El Quijote, anotaciones de un lector 16

Jorge Luis Contreras

Capítulos 42, 43 y 44

Don Quijote sigue en la venta.  Su brazo está prisionero, mientras cuelga malamente anclado al rucio.  Sabe perseverar, aunque llora un poco pensando en la falta que al mundo le hará si muere ahí vigilante llamando a Sancho y pensando en su Dulcinea.

Más del pasado.  El barbero a quien se le despojó del yelmo que, por supuesto, solo es tal para el hidalgo, ha vuelto y ha reconocido a los bandidos. Alrededor de este hecho se teje una broma de la que participan los huéspedes.

El mundo de don Quijote permanece impertérrito.  Entran y salen de él los otros, los que no logran entender.  Unos llegan al círculo por convencimiento (momentáneo), como Sancho; algunos por erradas convicciones, como el barbero y el cura que quieren rescatar al héroe, otros por pasar un rato de risa y burla.  El universo quijotesco subyuga, absorbe, ennoblece, hace suspirar, provoca ira, inspira.  Nadie puede quedar ajeno.

Todos los demás (que ya son muchos) tienen su propio encuentro con el pasado.  Historias paralelas cuasicursis. Unos en la broma, otros agonizando de amor, cerca de la locura, disfrazados de pastores, cantantes de tristezas, misioneros prosaicos, y, hasta, funcionarios que tienen un destino en las Américas. Hay –diría Isabel- amor y sombra.

De poetas y mujeres bellas

Julián González Gómez

La inspiración del poeta es ante todo la belleza y, a la vez, es el resultado de esta inspiración; es decir, la belleza rodea al poeta y el poeta, a su vez, la alimenta como si fuese su jardín encantado.  Así es como con una mujer bella, como un jardín rebosante que alimenta y necesita ser alimentado por aquel que al contemplar su belleza se convierte en poeta.

Luz Méndez De La Vega 1919 – 2012

Como homenaje a nuestra querida amiga y maestra, compartimos uno de sus poemas:

Eros

Y…
quedaste únicamente tú,
implacable Amor,
cuando Dios se desmoronó
en mis manos
carcomido de silencio
e inalcanzable altura.

Tú y tu dulzor terrible.
Solos y únicos
a la hora pavorosa
de la cuenta estricta,
cuando todo se nos vuelve
mínimo y sin peso,
infinitamente oscuro.

Tú, Dios total,
poderoso y absoluto,
en el sitio preciso de la Nada;
sobre el desolado
territorio del alma,
entre cadáveres
de arcángeles tristes,
soñadores de intacto
fulgor de estrellas.

Tú ¡íngrimamente!
en el enorme vacío
sin palabras,
Y, aunque sólo seas
relámpago efímero,
salto voraz
sobre otro cuerpo
que hacemos
transitoriamente nuestro;
urgidos de anular el límite
de nuestra piel
y naufragar en otra
como en un mar
de oscuros éxtasis.

Tú y tu fugaz olvido
sobre la compartida almohada,
entre la tibia intimidad
de las sábanas,
bajo la noche espesa
de preguntas.
Tú, Rojo Dios,
que haces arder
carne, uñas, cabellos, dientes,

y…hasta el duro
glaciar
del corazón cansado
de triturar alas rotas
y el esqueleto amargo
de los sueños.

El Quijote, anotaciones de un lector 15

Capítulo 41

Cuatro circunstancias quedaron sin ser contadas.  El taciturno excautivo, exhijo querido, exespañol libre… vuelve a casa.  Marchito relata su peliculesca escapatoria de la rara prisión mora, cuenta las penurias del encierro suyo, narra la separación tristísima de la conversa que abandona a su padre, añora las perdidas riquezas que traía la mora Albertina (la de Proust) devota fiel de la Virgen María. Llegaron en barco a tierras cristianas. Se dispersaron los fugitivos. Unos a buscar familia y amigos, otro –el renegado- a buscar el perdón de la inquisición.

La bellísima Zoraida y el narrador van tras el pasado de él y lejos del de ella. Don Quijote escucha circunspecto.

Entre moros y cristianos reina la intolerancia. Unos a otros se combaten, se capturan, se esclavizan. Pero el amor puede botar estas barreras. Y más hermanadora que el amor, cierta lengua fronteriza que entienden todos: fieles, semifieles e infieles. A Cervantes lo salva la existencia de este idioma. Sin él su relato realista tendría baches evocadores de la mejor literatura fantástica.

Gabriel García Márquez cumple 85 años

El 6 de marzo de 1927 Gabriel García Márquez nace en el pueblo de Aracataca, Colombia; prolífico escritor, periodista, cuentista y guionista reconocido internacionalmente como uno de los principales exponentes del  género literario “realismo mágico”.

