Mi lectura del Quijote, segunda parte 45 y 46

Jorge Luis Contreras Molina

quijoteSor Juana Inés de la Cruz, la prodigiosa barroca experta en decir a para que parezca b, bien podría haber aprendido algunos juegos ingeniosos de palabras en las salomónicas tareas que emprende Sancho gobernador de la Barataria.

Los que no saben, pero también los que sí, ríen asombrados por las luces del escudero.  Es que lo ponen a prueba una y otra vez con la exposición de agudos conflictos entre vecinos. Es hora de reír. Intensamente. Como será de llorar cuando toque. Por ahora “don” Sancho nos regala un hermoso minuto para dejarnos claro cómo deberían ser nuestros gobernantes: sabios, humildes, pródigos para dar, diligentes, laboriosos…

Mientras el escudero gobierna, don Quijote sufre. Acecha el formidable enemigo hecho, primero, mujer insinuante, y luego encantador gatuno.

Como tantas veces se recalca en El principito, para que no olvidemos se repiten las líneas aquellas del amor invencible que el hidalgo decidiera depositar en su Dulcinea, los dobleces de los moralmente pobres que tienen la ligereza de pensar que están humillando al hidalgo. Mientras lo hacen pasar malos ratos llenos de burlas y vejámenes, el hombre no se dobla. Su ética no está en venta. Su honor es la piedra de toque para todos los tiempos, no solo para los sonrientes y bonachones.

Un hombre, en el centro de un corro de burla, con un gato enquistado en su nariz tiene tanta dignidad que inunda todo el escenario sin que quede espacio para la insana manera de ser de los que ríen pensando que dominan la situación.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 42-44

Jorge Luis Contreras Molina

don-quijote-leyendo-libros-de-caballerc3adasConsejos para el alma, consejos para el cuerpo. Como toda buena literatura, el Quijote no moraliza. Al menos no directamente. Estamos al inicio de uno de los pasajes más famosos. Sancho está a un paso de ser el gobernante de una ínsula. Cosas de duques bromistas. La parodia caballeresca capturó, gigante, a Cervantes quien no es más el creador de esta historia; porque se ha vuelto su primer y más respetado seguidor.

Sancho nos arranca una risa reflexiva. Afirma que mientras volaba sobre Clavileño, el caballo de madera, vio la insignificancia de la humanidad. Luego no quiere gobernar nada terrenal. Aunque fuere un pedacito de cielo, afirma. Nada de gobernar fragmentos de cielo. Se le prometió gobierno de ínsula y solo eso estará disponible.

Don Quijote quiere cuidar el alma de su amigo y le pide que gobierne con honor, con humildad, valientemente, con sabiduría. Además lo invita a tener un cuerpo limpio, sano, estandarte de buenas costumbres.

La gran obra no puede menos que parodiar sobre sí misma. Cervantes juega con la pasión que Sancho nos ha manifestado por los refranes. El hidalgo le intenta hablar de los beneficios del lenguaje directo o del silencio sabio como sustitutos del refranero descompuesto e impertinente.

Sancho ni sabe leer ni tiene buena memoria para guardar consejos. Entonces el hidalgo le escribe el decálogo para que algún sirviente del gobernador se lo lea. El instructivo cae en manos del duque. Una vez más se admiran los bromistas esposos de la cordura de este hombre impresionante que parece todo menos un desquiciado. Lúcido hasta los extremos, siempre que esos extremos no sean la mención de asuntos de caballeros. Entonces surge el héroe invencible perseguido por encantadores y subyugado por una figura difusa de mujer que en alguna parte espera.

Don Quijote es vulnerable. Está sin escudero. Ningún ofrecimiento puede quitarle del sol que es su Dulcinea. Prefiere la soledad. Ahí es presa de mujeres que hablan de un enamoramiento hacia el hidalgo que entiende su condición de caballero como una maldición. Las mujeres lo ven y lo quieren conquistar. Broma. Hoy sabemos que cualquiera que se encuentre con las líneas quijotescas lo querría conquistar para tener algo de Quijote.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 37-41

Jorge Luis Contreras M.

