay belicistas, los hay de hermandad con el enemigo: Cuando haya paz, entonces podremos ver de nuevo / con nuevos ojos, la verdadera forma del otro y su grandeza.

Por último, se suceden los recuerdos a los caídos en combate, como en Los muertos ansiosos, de John McCrae.  Todas estas palabras fueron esfuerzos mentales para sacudirse el miedo a morir. Clark y Aguiló consideran que uno de los grandes momentos del libro está en El vigía, de Owen, que describe cómo fue la gran guerra de trincheras:  El poco aire que permanecía apestaba, viejo, y ácido / con humo de obuses y el olor de hombres / que habían vivido allí años, y que dejaron su maldición / en aquel lugar, / si no sus cadáveres…

Federico García Lorca (junio 1898 – agosto 1936)

Como homenaje al gran poeta universal Federico García Lorca, en el 75 aniversario de su muerte, transcribimos el poema “La Sangre Derramada”, que fuera escrito por él en honor al torero Ignacio Sánchez Mejías.

LA SANGRE DERRAMADA

¡Que no quiero verla!

Dile a la luna que venga,

que no quiero ver la sangre

de Ignacio sobre la arena.

¡Que no quiero verla!

La luna de par en par,

caballo de nubes quietas,

y la plaza gris del sueño

con sauces en las barreras

¡Que no quiero verla!

Que mi recuerdo se quema.

¡Avisad a los jazmines

con su blancura pequeña!

¡Que no quiero verla!

La vaca del viejo mundo

pasaba su triste lengua

sobre un hocico de sangres

derramadas en la arena,

y los toros de Guisando,

casi muerte y casi piedra,

mugieron como dos siglos

hartos de pisar la tierra.

No.

¡Que no quiero verla! Sigue leyendo

Borges en el corazón

Gay Talese

“Ahora, todo el mundo está en mi interior”, decía el escritor cuando la ceguera le iba permitiendo aislarse paulatinamente de las interferencias del mundo. A los 25 años de su muerte, el gran cronista estadounidense Gay Talese rememora la entrevista en la que lo conoció en Nueva York.

Lo que sigue es la reproducción del relato que escribí de mi única entrevista con Borges, que tenía entonces 62 años (y su madre, de 85), que llevamos a cabo en un hotel de Nueva York (creo que era el Algonquin, en la Calle 44 Oeste) y se publicó enThe New York Times el 31 de enero de 1962. En aquella época, yo tenía 30 años y era redactor del Times; aquel día mi redactor jefe me ordenó que fuera a entrevistar a Borges, cuya obra conocía por supuesto; me sentí ligeramente nervioso ante la perspectiva de conocer a la gran figura literaria en persona.

Nos encontramos en el vestíbulo del hotel, a la hora acordada, y, aunque yo sabía que era ciego, lo primero que me impresionó fue su aparente estado de alerta, la impresión que daba de enterarse de todo, sentado muy recto en una silla tapizada de respaldo alto, desde donde parecía observar las idas y venidas de docenas de huéspedes que recorrían el ruidoso vestíbulo. Junto a él se sentaba su madre, que, a pesar de tener 85 años, no aparentaba más de 60 y que, podría añadir, era de una belleza asombrosa para tener cualquier edad. Pensé que no podía haber sido más bella ni cuando tenía 25 años; porque, a los 85, irradiaba una vitalidad y una energía intemporales, y la suave piel de su rostro era la de una mujer bien conservada que (no me cabía la menor duda) debía de dedicarse a diario a mantener su atractivo; seguro que pasaba horas delante de un espejo con el fin de satisfacer su deseo de representar la perfección para todas las personas con las que se encontrase. Durante la entrevista que hice a su hijo, no pude evitar mirarla mientras nos escuchaba y, a veces, introducía alguna palabra para subrayar lo que estaba diciendo él.

La entrevista no duró más de media hora; he aquí, reproducido, el artículo que escribí en aquella memorable ocasión, en 1962, cuando conocí a Borges y a su inolvidable madre.

Como su padre y su abuelo, su bisabuelo y su tatarabuelo, Jorge Luis Borges se ha quedado poco a poco ciego. Pero hasta la ceguera, dice, tiene ventajas.