En 1982 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose así en el primer colombiano y el cuarto latinoamericano en recibir el preciado reconocimiento.  Su novela más reconocida, Cien Años de Soledad, cumplirá este año 45 años de haber sido publicada por lo que, para conmemorarlos, se lanzará la primera edición de la obra en formato digital.

El Quijote, anotaciones de un lector 14

Jorge Luis Contreras

Capítulos 39 y 40

Piratas, turcos sádicos, cristianos empalados, reyes moros crueles y valientes; Argel, la ciudad de Camus, nombres de defectos o de virtudes para llamar a la conciencia, cárcel bella porque esconde una libertad (como el raro desierto del Principito que oculta un pozo), conversos y falsos conversos, hombres de fe, mujeres que besan crucifijos y llaman a la Virgen Lela Marien… todo puesto en el vértigo de un relato más que en la posada se cuenta.  Un caballero ha retado al contador anterior diciendo que su historia es más verdadera (como la de Bernal) y más digna de ser contada.  Todo esto para la vanidad de Cervantes que se nombra en el relato como un cristiano emprendedor y aventurero que resulta inmune a las purgas que hacen los turcos.

El autor es, en esta parte del Quijote, el centro de atención.  Se desdobla como lo hará luego Víctor Hugo en Los miserables. Ya el capítulo treinta y ocho elogiaba a los hombres soldados y el hidalgo solo se arrepentía de no haber iniciado el ejercicio de las armas un poco más temprano.

Zoraida se ha convertido en cristiana y el narrador de esta historia le ha dado promesa de matrimonio.  En España… cuando sean libres.

Bicentenario de Charles Dickens, un genio clásico que sigue vigente

Clarín

Retrató, en novelas complejas y al mismo tiempo populares, la miseria y la pobreza.

En una fábrica de betún para calzado, cerca de la que hoy es la estación de trenes Charing Cross, de Londres, Charles Dickens comenzó a trabajar. Pegaba etiquetas en las latas por 6 monedas a la semana. Aunque era un hijo de la clase media, su padre se pasó la vida de deuda en deuda, hasta que por la época en que Dickens comenzó a trabajar, a los 12 años, estaba preso justamente por éso: por no pagar sus deudas.

Dickens nació en Landport, Portsmouth, el 7 de febrero de 1812, hace exactamente 200 años. Su padre trabajaba en una dependencia naval y él era el menor de ocho hermanos. En 1817 la familia comenzó un largo periplo, hasta que en 1822 llegaron a Londres, la neblinosa ciudad en la que John, su padre, termina en la cárcel de Marshalsea. Charles se mantenía con lo que ganaba en la fábrica y además ayudaba a su familia, que vivía en la cárcel junto al padre.

Hasta los 9 años, Dickens no había recibido ninguna educación formal, fue casi un autodidacta, si se exceptúa su paso por una escuela privada, pero pasaba el tiempo leyendo: fue un lector voraz, especialmente de libros como Robinson CrusoeDon Quijote .

Las cosas parecieron comenzar a mejorar cuando su abuela materna murió y dejó una herencia de 250 libras. Pero Elizabeth, su madre, pretendía que Charles continuara con su trabajo en esa fábrica de betún. Es decir, en condiciones de humillación, de casi esclavitud. Era la vida miserable que podía esperarse de esa sociedad victoriana de comienzos del siglo XIX.

En 1827 comenzó a escribir crónicas judiciales, aprendió taquigrafía y consiguió su primer empleo como cronista parlamentario. Dickens tuvo una leve tentación por el teatro, pero finalmente lo ganó, de manera contundente, la escritura. Fue reconocido en Londres como un gran cronista y por esos años publicó las primeras entregas de “Los papeles póstumos del club Pickwick”. En 1836 se casó con Catherine Thompson, con la que tuvo diez hijos. Se separó de ella después de 20 años de matrimonio, con un enorme escándalo.

Pero mucho antes, la fama de Dickens traspasaba las fronteras. Tuvo, entre otras habilidades, la de hacer que sus novelas, complejas, fuera populares. La publicación por entregas en medios gráficos de Oliver Twist, con esa enorme descripción de la pobreza y los suburbios de Londres, el relato de un niño huérfano con la brutalidad como único horizonte, fueron claves. Después llegaron Nicholas NickelbyEl almacen de antigüedades, en la que la protagonista es una niña rodeada de gente siniestra. Dickens comenzó a viajar –a Estados Unidos, entre otros países– y poco después escribió Cuentos de Navidad. Entre 1849 y 1850, publicó David Copperfield.

