Jorge Luis Contreras
Capítulos 32, 33, 34 y 35
Ilustración de Gustave Doré: Lotario corteja a Camila
Don Quijote duerme. Prosigue la lectura que da cuenta del impertinente Anselmo que para probar la entereza de su esposa Camila obliga a su entrañable amigo Lotario a cortejarla. Páginas llenas de razones para el no. Hasta ejercicios de lógica silogística se ofrecen al desocupado lector. Se sabe que Lotario accede. Se narra que el amigo traiciona a su incitador y que Camila sucumbe a los pedidos del, ahora, falso amigo.
Mientras esto sucede en el lejano mundo de las historias que se cuentan, en la realidad del dormido don Quijote hay una monumental batalla en la cual logra, luego de titánicos esfuerzos, vencer al gigante que tiene preso el reino micomicón. Mata al gigante y corta su cabeza que sangrante rueda por el suelo del campo de la singular batalla.
Se establece el nexo. Sancho que está más despierto que cualquiera, y atento a la llegada de su condado y su título nobiliario, y su mucho dinero, y su mucho poder… ha visto rodar, en la oscuridad del cuartucho donde yace el hidalgo, la cabeza del gigante. Sancho es testigo. Vio la sangre. Vio los giros de la inerte bola. Su razón está nublada por la ambición.
En la realidad del ventero que acude al escuchar el escándalo del hidalgo que, una vez más, destruye su venta, no hay gigante. La sangre es solo vino y la cabeza caída, odre rota.
El cansancio de don Quijote es la confirmación de que ha peleado y vencido. Liberó el reino y cumple la promesa que lo tenía preso de la micomicona. El desconsuelo de Sancho es grande. Si no hay cabeza sangrante y testiga, no hay condado. El desconsuelo del ventero es grande. Pierde, otra vez, su patrimonio. La decisión de la esposa del ventero es firme. Nadie puede salir de la venta si antes no se paga lo roto.
Goethe y Werther, su creación, mucho envidiarían el dramático final de la historia del impertinente Locadio. Muerto de amor en una provincia apartada. Carta de perdón a la refugiada Camila que había huido con su amante. Muerte del instrumento de la deshonra, Anselmo, en una batalla lejana.
Concluye la larga digresión.