“Antes, el mundo exterior interfería demasiado”, me decía este intelectual argentino de 62 años ayer en Nueva York. “Ahora, todo el mundo está en mi interior. Y veo mejor, porque puedo ver todas las cosas que sueño. Fue una ceguera gradual, nada trágica”, continuó. “Si uno se queda ciego de pronto, el mundo se le hace añicos. Pero si primero pasa por un crepúsculo, el tiempo fluye de manera diferente. No es preciso hacer nada. Uno puede quedarse sentado. Las personas ciegas tienen mucha dulzura. Las sordas, en cambio, no. Las personas sordas son muy impacientes. A veces, la gente se ríe de los sordos. Nadie se ríe de un ciego”.

“El jueves”, dijo el doctor Borges, “doy una conferencia en… ¿En? ¿Cómo se llama ese sitio?”.

“Yale”, dijo su madre.

“Eso es, Yale”, siguió él. “Voy a hablar sobre William Henry Hudson, un escritor inglés nacido en Argentina. Y el 6 de febrero, estaré en Harvard. El 12 de febrero, en la Universidad de Columbia. Y el 14 de febrero, en Princeton. Hablaré de clásicos argentinos como el magnífico poema Martín Fierro, que trata de un gaucho y fue escrito en 1872 por Hernández. El gaucho es un personaje realista pero poco romántico; también presentaré al otro gran poeta argentino, Lugones, que tradujo a Homero al español”.

Durante toda su gira de conferencias, el doctor Borges contará con la ayuda de una memoria extraordinaria, casi absoluta -otra consecuencia de la ceguera-, y de su madre, que, a sus 85 años, parece tan dinámica y se conserva tan bien como una de esas atractivas mujeres de 60 años dadas al narcisismo, algo que no parece ser el caso de la señora Borges. La madre de Borges, como su hijo, pasó la mayor parte de sus años prerrevolucionarios en Buenos Aires luchando contra Juan Perón, y en una ocasión pasó una semana en la cárcel por participar en una manifestación contra él.

“Los escritores sufrieron mucho con el dictador”, asegura el doctor Borges, aunque igual de mala era la situación en Argentina hace 30 años, “cuando nos leíamos las obras y nos lavábamos la ropa unos a otros”. Pero hoy los escritores han progresado, y en especial él. Es autor de 30 libros de ensayo, poesía y relato, y su primera recopilación traducida al inglés saldrá publicada esta primavera en New Directions, bajo el título Labyrinth.

“No creo que Perón supiera que había literatura en su país”, opina el doctor Borges. “Nos puso todos los obstáculos posibles, pero lo que más le importaba, en realidad, era agitar a todo el mundo en contra de Estados Unidos y mandar a la gente a la cárcel”.

Aunque el doctor Borges no puede adivinar las consecuencias a largo plazo de la última reunión de la Organización de Estados Americanos en Punta del Este, Uruguay, dice que, “por desgracia”, Fidel Castro parece afianzado, y “los comunistas son muy listos”.

“Los estadounidenses son siempre unos incomprendidos”, añade. “Si dan dinero, la gente piensa que es un soborno. Si no lo dan…”, reflexiona, “quizá sea mejor”.

La madre del doctor Borges miró su reloj y le recordó que tenían una cita en otro lugar unos minutos después. Me puse de pie, les di la mano a los dos y les agradecí que me hubieran dedicado su tiempo. Volví corriendo al edificio de The New York Times, que estaba a solo dos manzanas, con la esperanza de escribir algo que hiciera justicia al rato que había pasado con aquel extraordinario hombre de letras y su madre. También pensé en lo que había dicho sobre las personas ciegas, sobre todo esta frase inolvidable: “Ahora, todo el mundo está en mi interior… Y veo mejor, porque puedo ver todas las cosas que sueño”.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. Gay Talese (Ocean City, Nueva Jersey, 1932) ha publicado recientemente en España Honrarás a tu padre (traducción de Patricia Torres Londoño. Alfaguara. Madrid, 2011. 640 páginas) y el año pasado Retratos y encuentros(Alfaguara) y La mujer de tu prójimo (Debate).