El mundo celebra los 200 años de su nacimiento. Dickens, que murió el 9 de junio de 1870, sigue siendo uno de los escritores de lengua inglesa más leídos. Entre los homenajes, uno de los que más hay que festejar es la reedición de Dickens. El observador solitario , de Peter Ackroyd, que Edhasa publicará en marzo.

Diario de invierno, de Paul Auster

Javier Aparicio Maydeu, El País

Siguiendo la estela elegíaca o nostálgica de otras aventuras otoñales de grandes narradores contemporáneos en busca de la propia identidad y liberados a través de la confesión ficcional, —Pelando la cebolla o La caja de los deseos de Günter Grass, Hombre lento de Coetzee, Elegía de Philip Roth, Se está haciendo cada vez más tarde de Tabucchi, Calle de las tiendas oscuras de Modiano—, Diario de invierno completa, con impudor, ironía e introspección elevada a la enésima potencia las tentativas autobiográficas que Paul Auster inició con El cuaderno rojo (1993) y A salto de mata. Crónica de un fracaso precoz (1997) y que trazan la vida de este chico judío y cosmopolita pero sumamente americano que, como Nabokov, Henry Roth o Richard Ford, quiso también compartir con sus lectores una versión novelada de su verdadera vida, una historia verdadera como la que proclamaba en El cuaderno rojo.

La sofisticada retórica de la segunda persona elegida por el autor de Leviatán controla un discurso monológico que formalmente quiere presentarse, literalmente (y literariamente), como un diálogo de Auster consigo mismo, pieza teatral en un acto en el que Mr. Auster recuerda a Paul desde su tierna infancia en Nueva Jersey hasta su vida feliz con Siri Hustvedt en su residencia de Brooklyn, un desdoblamiento al parecer inevitable a juzgar por lo que el propio Auster escribió en Experimentos con la verdad, a saber, que “en el proceso de escribir o pensar sobre uno mismo, uno se convierte en otro”.

Y Diario de invierno, su esmerado autorretrato con retoques, como los de Beckmann, Hockney o Lucian Freud, en ocasiones un diario personal consigo mismo por persona interpuesta y por momentos unas memorias en toda regla, podría verse con las mismas lentes con las que Auster observó que su novela La invención de la soledad no respondía a una autobiografía propiamente dicha, sino a “una reflexión sobre ciertas cuestiones, conmigo como personaje central”. ¿Qué cuestiones son las que se abordan aquí? Su condición judía, su condición cosmopolita (un trotamundos de Nueva York a Nueva York con escalas en medio mundo y años de trasterrado en París como un rezagado escritor bohemio de la Generación Perdida de Dos Passos), su condición humana (la sexualidad adolescente, retratada aquí de forma convencional, sin que el talento venza al tópico; la pertenencia a un árbol genealógico de cuyas ramas cuelga un asesinato; la tristeza por la pérdida de los progenitores; su educación sentimental, la felicidad conyugal y paterna, la conciencia de la decrepitud física), su condición de inquilino de veintiuna sedes inmobiliarias listadas y descritas à la mode de Perec, como especies de espacios, y su condición de escritor, esto es, de lector, que ya avanzó en A salto de mata y en su novela alegórica Viajes por el Scriptorium, y que se encarna en su máquina de escribir Olimpia, su tesis con Edward Said o sus novelas de éxito. Al fondo se percibe su condición política, de izquierdas, of course (lo que sea que signifique eso para el Tío Sam).

Bienvenidos al paraíso de la memoria afectiva de la mano de esa bendita impostura literaria que juega a las cartas con la verdad y acaba siempre venciéndola. Diario de invierno (o ¿Quién soy yo? Segunda parte. Crónica de un éxito atroz) es un puzle sentimental que alterna algunas páginas anodinas con episodios de alta graduación emocional y evocaciones soberbias, capaces de enaltecer cualquier momento insignificante de la vida cotidiana. Es el libro de las ilusiones y los desengaños. Es el libro de la vida de un hombre, pero admitamos que es sobre todo el libro de la vida de un escritor, capaz de crear un mundo entero de sensaciones alrededor de un retrete atascado o del cuerpo de una madre muerta, el libro de una persona “precaria y dolida, un hombre que lleva una herida en su interior desde el principio mismo, ¿por qué, si no, te has pasado toda tu vida adulta vertiendo palabras como sangre en una hoja de papel?”.

Ahora “has entrado en el invierno de tu vida”, Paul, se dice Mr. Auster. Por eso te inquieta esa herida y rastreas aquí su origen.