QuijoteLa broma continúa. Quijote y escudero son arrastrados hacia la vorágine de un caballo que aparenta volar. El corcel es de madera. Sancho habría querido no ir, pero lo convenció el ímpetu del hidalgo que no está dispuesto a dejar a ninguna mujer abandonada a la suerte de encantamientos y merlines cínicos.

Los condes fabricaron una Aventura memorable. Montaron un teatro de ensueño. Fueron capaces de transportar a los heroes a tiempos y espacios lejanos. El futuro gobernador quiso descifrar el asunto, pero su ambición lo encerró. Don Quijote está cegado desde hace mucho tiempo por un honor que funciona como piedra de toque.

Hay mujeres barbudas, hay historias lejanas de amores malogrados, hay maldiciones que solo se pueden deshacer si hay valor para vendarse los ojos e ir hacia lo desconocido.

El ingenioso hidalgo, crédulo noble, sigue su instinto. Nos inspira. Nos bendice con su extrema valentía y arrojo.

Hay que tomar partido. Quedarse al margen, “inmóvil al borde del camino“, o subir al caballo que promote la aventura incierta. El motivo es el de siempre, sembrar la vida de valores eternos que no pueden comprarse con pesos ni pueden heredarse con nombramientos estériles.

Ríen los asistentes al teatro ignominioso. No importa. Don Quijote ha cumplido su deber y ha vuelto.

Miente Sancho. Dice que vio maravillas mientras consiguió una rendija en su vendaje. Don Quijote sabe que miente. A menos, claro, que sea capaz de creer que lo increíble también ocurrió en la Cueva de Montesinos.

La única forma de traer al loco de vuelta consiste en que los mortales y comunes cuerdos vivan el mundo de la caballería. Desde ahí pueden vencer al de la triste figura.

Irene Carlos

El texto que presentamos a continuación fue publicado en el catálogo “delARTEalNIÑO” de la XI exposición-venta de arte contemporáneo organizada por Funsilec – Fundación para la superación integral de menores con lesión cerebral – y en la que Martín Fernández-Ordóñez, coordinador de Historia del Arte del Departamento de Educación UFM, participó como curador y museógrafo.

Irene Carlos

Fotografía publicada en la página web Panorama Noticias, http://panoramanoticias.com/wp-content/uploads/2014/08/irene.bmp

Mi primer contacto con la obra de la artista guatemalteca Irene Carlos fue durante mi época de estudiante universitario. Reinaba una euforia colectiva entre los pocos románticos que estudiábamos historia del arte como carrera profesional y ese sentimiento nos empujaba a visitar cuanta exposición se inaugurara en el momento. No estoy seguro si fue en el año 1997 ó 1998, pero recuerdo muy bien que visitamos una muestra de pintura de Irene en la desaparecida galería Plástica Contemporánea. Tengo muy presente lo mucho que me impresionó su mundo simbólico, su metafísica del origen, sus cuestionamientos existenciales. Hubo una charla antes de la inauguración oficial de la cual no recuerdo nada, pero las imágenes de aquellas obras se quedaron grabadas en mi memoria.

Hace muy poco, aproximadamente 17 años después, tuve la oportunidad de reencontrarme con Irene en su casa, en la que vive rodeada de algunos ejemplos de su largo recorrido como artista, testimonios que revelan su incansable búsqueda de respuestas que tal vez no existen, pero que ella no deja de plantearse.

Posiblemente uno de los aspectos que más llama la atención de la obra de esta polifacética artista, viéndola como un todo, es la habilidad con la que se ha sumergido en una amplia variedad de técnicas. Del trabajo con fibras a la pintura, de la pintura a la cerámica, de ésta a la fibra con pintura, al collage; de la técnica mixta sobre papel a la escultura, de todo lo anterior a la fotografía. Sigue leyendo

Un experto

Jorge Luis Contreras Molina

DespedidasConozco la noche. Nadie sabe más que yo de silencio, de negación, de oscuridad impermeable y perenne, de reflexiones absurdas, del motor que imagina nublado por ciegos seres. Me quedan veintinueve días.  Esto si aplico la inteligencia, la ley de los promedios y algo de la teoría de la probabilidad a las escuetas palabras del eminente doctor que hablaba de los plazos fatales como si viera llover. Pérdidas. De la memoria, graduales de ciertas funciones, repentinas de otras. Evadía la predicción. Si la dieta, si el clima, si los medicamentos, si el sistema inmunológico. Por fin acudió a cierta valentía que había olvidado. Entre uno y seis meses.

