La “batalla de la verdad” en torno al 18 de julio

José Andrés Rojo, El País

Ángel Viñas explora los primeros pasos de Franco como conspirador y golpista y el papel de la diplomacia británica en la trama que llevó a la Guerra Civil

Hay, en la primera parte del último libro de Ángel Viñas, mucho de trabajo detectivesco. El cadáver es el del general Amadeo Balmes. Murió en Las Palmas de Gran Canaria el 16 de julio de 1936: por lo que se dice, de un accidente. Había ido a probar unas armas al campo de tiro, se le encasquilló una de ellas y, según la versión del chófer que lo acompañó, “apoyó el cañón en el vientre para, con la mano derecha, hacer más fuerza y dejar corriente el arma, con tan mala fortuna que se disparó ésta, que es un Astra del 9 largo”. No resulta muy sensato ni creíble utilizar semejante procedimiento para resolver ese problema. ¿Qué pasó entonces? Pues que igual al tipo se lo cargaron. Ésa es la hipótesis del detective, y entonces el historiador entra en escena para proceder a la investigación. Como no queda nadie vivo de los que estuvieron cerca del episodio, no hay otra que interrogar a los papeles (documentos, periódicos, libros, correspondencia). Dos días después de la muerte de Balmes, el general Franco sale de Gando en el Dragon Rapide, el avión que los militares rebeldes le han facilitado para que pueda volar hasta Tetuán y tomar el mando de las tropas de África. ¿Hay alguna relación entre una cosa y otra? Viñas sostiene que sí, que la muerte de Balmes facilitó el triunfo de la rebelión en Gran Canaria y que sirvió de coartada a Franco para viajar desde esa isla, y no desde Tenerife (donde residía), para realizar la misión que Mola le había encomendado. Más allá de poder probar que lo de Balmes fue un asesinato (faltan demasiadas piezas, pero muchas pistas confirman la verosimilitud de esa hipótesis), lo revelador del trabajo de Viñas es su reconstrucción del escenario donde Franco dio sus primeros pasos como conspirador y golpista. Y la narración de cuanto rodeó al viaje del avión desde Londres. Unos episodios minúsculos, pero que muestran cómo la trama civil estuvo finamente engarzada con la militar y cómo fueron manejándose los hilos que iban a garantizar el éxito de la rebelión en las islas Canarias, un paso imprescindible para que Franco tuviera el camino abierto para ocuparse de los recursos militares de África.

En la segunda parte del libro, el detective se convierte en un diligente diplomático que revisa los papeles de la embajada y los servicios secretos británicos. Los que planificaban acabar con la República sabían que uno de sus retos mayores era conseguir que Inglaterra se inhibiera cuando las cosas se pusieran en marcha. Tuvieron suerte. En su investigación, Viñas muestra cómo el factor humano tiene en esta historia un peso relevante. En julio de 1935 se jubiló como embajador británico en España sir George Grahame que, hasta entonces, había dado una visión bastante ajustada y acertada de lo que estaba ocurriendo en el seno de la República. Poco antes se había ido, además, el segundo de a bordo. Los que llegaron, nuevos en esta plaza y escorados ideológicamente a la derecha, no tardaron en escuchar cuanto alimentaba su pavor a los comunistas. Viñas desgrana los telegramas enviados al Reino Unido que explican cómo este país terminó abandonando a la República a su suerte. La intoxicación a la que fueron sometidos sus diplomáticos por sectores próximos al golpe les llevó a decir, incluso, que España corría el peligro de convertirse “en una ‘aglomeración de pequeños Estados soviéticos”. Viñas vuelve a tomar en la última parte del libro, y en el epílogo, la voz del historiador para reflexionar sobre “la batalla de la verdad”, y hacer un apasionado alegato contra las mitificaciones que abundan a la hora de contar la Guerra Civil española. Quizá dos de sus conclusiones sirvan para resumir su posición: fue la política británica la que condenó a la República y la revolución, antes de producirse el golpe, nunca estuvo “en el orden del día”.

Nerón vuelve a Roma

Rossend Doménech, Momentos

Por primera vez, arqueólogos, ingenieros, restauradores y expertos en informática se han unido para  reconstruir en un vídeo la famosa Domus Aurea, suntuosa vivienda del emperador Nerón (37-68 dC), situada por encima del Coliseo, de la que sólo quedan unos subterráneos bastante arruinados.