Los días del arcoíris

María José Obiol – Babelia

Narrativa. Los días del arcoíris, de Antonio Skármeta (Antofagasta, Chile, 1940), acoge una propuesta de verosimilitud para sus personajes y sitúa el transcurrir de la narración en 1988, en Chile, en el tiempo del plebiscito nacional para determinar la continuidad en el poder del dictador Pinochet. La novela obtuvo el IV Premio Planeta-Casa de América, y está repleta de “dichas y quebrantos”, según su autor. En Gracias a la vida, de Violeta Parra, se escucha: “Así yo distingo dicha de quebranto / los dos materiales que forman mi canto”, y es en la manera de administrar esos materiales donde Skármeta obtiene su mayor rédito, porque en Los días del arcoíris, el autor con vital calma, sencillez en las palabras y la cadencia debida, organiza el desconcierto, la tragedia, el descubrimiento y el optimismo. En la novela está tanto el recuerdo de un tiempo duro como los trazos precisos para articular la rutina de quienes caminan sus páginas. Unos personajes desde los cuales se mira al Chile de una época y desde donde, al tiempo que se incorporan movilizaciones sociales y una vaga y aparente apertura política, persiste el oscuro sustrato de las desapariciones. Conviven pues, sin estridencias, los diferentes asuntos, “las dichas y quebrantos” de los personajes, tanto para quienes son protagonistas del cambio como para quienes ofrecen pactos pero ejercen represalias. La novela engarza una vida cotidiana no exenta de tragedias personales ni de opresores falsamente retirados, pero también la euforia creciente entre los partidarios del “no” al plebiscito. El contar calmo del autor chileno facilita la comprensión de esa mirada de apariencia apacible que se vierte en Los días del arcoíris. El arco iris fue el símbolo que utilizaron los opositores a Pinochet durante la campaña del referéndum. Quienes dijeron “no”, y ganaron.

Historia de amor perfecta: Verano y amor de William Trevor

Alberto Manguel

El gran escritor irlandés William Trevor otorga a lo nimio una importancia vital hasta formar un complejo y exquisito tapiz en el que cada vida depende y modifica a las otras. Verano y amor es una vasta epopeya en la que el autor desgrana el empeño del carácter irlandés, su sentimentalismo, humor y prejuicios, y la dolorida historia de su país

En alguna de sus novelas, Vladímir Nabokov imaginó que su protagonista podría tratar de animar un cuadro de Brueghel, una de esas minuciosas composiciones en las que los incontables personajes retratados en una aldea flamenca cobrarían de pronto vida propia y ofrecerían, no ya un conjunto de pequeñas escenas diversas, sino una sola gran escena móvil y múltiple. Nabokov intentaba, supongo, resolver de alguna manera uno de los mayores problemas técnicos de la narrativa: cómo contar simultáneamente, no de manera falazmente sucesiva, todos los acontecimientos que ocurren a la misma vez en cada uno de los diversos episodios de un relato. ¿Cómo deshacerse del “mientras tanto”? ¿Cómo contar, por ejemplo, y sin imponer una falsa cronología al episodio, el sueño de Don Quijote, las actividades censorias del cura y el barbero, los chismorreos del ama y de la sobrina, y tantas otras cosas que suceden en ese mismo instante ficticio?

Verano y amor es la respuesta que el gran escritor irlandés William Trevor propone a sus lectores. Desde la publicación de sus primeros cuentos y novelas en los años sesenta, Trevor hizo suyo un tono y una estrategia narrativa particular: contar lo nimio como si fuese de una importancia vital, y dejar que pequeños gestos, palabras apenas dichas, amagos, sospechas e intenciones sirvan para llevar adelante la insinuada acción. En sus últimas novelas (ésta fue publicada en inglés hace dos años) Trevor ha afinado su técnica de manera casi perfecta; la traducción de Victoria Malet respeta escrupulosamente la delicadeza y la falta de énfasis del original.

