Mi lectura del Quijote, segunda parte 27 y 28

Jorge Luis Contreras Molina

imagesLos de moral doble partieron al alba.  El peculiar domador, adivino y titiritero era el conocido ladrón de burros y otras prendas que se viera parcialmente perfilado en la primera parte.

El corazón del hombre anhela lo oculto.  El domador de monos tenía un itinerario de grandes engaños a la sombra de la curiosidad morbosa de parroquianos incautos. El pasquín parlante logra con pocos esfuerzos interesar a todos en los chismes más sonados, más sabidos y más comentados de cada pueblo.

Basta.  Al Ebro. Don Quijote ya marcha hacia la aventura del rebuzno.  Sin que Sancho sepa cómo, su señor da un discurso sesudo y puntual en medio de un ejército que lo escucha atento mientras sitia al enemigo. El hidalgo explica los motivos para una guerra justa.  Tiene subyugados a los oyentes hasta que, creyéndose oportuno, Sancho habla y rebuzna.

El equívoco asoma. Sancho es golpeado.  Don Quijote huye.  Los rebuznadores se marchan victoriosos aunque no dejen trofeo que lo testimonie.

Amanece.  Sancho ha vuelto a dormir mal.  Don Quijote, otra vez, ha sido presa de los sueños.  Aquel en un haya, este en un olmo. Habían hecho cuentas y renovado promesas de ínsulas, señoríos y ducados.

Don Quijote es hombre.  Como tal, huyó presa de la cordura. Sancho es hombre.  Presa de la cordura quiso partir, pero subyugado por la vieja promesa se quedó a vivir su destino al lado del héroe triste.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 26

Jorge Luis Contreras Molina

DQ-B1B-El-Garbaoui-OmaymaNo divinas, pero sí bellas, y mucho, son las palabras del veintiséis. Nombres moros, música en dilectas voces que designan a personajes singulares dormidos eternamente  en la magistral relación de hechos que asombra mientras mueve a la risa y al llanto.

El mono sigue allí.  Su polifacético amo es ahora titiritero. Representa con dramatismo sagaz todo el folclore de un rescate con ingredientes de aventura y acendrado heroísmo.  Los fugitivos son seres buenos que escapan jalados por los hilos de Pedro mientras los espectadores contemplan boquiabiertos que a punto están de la recaptura.

El de la triste figura cae, otra vez, preso de su valeroso temple de caballero andante.  Arremete contra los villanos hasta desmantelar malamente el teatro.  El hidalgo ha evitado que en su mundo triunfe la injusticia.  En el real hay un conglomerado de cosas rotas.

Desde la liberalidad de su señor Sancho, mandatario paga indemnizaciones al agraviado artista.  Los que tienen colas machucadas hacen un  mutis vergonzoso.  En la escena queda, y no hay necesidad de más, solo don Quijote, héroe. Ya habrá (siempre hay) tiempo para la vileza y la insana búsqueda de la salida fácil y la explicación justificadora del doblez timorato.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 24 y 25

Jorge Luis Contreras Molina

Honoré_Daumier_017_(Don_Quixote)Hay un primo que se dice escritor de secuelas. Los griegos y romanos tienen asegurada su trascendencia a través de las segundas partes que este hará de epopeyas y tratados.

La ironía que distingue a la gran literatura emerge de su sueño falsamente prosaico para incrustarse en hilaridades propias de iniciados lectores que no podrán contenerse ante dilemas relacionados con si hay o no naipes en el mundo carolingio.

Un viajero. Armas. Potencial aventura. Quijote curioso. Sancho indignado porque ha comido mejor con otros anfitriones. Aquí solo agua.

Es un joven que peregrina hacia la guerra. Camina resuelto y más cuando el hidalgo sentencia su frase, famosa ya, de armas y letras con estas menguadas y subordinadas aquellas.

Rucios y caballeros y escuderos y ermitaños y vislumbres de extrañas palabras apócrifas que que discurren desde el joven aprendiz de guerrero.