Hasta la mitad del próximo septiembre los forasteros que visiten Roma tendrán, por primera vez, la posibilidad de ver la reconstrucción, siguiendo una exposición itinerante–en el sentido de que deberán caminar– sobre los lugares donde vivió y desde los que gobernó aquel emperador.

Los lugares interesados por la exposición itinerante incluyen también una evocación de las numerosas películas que a lo largo de la historia el cine ha dedicado a aquel emperador, viaje en el tiempo que puede realizarse en el Templo de Rómulo, dentro de los Foros Imperiales, una de las etapas de la muestra. Además del Palatino, otra sede de la exposición es el mismo Coliseo, en el que Nerón mandó unas reformas, que ahora se han descubierto y que permiten ver con qué tipo de colores fue pintado el monumento, hoy grisáceo, más conocido de Roma.

Nerón no tuvo tiempo de gozar la Domus Aurea, aunque la leyenda de lo que fue la mansión sigue traspasando los siglos: tenía un comedor que giraba entero durante los ágapes, mientras caían pétalos de rosas desde los techos, en las paredes había unos frescos más o menos impúdicos, las estancias de rojos pompeyanos eran lujosas…El vídeo muestra como probablemente era el lugar, según los datos aportados por la arqueología.

La verdadera vivienda de Nerón estuvo en el Palatino, la más importante de las colinas de Roma. Su morada no era una casa, sino un conjunto de villas y jardines, con un lago en el lugar donde se construiría el Coliseo. En ella fue proclamado emperador y la exposición permite ver los restos de su mansión, descubiertos en los últimos tres años, además de una reconstrucción de la misma que se expone en una muestra paralela situada en el segundo piso del Coliseo.

La historia ha atribuido a Nerón una mala fama por haber incendiado Roma y perseguido a los cristianos y así ha quedado en el imaginario colectivo. Pero la historia suelen escribirla los vencedores, que en este caso fue el Senado romano, que en el 68 destituyó a Nerón y le obligó a suicidarse. Las últimas investigaciones de los historiadores expresan serias dudas sobre el hecho de que fuera él quien ordenara incendiar la ciudad, para atribuirlo después a otros. En la Roma de entonces el cuerpo policial más importante eran los bomberos, precisamente porque los edificios, construidos en buena parte con madera, se incendiaban continuamente.  Fragmentos de objetos carbonizados por el incendio se exponen en el Coliseo.

Nerón, amado por el pueblo, fue un gran tirano y un demagogo, que odiaba a los aristocráticos, porque no lo era. Le gustaba pasear por las calles entre el pueblo, tal vez con una guitarra en mano, discutir con la gente y abrir a todos la suntuosa morada que tenía en el Palatino, una de las siete famosas colinas. Tras el incendio del año 64, organizó personalmente un plan urbanístico que transformó la ciudad.

Técnica y esencia de la humanidad

J. M. S. R. – El País

El papel de la ciencia, la tecnología, el lenguaje o la inteligencia en el progreso del mundo es analizado por expertos como Ridley, Spier, Mumford y Headrick.

La pregunta de cuál es la esencia de los humanos se encuentra entre las más fundamentales que podemos plantearnos. No hay duda de que somos un eslabón de una larga cadena que no necesita para ser explicada más que de las leyes físico-químicas y de las contingencias de la naturaleza. Somos, en definitiva, el producto, más o menos afortunado, del -recurriendo a la sentencia de Demócrito que Jacques Monod convirtió en título de un libro- azar y de la necesidad; el azar propiciado por las cambiantes circunstancias ambientales y la necesidad de las leyes físico-químicas. Ahora bien, aceptado este punto, que somos un producto evolutivo con una serie de habilidades notables, ¿qué es lo que nos distingue de aquellos seres que aparecieron antes que nosotros y con los que estamos emparentados, especialmente con los demás homínidos?

Varias son las respuestas que se han dado a esta cuestión. Para unos, lo que distingue a nuestra especie es su inteligencia, de ahí el nombre que la hemos adjudicado: homo sapiens. Y esa inteligencia no es sino la consecuencia -se argumenta también- del tamaño de su cerebro: “Probablemente”, escribe Fred Spier en El lugar del hombre en el cosmos (un libro que intenta reconstruir la Gran Historia, la historia que va del origen del Universo a la sociedad actual), “no es ninguna coincidencia que hayan sido justamente unos animales provistos a un tiempo de las características de los vegetarianos y de las cualidades de los predadores los que hayan desarrollado el mayor y más complejo cerebro en relación con su masa corporal, y lo mismo cabría decir del hecho de que también ellos sean los que hayan terminado por dominar el mundo”.