El marco de la novela es Rathmoye, un pequeño pueblo irlandés del día de hoy. Los personajes son campesinos, comerciantes, amas de casa, jóvenes y ancianos: una solterona que sueña con redimir un pecado de juventud, un granjero que se siente culpable de la accidental muerte de su esposa e hija, un bibliotecario que vive en el pasado de una gran mansión abandonada, un joven desilusionado llamado Florian, y la huérfana Ellie, con quien el granjero viudo se ha casado. En las primeras páginas, Trevor nos muestra pequeños retazos de sus vidas aparentemente individuales y aisladas; luego, con enorme destreza, va entrelazándolos gradualmente hasta formar un complejo y exquisito tapiz en el que cada parte, cada vida, depende y modifica a las otras. La novela apenas excede las doscientas páginas, pero al llegar a la última el lector siente que ha participado en una vasta epopeya cuyas raíces remontan al medioevo celta y cuyas ramificaciones no han acabado de proliferar. La dureza y empeño del carácter irlandés, su sentimentalismo y su humor, el particular uso del idioma inglés, mordaz y poético, la dolorida historia de Irlanda, el desenfreno heredado de sus antepasados prehistóricos y los prejuicios inculcados por la Iglesia católica: todos estos aspectos se entretejen en el relato de Trevor con meticulosa coherencia.

Verano y amor es sobre todo la historia de Florian y de Ellie. Florian ha decidido marcharse de Irlanda después de la muerte de sus padres quienes, artistas ellos mismos, siempre supusieron que su hijo también lo sería. La ambición de sus padres condujo a Florian a una sucesión de frustraciones, y sólo la huida a un país desconocido (Noruega, tierra inmensamente extranjera para un irlandés) parecería ofrecerle la posibilidad de una vida lograda. Pero poco antes de partir, Florian se encuentra con Ellie. Casada, paciente, desamorada, Ellie piensa que la suya es la vida a la cual está destinada, hasta que conoce a Florian. Entonces se dicen unas pocas palabras, logran unos pocos encuentros, y al final del verano, Florian se va. Eso es todo. Podría decirse que nada sucede en esta breve novela, o casi nada, salvo el nacimiento y el obligatorio fin de una pasión amorosa. Sin embargo, eso basta para que, contada en la magistral voz de Trevor, Verano y amor sea una de las más perfectas historias de amor de nuestro tiempo.

Los mejores herederos del Covarrubias

Winston Manrique Sabogal

Seis años tardó Sebastián de Covarrubias Orozco en redactar el que se convertiría en el padre de todos los diccionarios generales del español o castellano. Pero, ¿qué debe tener un buen diccionario? Para José Antonio Pascual, vicedirector de la RAE y responsable del Diccionario histórico de la Academia, este debe cumplir ante todo con dos condiciones: “Tener un buen método, porque un diccionario no lo hace cualquiera y debe incluir aspectos como la semántica o la lexicografía, y debe ofrecer datos fiables”. Aunque son muchos los diccionarios generales, solo unos pocos se han convertido en referencia y se pueden considerar como herederos del Covarrubias. Los cuatro primeros son de la RAE y los describe el propio Pascual:

DRAE. “Es el primer diccionario del español, después del Covarrubias, y motivo por el cual se creó la Real Academia en 1713. De allí salió elDiccionario de autoridades, 1726-1739. Desde entonces se han hecho 22 ediciones, la próxima será en 2014. Su función es la de dar al hablante seguridad en el significado de las palabras, permitir elegir las adecuadas, saber con cuáles se combinan unas y otras y en qué situaciones y lugares se utilizan”.

Del Estudiante. “Está previsto para lo mismo que el de Autoridades, pero en el caso de una persona de otro nivel que se está formando. Si el DRAE ofrece 80.00 palabras este tiene unas 40.000 y busca suplir unas necesidades concretas”.

Panhispánico de dudas. “Al igual que el de dudas de Manuel Seco, es un modelo para resolver casos concretos, qué palabras se pueden emplear en determinada circunstancia; no se busca el hecho del uso sino los problemas para no incumplir la norma”.

De americanismos. “Fundamental porque sirve para que nos demos cuenta de que existen usos distintos en diferentes lugares y la variedad americana requiere por su extensión una consideración particular. Nos viene estupendamente para poder entendernos y, lo más importante, afrontar la lectura de los textos de autores de allí”.