Osho habría querido inventar la teoría según la cual los ingleses dieron libertad a la India no por la presión pacífica de Mahatma Gandi, si no que porque liberarlos les resultaba económicamente mejor; pero antes Cervantes puso la tesis en labios del Quijote y sembró también esta plantilla que otros utilizarían con vestimenta de originalidad.

A reír. A reír porque ahora se viene una historia de rebuznos humanos más originales que los de jumentos que no compiten porque han sido comidos de lobos.  Más ironía.  Hasta se llega a la guerra porque aquello de rebuznar se ha vuelto marca registrada de un pueblo que está dispuesto a llegar a la guerra para defender su originalidad.

Charlatanes hay que van y vienen desde tiempos idos.  Un titiritero declara, a la manera de los psicoanalistas, conocer el pasado a través de un mono adivino que responde, como todos los de su gremio, vaguedades y frases que van igual aquí o allá según el temple y carácter del que escucha.

El pulpo aquel de los vaticinios alemanes tiene un antecesor digno a quien los poderes premonitorios le van y le vienen en fechas precisas.  Adivinar el pasado cuesta dinero.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 22 y 23

Jorge Luis Contreras Molina

Montesinos es un misterio, una cueva de sucesos, una promesa de aventura, un sitio para ser valiente.  Anuncia que habrá diferencia entre el hombre que arribe y el que logre salir. Miedos, pájaros presagiadores, ruidos quedos e informes, desalientos inminentes. Se ha configurado el escenario.  Cuelgan al hidalgo para que viaje cien brazos de soga.  Va hasta que la cuerda se termina. Luego de minutos inciertos lo hacen volver de un sereno mundo trémulo y onírico del que habría querido no despertar.
Cuenta una historia increíble. Honor y lágrimas. Merlín, el encantador, ha encerrado en mazmorras impenetrables a los concursantes de una leyenda de solidaridad que anuncia que hay otros virtuosos en el mundo.  Estos hablan a don Quijote y lo prodigan su bienhechor y salvador. Hay un muerto.  Hay una promesa cumplida. Un corazón retirado para testimonio de hermandad y respeto.  Todos, cuadros de un mosaico subterráneo y extraño.
Bioy Casares recuperó para su extraordinaria novela una imagen que congelada conjetura una explicación del estado de insignes seres dormidos en una profundidad atemporal fruto de encantos.  Merlín ha fabricado sombras en una cueva.  Solo grandes como don Quijote saben pelear con titanes.  Los viejos se salvan de la ira del hidalgo aunque digan sacrilegios como el que haya bellezas mayores que la de Dulcinea.
El veintitrés se cierra con la fascinante recursión de don Quijote creyendo que ha visto a la Dulcinea que le dibujó a fuerza de mentiras su escudero ingrato. Río al leer que le mandó pedir dinero prestado a su señor.  Cabriolas y frases inconexas dominan el ambiente.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 21

Jorge Luis Contreras Molina

El QuijoteDon Quijote, un cura, el novio rico, Sancho, los porristas de uno y otro bando se constituyen en los cómplices de una elaborada mentira que vaciada en recipientes de honor, benevolencia, amor, frágiles legislaciones, futuros incuestionablemente planificados… hará que giren las vidas de los implicados en el feliz final (de los que ya no existen).

 El Quijote sigue siendo la primera novela moderna.  Esta inocente incrustación nos hace pensar en japoneses con un honor tamaño Himalaya, o en suicidas amigos de morir en grandes locaciones. Basilio, en mancuerna con la novia finge una muerte infausta que por inminente puede pedir cualquier último deseo. Y solicita la mano de Quiteria.  Ya que el despechado morirá en minutos, Camacho honrará al mundo casándose con un viuda que solo estuvo unida unos instantes, y a un moribundo. Está armado el teatro.

Todo es mentira.  No hay herida mortal. No es timorato el acercamiento de la novia hacia el agonizante. Es un montaje para salir por la puerta de enfrente con la novia de otro secuestrada e irrecuperable.

Hasta don Quijote se pone del lado de los actores que se amaron tanto que hasta despertaron un ingenio que no se da en los olmos.