Otros, sin embargo, hacen hincapié en la habilidad de nuestra especie para fabricar instrumentos (hace más de un siglo, Thomas Carlyle describió al hombre como “un animal que usa herramientas”), y así hubiesen preferido la denominación homo faber, hacedor de instrumentos. A favor de esta línea de pensamiento se encuentra la importancia de la tecnología -la disciplina que trata de la producción y utilización de instrumentos, de máquinas- en la historia de la humanidad. Nada ha sido tan importante para cambiar el mundo como la tecnología, aunque la tecnología no es independiente de la ciencia, una actividad en la que las ideas -y ahí entra en escena el cerebro como órgano creativo más que manipulador- desempeñan un papel central. Siendo cierto esto, no lo es menos que con frecuencia se ha hecho excesivo hincapié en la ciencia como motor de la tecnología, cuando no escasean los ejemplos que muestran que en ocasiones ésta precedió -e impulsó- a aquélla: la máquina de vapor, por ejemplo, fue anterior a la termodinámica, la rama de la física que trata de los intercambios energéticos y caloríficos. “En muchos casos los avances empíricos precedieron en décadas a las explicaciones científicas”, señala a propósito de la medicina decimonónica Daniel Headrick en El poder y el imperio, un magnífico texto que describe las relaciones entre la tecnología y el imperialismo desde 1400 hasta la actualidad, en el que se comprueba que, efectivamente, la tecnología ha sido, y es, un elemento central en la historia de la humanidad y la herramienta indispensable en la expansión global, imperialista, de las sociedades occidentales desde el siglo XV hasta el presente.

Matt Ridley, recordado por libros tan magníficos como GenomaQué nos hace humanos (Taurus), se ha unido ahora a esta discusión con otro texto espléndido, El optimista racional, una original y bien documentada exposición de la historia de la humanidad, que defiende la capacidad de progreso de nuestra especie negando la idea de que estamos abocados, cual si se tratase de una maldición divina, a un futuro cada vez más negro. Uno de los argumentos centrales de Ridley tiene que ver precisamente con entender a los humanos más como homo faber que como homo sapiens, aunque en realidad su propuesta es algo diferente, contemplando a los humanos como homo dynamicus.

Su propuesta es que la especie de homínidos a la que pertenecemos no surgió, o mejor, desarrolló las habilidades que la hicieron dominante, impulsada por condicionamientos físicos como el clima, que les llevaba a los desiertos en las décadas lluviosas y los expulsaba de ellos en las sequías, con la consecuencia de hacerlos de esta manera más adaptables, lo que a su vez seleccionó nuevas capacidades. El problema con esta teoría, señala Ridley, es que esas mismas condiciones climatológicas afectaron a otras muchas especies africanas. Tampoco acepta la propuesta de que una mutación genética fortuita hubiese desencadenado un cambio en la conducta humana al alterar sutilmente la construcción del cerebro humano, alteración que les habría dado “capacidades plenas de imaginación, planificación y otras funciones superiores, lo cual a su vez les otorgó la capacidad de fabricar mejores herramientas y encontrar mejores formas de llevar su vida”. Existen algunas mutaciones que podrían ser buenas candidatas y que afectan a un gen que es esencial para el habla y el lenguaje tanto en personas como en pájaros cantores: cuando se añaden estas mutaciones a ratones parece que cambia la flexibilidad en el cableado de sus cerebros de un modo aparentemente relacionado con el movimiento rápido de lengua y pulmones asociado al habla. “El problema”, señala Ridley, “es que evidencias recientes indican que los neandertales comparten esas mismas mutaciones, lo cual sugiere que el ancestro común de los neandertales y el ser humano moderno, que vivió hace unos 400.000 años, pudo haber tenido ya un lenguaje bastante sofisticado. Si el lenguaje es la clave de la evolución cultural, y los neandertales tenían lenguaje, ¿entonces por qué las herramientas de los neandertales muestran tan poco cambio cultural?”. Sigue leyendo

Arturo, el mejor de los caballeros

Ligia Pérez de Pineda

Ser un mito tiene sus ventajas. La principal, que el hombre queda desprovisto de sus defectos y sólo trasciende su grandeza, su carácter épico. Pero no son muchos los que tienen entrada a este mundo donde no cuenta cómo fueron, sino cómo se les recuerda. De hecho, ni siquiera importa si ellos algún día existieron.