María Moliner. Joaquín Dacosta, director del Departamento de Lexicografía de la editorial Gredos y encargado de la dirección del María Moliner desde 1994: “Supuso una alternativa al de la Academia, hecho con otros criterios, mucho más ambicioso al ser menos conservador. Supuso una ruptura al pretender no solo explicar el significado de las palabras sino enseñar a usarlas, y convertirse así en un instrumento del uso del idioma más ajustado a la realidad, sin olvidar ni desdeñar el uso antiguo. Lo más importante del María Moliner es la documentación en uso real con textos y referencias hoy con un método más científico apoyado en los ordenadores. Desde su salida en 1966 se han hecho otras dos ediciones (1998 y 2007)”.

Diccionario del español actual, de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos. “Es el primero que registra el léxico de una época basándose en documentación real de la misma y el segundo diccionario general después del DRAE que se compila a partir de textos del uso real. Recoge el vocabulario de la segunda mitad del siglo XX, presentando por cada palabra y cada acepción testimonios auténticos del uso escrito”, según la contraportada.

Diccionario ideológico de la lengua española, de Julio Casares. Su clave y valor radica en que está estructurado a la inversa de los diccionarios convencionales y va a la palabra a partir de su definición. Se publicó en 1942 por primera vez.

Pequeño Larousse. Diccionario enciclopédico de consulta que cumple cien años de su primera edición en español. Primer acercamiento a una obra de estas características por parte del gran público.

El nuevo Premio Formentor, para Carlos Fuentes

J. Rodríguez Marcos, El País

El galardón renace 50 años después de que lo ganaran Borges y Beckett

“Para mí es un honor recibir un premio que hace 50 años, cuando se concedió por primera vez, recayó en Borges y Beckett”, dice Carlos Fuentes por teléfono desde su casa de Londres. El escritor mexicano, de 82 años, se refiere al nuevo Premio Formentor de las Letras, que le fue concedido el 1 de agosto, por el conjunto de su obra.

El galardón otorgado al autor de Terra nostra supone la reencarnación del mítico premio que en 1961 impulsó Seix Barral con la colaboración de una decena de editoriales extranjeras, entre ellas Einaudi y Gallimard.  Aquella distinción tenía dos modalidades: el Prix International de Littérature y el Premio Formentor.  Uno reconocía a un escritor de resonancia mundial.  El otro, una novela presentada por alguno de los editores reunidos en el famoso hotel de la península mallorquina y que luego era publicada por todos los demás.  Samuel Beckett, Borges, Uwe Johnson, Saul Bellow y Witold Gombrowicz forman parte del primer palmarés.  Juan García Hortelano, Dacia Maraini, Jorge Semprún y Gisela Elsner, del segundo. Con el tiempo, el premio terminó concediéndose en Corfú, Salzburgo y Túnez hasta languidecer.

Aquella iniciativa, que abrió al mundo la edición española durante la dictadura franquista, no fue el único signo de vitalidad.  En 1959, Carlos Barral y Camilo José Cela habían organizado en el mismo hotel unas conversaciones de escritores no menos legendarias, y en 1962, la propia Seix Barral inauguraba el Premio Biblioteca Breve.  Cinco años más tarde recayó en Carlos Fuentes por Cambio de piel.

Hoy el panorama es muy distinto, en parte porque ya ha germinado la semilla sembrada en Mallorca. “Ya no hay un centro mundial de la edición”, afirma Fuentes, que el día 27 recibirá en el hotel Barceló Formento los 50.000 euros del galardón. “Todo está globalizado. Günter Grass, Nadine Gordimer y Juan Goytisolo son alemán, sudafricana y español pero son, sobre todo, novelistas. Antes, los americanos debíamos pasar obligatoriamente por Europa. Ahora son más bien los europeos los que deben pasar por América”. Para el Cervantes de 1987, la mundialización incluye a los autores de lo que él bautizó como territorio de La Mancha: “Hace dos años México fue el invitado al Salón del Libro de París.  Acudieron solo escritores traducidos al francés y había 42.  En los años sesenta los latinoamericanos traducidos eran apenas Carpentier y, otra vez, Borges”.