Sé mucho de laberintos. Nadie conoce mejor que yo la renuncia disfrazada, la esperanza poblada de inmoral rebeldía, el ir y venir montado en el péndulo de lo que quise, de lo que pude, de lo que debí ser. Hacer algo por la vida. Dejar el mundo mejor que como lo hallé cuando agosto en Totonicapán, dijo Felipe. Sucedió con cierta alegría. Varón, el primero, largo y fuerte, de piel clara, igualito a la imagen del abuelo que era casi un mito de la familia.

Memoria sensorial. Recuerdo tibias lágrimas viajeras, nobles brazos llevados al límite para resistir el embate hostil de alguna fiera imaginaria, pies perfectos deformados por el peso implacable de una labor destinada a las bestias, música feliz de un tiempo que se agosta hasta dejar de ser.

Aprendí a descifrar la vida. No toda. Solo ciertos fragmentos elegantes que conseguí en la tienda de sueños donde el porvenir se ofrece en cien cómodas cuotas. Cierto día de marzo recibí el beso que me marcó. Uno puede llevar este signo incluso cuando arrugas prematuras y parásitos hambrientos de vida han afeado un rostro que merecía un mejor destino.

Veintinueve. Ojalá no supiera contar. Ojalá soñara. Ojalá el mareo que produce ver y no al horizonte cotidiano fuera únicamente uno más de esos días informes que moldean las vidas. Quizá no nací en agosto, quizá ella no me besó, quizá los cien estudios y tratamientos falsos fueron un mal sueño, quizá tenga tiempo de visitar otra vez al que mira la lluvia, quizá este grito es un sordo reflejo que el espejo de los sonidos deforma con cierta malicia.

Adiós parcial

Jorge Luis Contreras Molina

 

grandma

Su mirada había aprendido a ser vaga desde hacía mucho tiempo. Seis hijos, dos pérdidas, tres nietos promedio por hijo, cuatro operaciones, algunas enfermedades reales, una voz que siempre fue de mujer, siempre apagada, siempre en sordina.  Cierta clase de vida que pasó de repente de la opresión paterna a la de un falso segundo padre que fue todo lo bien que pudo ser. Un trabajo de medio día, un corre-corre de todo el día, un querer criar, querer vivir, querer trascender de cierta indefinible manera. Una vida normal llena de ruido, llena de pequeños viajes siempre cerca, siempre para conseguir un ocio que la hacía un poco superior a las otras.  Una vida llena de voces cotidianas que sembraban rutina, responsabilidad, acciones mecánicas obligatorias y casi dignas. La mujer se hizo vieja mientras rezaba un Dios bendiga los alimentos.  De repente había canas, pocas energías, muchos prejuicios, y un mundo que se le había escapado.

María está ahora con su mirada vaga de siempre. Espera al nieto número cinco.  Entraron juntos a este restaurante moderno que no sabe de sentimentalismos. Él fue a comprar la comida rápida.  Él recibió una llamada de cierta mujer condenada al ciclo. Él salió sin pensar. Una llanta, un pequeño choque sin trascendencia, un susto menor, un te quiero aquí ahora que estás de vacaciones. Él no lo hizo por maldad porque tiene el alma buena. Solo salió a su compromiso inmediato. Solo olvidó a una vieja de mirada vaga que se dice abuela suya.