Arturo es un personaje moldeado durante siglos de leyendas, canciones y literatura, para acabar conformando un mundo mágico donde el rey es perfecto. ¡Y eso que el personaje parece más héroe de telenovela! La historia podría resumirse así: su padre se enamora de la mujer de otro, a la que seduce disfrazándose de marido con la ayuda de un trotaconventos que va de mago. Fruto de la noche de engaño nace un niño, que es entregado al celestino que favoreció el adulterio y que se encarga de educarlo. El joven, al primer despiste, le hace un bebé a su hermanastra y luego se casa con la más guapa del barrio, quien, para hacerlo más interesante, le es infiel con su mejor amigo. Por último, el protagonista muere tras una pelea con su hijo, que también es su sobrino, y que se quiere quedar con toda la herencia familiar.

A la historia no le falta nada: sexo, adulterio, ambición y falta de escrúpulos;  y aún así el resultado es un panegírico al amor, la amistad y el honor. Porque Arturo, finalmente, simboliza la esperanza de un pueblo por contar con un buen gobernante, hasta el punto que, durante siglos, es esgrimido como excusa por los reyes de Inglaterra para justificar el derecho al trono.

Como podemos ver, Arturo es un personaje legendario, que se va transformando con el devenir de los siglos. De canción en canción, de verso en verso, de novela en novela, de película en película hasta convertirse en lo que conocemos: un mito, que se ha ido adornando de virtudes universales y ha ido dejando de lado todas aquellas cosas que lo harían antipático ante nuestros ojos. El principal de sus adornos es esa vena trágica que le hace perdonar la infidelidad de su esposa, la traición del amigo, el abandono de sus caballeros y el odio de su sobrino – hijo y que causa que en la muerte encuentre una victoria y que la esperanza de su regreso sea la ilusión de un pueblo, que desea el buen gobierno, la paz y la justicia. Puede que no haya otro arquetipo en la historia del hombre que encarne estos ideales tan exactamente. Pero para eso existen los mitos, porque si no fueran necesarios podríamos prescindir de ellos.

Pero seamos justos: los mitos no crecen solos. Hay quienes los riegan, los abonan, los educan, los llevan al colegio, los hacen grandes  luego los dejan hechos unas epopeyas. A Arturo le ocurrió esto. Nace como un personaje real, valiente y con méritos sobrados. Por ello es cantado por bardos e historiadores. Después, un monje tan imaginativo como poco escrupuloso en narrar la historia lo transforma en el símbolo de unos tiempos cambiantes en la historia de Inglaterra: los normandos se habían apropiado de la isla. Luego, los trovadores y los primeros novelistas lo convierten en emblema del cristianismo para colocarlo en el eje de la más simbólica persecución de la cristiandad: la búsqueda del Santo Grial; otro mito. Y luego llega Thomas Malory, quien le da las últimas manos de pintura que dejan plenamente dibujado al héroe y a toda su corte de amigos. Este Arturo, que luego es cantado por poetas y literatos contemporáneos tan eximios como John Steinbeck está, por supuesto, lleno de inexactitudes históricas.

Hemos dicho que hay un fundamento real en Arturo… es, entonces, tarea de los historiadores presentarnos al verdadero personaje. Quizá algún día un galés esté cavando en su jardín y encuentre una tumba, o las pistas que permitan conocer quién fue, cómo se llamó y cuáles fueron los actos del Arturo de la historia real. Pero casi mejor que no, porque entonces igual nos enteramos que fue un hombre como muchos otros, sediento de poder, sin escrúpulos y con la mano ligera para dar muerte a sus semejantes. Mejor no saber nunca quién fue Arturo, que se quede como está. Que Arturo continúe siendo ese mito con ribetes trágicos que se enfrenta solo a su destino. Ahí está la grandeza del mito.