Sigue la fiesta de Camacho.  Ya sin novia. ¡Qué mas da! Se marchan los pobres enamorados.  El Caballero de los Leones va con ellos.

 

Mi lectura del Quijote, segunda parte 19 y 20

Jorge Luis Contreras

degrain-da-munoz-don-quixote-and-sancho-panza-discuss-the-combat-with-the-windmillsNo puede nadie sustraerse del embrujo quijotesco.  Cuatro lo ven, y cuatro reciben en el espíritu la enigmática noticia de que enfrente tienen un esqueleto de alma robusta, a un austero derrochador de sueños, a un pobre que reparte liberal su amable mirada, profunda, total.

Los cuatro van a una boda.  El hidalgo es ahora otro invitado del evento singular que reúne a la más bella de la región y al más rico.  Dos seres sencillos que han escalado a la cima en las categorías que valen para esta unión, o mejor aún, dos de tres implicados en un dibujo amoroso perenne y prosaicamente predecible.

Mientras caminan los seis hablan cuestiones estériles.  Sancho y sus refranes, don Quijote con sus correcciones y puritanismos, el bachiller y el licenciado semienfrentados por semánticas pueriles.  De repente el debate deviene en contienda.  Como siempre se pasa de las palabras a las espadas. Las discusiones por religión o política han sido siempre promotoras en los mundos poco diplomáticos de rencillas elevadas que se incrustan en vehículos simples. En fin, dos amigos pelean; dos amigos se reconcilian; dos son más amigos porque pelearon. Hicieron esto solo para darle razones a Sancho que se hará más refranero.

En las vísperas de la boda: las amenazas eternas.  Don Quijote está atento a los gritos melifluos de ignorantes que anuncian belleza mayor que la de su Dulcinea. El impertérrito no lo es tanto.  Pero hay comida.  Mucha.  Sancho calla y come.

Se danza.  Se teatraliza.  Se está alegre.  Quijote y Sancho ven, como lo hacemos todos, según nuestra noble o vulgar condición.  Hay poesía, amor, interés.  Todos  parlantes de un drama tenso que gana la liberalidad.

Sancho va por el vencedor.  Esto es: no por Basilio, el débil del triángulo.

Una vez más el hidalgo conmina a Sancho a que calle.  Solo lo logra con la comida que proviene de la generosidad del novio.

Aventuras victorianas para leer tumbado en una hamaca

Rodrigo Fernández Ordóñez

hondurasEn mi última incursión a las librerías del Centro Histórico me topé con un ejemplar a mi juicio excepcional: Un viaje por Honduras, de Mary Lester. Para quien gusta de la literatura de viajes el libro es insuperable. La historia permite echar un vistazo a ese momento fascinante e irrepetible en que la región trataba de insertarse en el concierto de las naciones modernas, bajo el lema liberal de “Orden y Progreso”.  Mary Lester le pone voz a los hechos que tuve el privilegio de discutir innumerables veces con el entrañable amigo y maestro, el hondureño Julio Rendón Cano, quien me regaló una visión crítica de la reforma liberal en nuestros países y a quien dedico esta reseña. 

La autora Mary Lester o María Soltera, como se hace llamar también en el relato de sus peripecias, era una mujer británica, que había viajado a Australia para trabajar como institutriz en Sydney y Melbourne, y luego en las islas Fiji. En éste último destino escucha que la remota república centroamericana de Honduras había abierto sus brazos a la inmigración extranjera y que estaba otorgando subsidios a aquellos ciudadanos europeos o norteamericanos que desearan establecerse en el país como colonos, asignándoles sumas en metálico y concesiones de tierra. Es el año de 1881, y el presidente hondureño Marco Aurelio Soto trata de enfilar a su país en la senda del progreso. Soto, que había trabajado al lado de Justo Rufino Barrios en Guatemala en los planes de desarrollo de la Reforma Liberal, llega a su país con las ideas de modernidad imperantes en la época: industrialización agrícola e inmigración extranjera. Lester se embarca en Sydney rumbo a San Francisco, California, en donde inicia su relato, para tomar el vapor que la lleve al puerto hondureño de Amapala, en el Golfo de Fonseca. La intención de Lester es llegar hasta San Pedro Sula para encargarse de la escuela de niños extranjeros de la ciudad. El gobierno le ha ofrecido una subvención temporal y una parcela para su explotación.