 

Sábado de gloria: día de Judas

 

Mario Rodolfo Morales (*)

judasEra sábado de gloria. Ese día hicimos, Romelio y yo, romería desde San Felipe de Jesús hasta el Parque Central. Con curiosidad y socarrona alegría observamos los judas colgados de los postes de madera, que entonces solían usarse, para alumbrado eléctrico, a la orilla de la carretera. Eran unos judas estrafalarios, que se iniciaban con unos sombreros de fieltro, sombríos de media copa y enguatados de satín. La cabeza consistía en una pantimedia de mujer, canela oscura, rellena con aserrín. Un bigote espeso sobresalía en el rostro del judas, y una mirada perdida desdibujaba el intríngulis de los vecinos que apedreaban al judas colgado de una soga, quizás robada de algún tendedero que luego alguna ama de casa reclamaría. Completaba al estrambótico personaje un saco viejo y roto, y unos pantalones, también rellenos de aserrín, que colgados parecían dos salchichones, que remataban en sendos zapatos, viejos y desgastados, que bailaban por el aire a cada pedrada que los chiquillos le lanzaban con vehemente puntería.

Pero lo que más nos llamaba la atención era el afiche pegado a la espalda del judas, que insinuaba las consabidas puyas dirigida a los vecinos que habitaban los alrededores, a quienes señalaban de groseros, malgestos, e iracundos, especialmente con los patojos a los que regañaban durante todo el año cuando estos se ponían a hacer travesuras por las vecindades. Esta era la hora de la venganza, la del “a todo coche le llega su sábado” con la cual disfrutaba la muchachada vecinal.

Cuando llegamos al Manchén, ya nos esperaba, atroz, Bényamin, el Atila de los insulsos de corazón. Sus chantajes, para el sábado de gloria se arreciaban para el nuevo amigo que se unía a la banda. Arreciaban precisamente ese día, que, para Bényamin, parecía ofrecerle disculpas al escarnio, a la chanza, a la burla, a la humillación. ¿La banda?, éramos los de siempre, pero nunca faltaba algún ingenuo que se nos uniera, sin saber a qué atenerse. Ese era el chivo expiatorio, el judas traicionero, al que martirizaba todo el día nuestro enjundioso Bényamin. Esa vez le tocó a Maco, a quien conocí por primera vez ese sábado de gloria. Con aquel calor endemoniado, de pleno verano, Maco exhibía una gorra nueva que le calaba hasta los ojos. En un descuido Bényamin se apoderó de ella y corrió hacia el judas que ya casi a medio caer, se mecía a medio metro del empedrado. Todos rieron a carcajadas, al ver al judas caído, con la gorra medio puesta en la cabeza, ya sin rostro, sin expresión alguna, destripado a fuerza de tanta pedrada.

En la primera intentona, Maco retrocedió sin comprender el ataque directo de que fuera objeto por parte de Bényamin, a quien apenas conocía por su nombre. Amedrentado no estaba. Avispado debía ponerse. No preguntó nada. Solo esperó el próximo ataque, sin demostrarlo, ni siquiera agazapado.

El sol lamía las piedras grises de la calle que lleva a la Merced. Ya Bényamin preparaba la trampa a su prójimo. Muy próximo a la fuente, en la plazoleta atiborrada de gente, que soslaya al frontispicio de la iglesia, yacía otro judas, más energúmeno nos parecía, tuerto, manco, pisoteado con furia, aplastado hasta la inmoralidad, este Iscariote, calumniado, de quien nadie supo si era alto o bajo, gordo o flaco, rubio o negro, embozado o desembozado se convirtió en el proyecto de la disidencia de nuestro querido Bényamin, el más pequeño entre nosotros, el perdonado, a quien le aceptábamos sus más conspicuas hazañas, a costillas de nuestros más genuinos dolores, porque él también era un dolor en carne propia, en su efigie truncada, en su cabeza de cíclope, en sus lastimeros llantos nocturnos, que a mí como su hermano, tocábame vivir.

Las risas saltaron con desquite del rostro, hasta hace poco indiferente, de Maco, eran risas que decían que este judas era el idéntico reflejo de nuestro Bényamin. En principio quedé como estatua de hielo, con pies de plomo, con una carga en los hombros que no soportaba. El llanto fluyó, como un río escandaloso. Dentro de la fuente, casi ahogándose, pataleaba Bényamin. Unos turistas, con lástima que en verdad lastima, sacaron al pequeño Iscariote del agua, quien se defendía a manotazos de sus salvadores. Nadie dijo nada, el muchacho temblaba de frío en pleno verano de abril. Callados nos dispersamos. Secretamente sé que esto lo hubiera querido hacer yo, hace mucho tiempo atrás. Marcos resultó un rocadura, casi la piedra filosofal, la transmutación de las joyitas que como Bényamin, andaban a la deriva en espera de la horma de sus zapatos. Así que después de ser una garrapata entre los dedos, un blanquillo entre los más cojonudos, tuvo que abdicar a su reinado, y sufrir como un judas en pleno, llano y rotundo sábado de gloria.