¡Indignaos! Alegato contra la indiferencia

Stéphane Hessel (Berlín, 1917) se propone alentar a la indignación juvenil a través de la no-violencia y conseguir un efecto contagio por todo el mundo.  ¡Indignaos! (editorial Destino) es el “librito”, como lo llama el autor, de 32 páginas que trata de despertar conciencias con la ayuda de José Luis Sampedro (Barcelona, 1917), firmante del prólogo.

“Hay que reeducarse para no ser meros productores y consumidores como pretende el sistema. Hay que razonar primero y crear después. Si hay libertad de pensamiento, habrá libertad”, ha dicho Sampedro.  El economista y autor de obras como El mercado y la globalización reconoce el letargo en el que se encuentran los jóvenes  y lo justifica por el desinterés que muestran por “un sistema que, por suerte, está en decadencia”.

¡Indignaos! Ha despertado un insólito fenómeno de lectura en Francia, donde ha vendido más de un millón de ejemplares y lleva tres meses en las listas de ventas. En pocas y contundentes páginas, Stéphane Hessel invita sobre todo a los jóvenes a desperezarse y a cambiar la indiferencia por una indignación activa, por la «insurrección pacífica». Hessel logró sobrevivir a la tortura y la deportación en el campo de concentración de Buchenwald y, en 1948, formó parte del equipo internacional redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hoy, a sus 93 años este venerable veterano de la Resistencia ha contagiado su mensaje de esperanza y de rebeldía a millones de lectores a los que invita a «no claudicar ni dejarse impresionar por la dictadura actual de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia», porque «ya es hora de que la preocupación por la ética, por la justicia, por el equilibro duradero prevalezcan».

Para Stéphane Hessel «el motivo fundamental de la Resistencia fue la indignación». Es cierto que las razones para indignarse del mundo actual pueden parecer menos nítidas que en tiempos del nazismo. Pero «buscad y encontraréis»: la creciente distancia entre los muy ricos y los muy pobres, el estado del planeta, el tratamiento a los inmigrantes y los gitanos, la carrera del «siempre más», de la competitividad, la dictadura de los mercados financieros e incluso la liquidación de aquello que consiguió la Resistencia –jubilación, Seguridad Social…–. Para ser eficaz es necesario, hoy igual que ayer, actuar en red: Attac, Amnistía, la Federación Internacional de Derechos Humanos… son la demostración. En consecuencia, podemos creer a Stéphane Hessel y pisarle los talones cuando apela a una «insurrección pacífica».

Un auténtico manifiesto, con proclamas breves, contundentes y de valor universal, que llegan a amplios sectores de nuestra sociedad y que han despertado en España el movimiento de los Indignados.

¿Está usted no-muerto?

BORJA BAS, El País

La respuesta, en ‘Filosofía zombi’, finalista del Premio Anagrama, de Jorge Fernández Gonzalo. Una reflexión sobre la ‘zombificación’ posmoderna.

En su obra maestra, Las palabras y las cosas, Michel Foucault abordó el problema del lenguaje como signo de identificación. Un signo que había ido mutando a lo largo de los tiempos hasta desmontar el significado de las ideas y los conceptos. Atisbaba así el vacío al que se abocaba el hombre posmoderno. Su publicación, en la Francia de 1966, suponía un revulsivo más frente a una cultura en descomposición que acabaría derivando en las revueltas de Mayo del 68. No es tan casual que justo ese mismo año un joven estadounidense estrenara en supurante blanco y negro La noche de los muertos vivientes. La cinta, por encima del alegato antibelicista, manifestaba ese miedo al otro que ha alimentado tantos estudios filosóficos en el siglo XX.

Con la obra de George A. Romero y de Foucault como puntales indispensables, Jorge Fernández Gonzalo (Madrid, 1982) ha elaborado Filosofía zombi, finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2011. A diferencia de la mayoría de compendios sobre el zombi como llamativo habitante de la cultura pop, el autor propone una filosofía-lego “o un contagio de ideas” sobre los mecanismoszombificados de la sociedad actual. “Estoy convencido que tanto los fieles seguidores del Premio Anagrama, que se mostrarán reticentes en un principio, como quienes busquen el zombi en su condición de fenómeno mediático se van a llevar sorpresas. Se puede conectar con su lectura a ambos niveles”, garantiza. Y asegura: “Me congratulo de haber escrito un ensayo duro partiendo de un tema popular, porque uno de los modelos con los que tengo que bregar es esa moda de libros donde se habla de filosofía y superhéroes, teleseries, vampiros o los Simpson; en los que, más que interés por desarrollar un concepto filosófico, se cae en un didactismo casi infantil”.

Lo que comenzó como un chiste privado acabó en una redacción febril a lo largo de un mes tras presentar su tesis sobre la poesía de Claudio Rodríguez. “En principio, parece que no tiene mucho que ver, pero había tenido que consultar la obra de muchos filósofos del lenguaje, como Derrida, Deleuze o el propio Foucault, cuyos pensamientos resultaban perfectamente aplicables a una teoría de lo zombi”.

Para comprender en qué consiste la filosofía zombi basta con asomarnos a nuestra realidad cotidiana. O mejor dicho, a su espejo deformado. “El muerto viviente representa a la horda moderna”, clarifica su autor. “Nos plantea, a la vez, cierto miedo y atracción. Yo no parto de la idea del no-muerto como agente pernicioso. Esa es la metáfora de hace unos años: el zombi como ser descerebrado. Yo creo que sirve como representación de todos nosotros”.

Y nada mejor para ejemplificar la pandemia que el desarrollo voraz de Internet, ese no-espacio donde “estamos todos conectados y a la vez separados. Eso es la horda zombi: la suma de individuos que no forman una comunidad. De ahí el miedo irracional que puede llegar a despertar la Red, porque representa una especie de plaga bíblica en la que nosotros no somos el personaje, sino parte de la plaga. Maurice Blanchot lo resumía muy bien con el término irrelación: lo que nos une a través de Internet es nuestra falta de relación”.

Con todo, la cultura popular reciente nos ofrece abundante material para elaborar nuestra propia lectura zombi del mundo, desde los carnavales de vísceras de serie B hasta la espectacularidad de los videojuegos y películas de Resident Evil, pasando por el cómic de Robert Kirkman The walking dead y su exitosa traslación a la televisión. Su creciente presencia se debe a que, según razona Fernández Gonzalo, “es una figura ficticia que da una cobertura eficaz a un conglomerado de experiencias incómodas reales: el miedo a la masa, a la pérdida de identidad… Transforma nuestro desasosiego en formas de violencia simbólica expresadas a través de la situación conflictiva a la que se ven abocados los supervivientes. Casi siempre vuelven a un cierto estado de animalidad y en algunas ocasiones, como en The walking dead, esa lucha se expresa más de una manera interna que contra los infectados”.

Si atendemos a Baudrillard, esas imágenes se construyen para producir una catarsis. La realidad ya no nos sirve de mucho, queremos hiperrealidad. “Por eso en estos tiempos importa el zombi, importa la pornografía -que es una hiperrealidad del sexo- e importa la política como espectáculo televisivo, no como programa electoral. Vivimos una especie de deontología hipermediática que nos desvincula del acontecimiento”, concluye.

La belleza y el dolor de la batalla. La Primera Guerra Mundial en 227 fragmentos

La belleza y el dolor de la batalla – publicado el 14 de marzo, 2011 – es el primer libro que se edita en español del sueco Peter Englund (Suecia, 1957). Él es un escritor y profesor de narrativa histórica, secretario de la Academia Sueca y ganador de premios como el August o el Selma Lagerlöf.

Englund ha encontrado una manera personal de contar una parte de los horrores de la Primera Guerra Mundial. A través de los testimonios de 20 personas, elegidas entre las más bajas jerarquías y de una edad media en torno a los 20 años, el historiador reconstruye el terrible conflicto en el que murieron cerca de diez millones de personas, no tanto desde el punto de vista bélico como desde el terreno emocional.  Está la guerra con toda su crudeza pero el autor pone el foco en los testimonios y las dramáticas experiencias personales a las que acabarán enfrentándose una colegiala alemana, de 12 años, una enfermera inglesa del ejército ruso, un cirujano de campaña del ejército norteamericano, un ingeniero australiano y un marinero de un acorazado alemán, entre otras víctimas de la Gran Guerra.  Una mínima ficha, con la fecha, el nombre del personaje elegido y un pequeño título para situarlo en el lugar del mundo donde se encuentra anuncian cada entrada de los distintos personajes hasta completar 227 microhistorias.