 

(*) Mario Rodolfo Morales Morales es alumno del Diplomado en Lingüística Española. Preparó esta narración para ejemplificar el uso de sinónimos, antónimos, parónimos, homónimos, homófonos y otros aspectos semánticos del idioma.

 

Mi lectura del Quijote, segunda parte 36

Jorge Luis Contreras Molina

SanchoEl peso de los acontecimientos se ha trasladado a Sancho que toma, desde algunos capítulos atrás, papel protagónico.  Los ingenios siguen poniéndose al servicio de la burla, y la candidez vuelve penitente, sin quererlo, al escudero.

Cervantes se vale de una moderna técnica para hacer lo que los modernos. Nos da un resumen de lo actuado puesto en una sentimental carta del dueño del rucio a su señora esposa. Un escrito lleno de enclíticos que el analfabeto dictara y que ahora escudriña la señora duquesa.

La buena literatura se aleja de moralismos y ríe desde su nicho de ironía que lo salpica todo.  Ahora la lectora indica al dictador que suena avaro e impreciso.  Sancho se defiende, pero no mucho.

Cuando Sancho se ve enfrentado a la penitencia y a la renuncia en pro del bien de otros, se muestra muy humano y dispuesto al sacrificio si este lo catapulta a su gobernatura y al reconocimiento.

Para tiempos difíciles es necesario que los hombres tengan asideros de valía.  Aquí nos reímos todos, pero entre esta burla podemos observar la más firme de las honras, el más elevado de los espíritus, y al más inocente de los valientes.  Don Quijote cree que se le busca por su nombre.  Hoy sabemos que su nombre es inmortal e inspirador.

Rodin, a través de Rilke

Magalí Villacorta de Castillo (*)

Imagen publicada en el blog "A year with Rilke" http://1.bp.blogspot.com/-QQmvqvWMFn4/TrgHJLQnWeI/AAAAAAAARiM/V-Z1hG3O7tk/s400/Rilke+%2526+Rodin.jpg

Rilke y Auguste Rodin en Meudon. Fotógrafo desconocido. Imagen publicada en el blog “A year with Rilke”, http://bit.ly/1uisp2s

La influencia que Rodin ejerció sobre Rilke fue decisiva en su evolución, desde el momento en que el profesor Richard Müther de la Universidad de Breslau le pidió a Rilke que hiciera un trabajo sobre el gran escultor. El encuentro de esas dos grandes figuras del arte, probablemente las más grandes en su rama, significó para ambos un punto de enriquecimiento personal mutuo.

Podemos comprender que la diferencia de edad entre ellos fue un factor determinante para que el gran escultor, ya un hombre en la madurez de su vida, cargado de experiencias, tanto positivas como negativas, influyera en la personalidad del joven poeta, aunque ya en su corta vida este hubiese publicado varios libros que le habían dado cierto prestigio.

Rilke hablaba de él como “mi Maestro” –este era un joven de 27 años y Rodin tenía más de 60–, en una de sus cartas escribió: “No fue solo para escribir un estudio que vine hacia usted. Llegué para preguntarle: ¿Cómo se debe vivir? Y usted respondió: trabajando.  Lo comprendo.  Bien comprendo que trabajar es vivir sin morir”.[1]

Rodin opinaba que en la vida era necesario trabajar, nada más que trabajar, buscarse hasta encontrar un medio de expresión personal, y luego trabajar y tener paciencia.

En otra de sus cartas mencionaba los milagros de las manos de Rodin y los de su vida como una riqueza que perduraría en él para siempre.  Su influencia estaría con Rilke  en cada trabajo que habría de realizar: “Espero que podrá reconocer cómo su obra y su ejemplo me han obligado a progresos definitivos; si un día se me nombra entre los que han seguido humildemente a la naturaleza, será porque yo fui, de todo corazón, su discípulo obediente y convencido”.[2]

Aunque la relación personal entre los dos artistas, durante el tiempo en que Rilke fue secretario de Rodin, no duró mucho, Rilke aprendió del escultor a tener una actitud permanente de entrega al arte, un deseo de buscar siempre la grandeza que las cosas más pequeñas encierran.  Rilke repetía el pensamiento formulado por Rodin, la belleza no es un punto de salida sino de llegada, y una cosa solo puede ser bella si es cierta.

El influjo de Rodin llevó a Rilke a intentar, a través de la escritura, lograr el predominio de la forma, independientemente del material con el que el arte se enfrente, logrando en sus poemas que el lector pudiera palpar la forma que el poeta imaginó antes de plasmarla en sus escritos.

Rilke pudo en su trato con el escultor, observar su posición intermedia entre el Impresionismo y el Expresionismo, lo que lo llevó a una nueva estética poética que logró madurar en  años posteriores, como resultado del acercamiento que Rodin realizó del impresionismo pictórico a la escultura.

Influido por el arte de Rodin, Rilke logró superar en sus escritos la temporalidad, dando a sus obras una sensación de permanencia inspirándose en lo duradero de las artes plásticas.

Como lo hacía el escultor con sus obras, el escritor empezó a proponer poemas independientes, encerrados en sí mismos, como si de una escultura se tratara, dejando a la posteridad una obra literaria diferente que podríamos denominar escultórica.

El escritor, siguiendo a su maestro, empezó a situarse ante las cosas como un escultor ante su modelo, así dio forma a sus poemas desarrollando una gran capacidad de expresión, pero sin excluir los detalles de la realidad.

 

[1] R.M. Rilke (1980), pp. 47-48

[2] Ibidem p. 138

 

(*) Magalí Villacorta de Castillo es alumna del Diplomado en Arte del siglo XIX del Neoclasicismo al Posimpresionismo, Departamento de Educación – UFM.

Visita al estudio de un artista: Jorge Mazariegos Rodríguez

Magalí Villacorta de Castillo (*)

 

JorgeMazariegosRodríguezEn una soleada mañana el maestro, con  su acostumbrada afabilidad y sencillez, abre las puertas de su estudio para que yo, una aficionada a la pintura, pero neófita en las técnicas utilizadas y en los rigurosos caminos que un artista debe recorrer para  consagrarse en la manifestación de su arte, pueda disfrutar de ese lugar en el que cada día plasma en sus lienzos la riqueza que lleva dentro.

El lugar es acogedor, en el centro está un caballete y sobre él, la obra que tiene  en proceso, un paisaje que representa un pueblo del altiplano guatemalteco.  Tubos de pintura en tonos cálidos y fríos, pinceles, lienzos en proceso de elaboración, cuadros ya terminados que conforman su propia colección, catálogos de  grandes artistas de todos los tiempos y archivos con las fotografías de trabajos realizados a lo largo de su carrera nos rodean, todo esto en un  ambiente ordenado y lleno de luz, envuelto en las notas de un concierto de Beethoven.

El maestro Mazariegos Rodríguez canta con  su obra a  Guatemala, a sus costumbres, a sus pueblos, a los humildes campesinos que día a día cultivan la tierra y con amor cuidan de sus animales, no permite que olvidemos aquellos pueblos con casitas hechas de adobe y coronadas con tejas de barro, paisaje que la naturaleza destruyó hace tantos años dejándonos en su lugar otras muy distintas, frías, cubiertas con láminas brillantes.

Tantos homenajes de que es objeto el maestro Mazariegos, son una forma de decirle gracias por no permitir que olvidemos lo que en realidad somos, un pueblo laborioso y amable que atesora con celo sus costumbres de siempre.

 

(*) Magalí Villacorta de Castillo es alumna del Diplomado en Arte del siglo XIX del Neoclasicismo al Posimpresionismo, Departamento de Educación – UFM.