¨La mayor parte de estas veinte personas vivirán experiencias dramáticas y atroces; sin embargo, lo que se pretende enfocar es el lado cotidiano de la guerra. En cierto modo este texto es un pedazo de anti historia, lo que he querido ha sido reencauzar a sus elementos más atómicos e ínfimos, es decir, al individuo y sus vivencias, un acontecimiento que, se mire por donde se mire, hizo época.” – Peter Englund –

Panorama Siglo XX, primera mitad – Introducción

Siang Aguado de Seidner

Los albores del siglo XX estuvieron plagados de momentos paradójicos en la historia moderna.  El Siglo XIX dejó como herencia bienestar material y progreso cultural; el mundo vivió la “Belle Epoque”, un período lleno de tranquilidad en el que el neocolonialismo tuvo su mayor apogeo.  Sin embargo, el asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Habsburgo, heredero al trono austriaco, y su esposa Sofía, en Sarajevo el 28 de junio de 1914, terminó con la bella época, desencadenando la Gran Guerra, que más tarde sería llamada la Primera Guerra Mundial.  Este conflicto duró 4 años.

La Revolución Rusa también fue protagonista de este período, ya que debido a la extrema pobreza en que la guerra había sumido al pueblo, éste se subleva y en marzo de 1917 el Zar Nicolás II se ve obligado a abdicar.  En octubre del mismo año los soviets (consejos), inspirados por el Partido Bolchevique, encabezan la Revolución de Octubre que da origen a la Unión Soviética que duró setenta y cuatro años. Sigue leyendo

Cátedra Salvador Aguado

Guillermo Monsanto

Cuando se posee la misión de formar y se sigue la meta con vital convicción se hace patria.

Este es el caso de Siang de Seidner, cabeza del Departamento de Educación de la Universidad Francisco Marroquín, quien con fortaleza y calidez gestiona constantemente a favor de sus educandos.

Han pasado 35 años desde que el eminente lingüista, filólogo y humanista Salvador Aguado-Andreut decidió fundar dicho departamento. Su herencia sigue viva en la llamada casa de la libertad. Siang Aguado, hija de este académico, ha insuflado un nuevo aire al legado, ya que con su experiencia, conocimientos, carisma y dinamismo ha hecho de esta unidad académica un espacio que fusiona las fortalezas humanistas de la entidad.

He ahí la razón de este comentario. Actualmente en este distrito educativo se imparten los profesorados en “Lenguaje y Ciencias Sociales” y en “Historia del Arte” y las licenciaturas en “Lengua y Literatura”, Historia del Arte” e “Historia”.

Como un reconocimiento a Salvador Aguado, el 30 de septiembre de 2009, el Consejo Superior de la UFM decidió crear la Cátedra Salvador Aguado —Momentos Fundamentales de la Humanidad—, como un homenaje a su trayectoria académico-humanista. A la fecha se han impartido cuatro cursos: La Cultura del Renacimiento; El Neoclasicismo y la Ilustración: un cambio de actitud; El Barroco: un estilo de vida; y El Romanticismo: la revolución en el arte y las ideas. Cátedras que profundizan en los contenidos que definen cada lapso abordado y que, como anota Evelyn Orantes, coordinadora general de dicha entidad académica, “han dejado en cada uno de los que asisten un cúmulo de conocimientos y experiencias que despiertan una pasión por la cultura general y provocan una descarga de sentimientos encontrados en torno a épocas que, a pesar de que han tenido momentos oscuros, dejaron marcada a la humanidad con estatutos que hasta hoy trascienden”.

El próximo curso: Siglo XX, primera mitad: ¿Edad de Oro o Apocalipsis? se impartirá del 2 de marzo al 18 de mayo, los días miércoles, en un horario de 10 a 11.30 horas. En este participarán sobresalientes profesionales especializados en las distintas áreas propuestas, siendo ellos: Haroldo Rodas, Pintura; Julián González, Escultura; Glenn Cox, I Guerra Mundial y Revolución Rusa; Warren Orbaugh, Arquitectura; José Asturias Rudeke, Música; Eduardo Fernández Luiña, El crac del 29; Carlos Sabino, Sucesos en América Latina; Armando de la Torre, Antecedentes de la II Guerra Mundial (fascismo, nacional-socialismo y Guerra Civil Española); y finalmente Siang Aguado de Seidner impartirá tres clases: Panorama del siglo XX, primera mitad; Literatura; y II Guerra Mundial. Más información en educacion@ufm.edu