El libro tiene un tono suave e inteligente, sin pretensiones. La autora es una hábil narradora que inevitablemente a ratos desprende un poco de displicencia (normal en la época victoriana) de la persona que se sabe perteneciente a una civilización superior y que llega a un país como vanguardia de la modernidad. Sin embargo, y pese a otros libros de viajeros contemporáneos, sus juicios son benevolentes en su mayoría. Se torna más crítica con los europeos radicados en Centroamérica que con los pobladores nativos, a los que ve con cierto aire de paternalismo. Sin embargo, el gran personaje es el paisaje y las penurias del viaje (incluyendo bandidos y merodeadores), con todas sus particularidades, que le inspiran párrafos memorables para reconstruir una época apasionante:

“La navegación es particularmente peligrosa a lo largo de esa costa [la Centroamericana], y en algunos lugares el agua es muy poco profunda y abundan los bancos de arena. Los vapores siempre atracan a la noche. El viaje hacia el sur va a ser muy tedioso, y encontrará que el calor es terrible (…) No se asuste por los rayos. Alarman mucho a los desconocidos, pero pronto se acostumbrará a ellos. Esta es la estación de los rayos.”

Mary Lester pertenece a esa reducida raza de mujeres viajeras de la época victoriana a la que Cristina Morató le ha dedicado varios libros, mujeres que se buscan la vida en sitios peligrosos y remotos, dominados en su mayoría por hombres. Dos mujeres coinciden casi exactamente con su viaje y las cuales también nos heredaron sus fabulosos libros de impresiones: Caroline Salvin (A Pocket Eden) y Helen Sanborn (Un invierno en Guatemala y México), intrépidas viajeras que buscaron destinos en Guatemala durante los proyectos de la Reforma Liberal. Pero Lester se distingue porque viaja sola. Las anteriores viajaron en compañía de sus esposos. Lester, en cambio, es una mujer soltera, que trabaja de institutriz, esa peculiar institución educativa británica a la que nos hemos acostumbrado las generaciones que hemos visto Mary Poppins o Nanny McFee, o cualquiera que haya leído a Jane Austen u otro libro de la misma época. Para su defensa lleva un pequeño revólver, que le regala un compatriota a bordo del vapor que recala en la bahía de Acapulco.

Durante su viaje esta singular viajera se topa con otros personajes no menos interesantes: extranjeros perdidos en las costas o montañas de Centroamérica, que han respondido al llamado del progreso y la modernización. Estadounidenses capataces de minas en las montañas guatemaltecas y hondureñas, ingenieros que trazan las rutas por las que han de correr los ferrocarriles, capitanes de vapores británicos que hacen la ruta de San Francisco hasta el infierno de paludismo que es el Panamá de las obras de Lesseps, chinos camareros de vapores que recorren las costas desoladas, beliceños y otros caribeños que trabajan en la estiba de barcos de puertos tan dispares como Acapulco o La Unión, los sempiternos cónsules británicos estacionados en las más remotas e insalubres posiciones, avanzadilla del Imperio Británico que no duerme ni de día ni de noche, un doctor italiano que la recibe en Goascorán, un español que la ayuda a organizar el viaje en Amapala, etcétera, son reflejo maravilloso de una época de un romanticismo que se nos antoja color sepia.

Es la época en que los países centroamericanos buscan dejar atrás el legado colonial y saltar al escenario mundial. Todos sueñan con progreso, llámese el presidente Justo Rufino Barrios o Marco Aurelio Soto, y es que, del relato de Lester se nos va formando una imagen de países pobres, atrasados, carentes de infraestructura, en los que nacionales y extranjeros luchan en contra de la naturaleza y la carencia de recursos para construir Naciones modernas.

“Como la mayoría de los lugares de esta costa, La Unión parecía ser un conjunto de techos de tejas rojas construidos en grupos, y espacios llenos de matas enanas, verdes, y de cuando en cuando una alta palmera y una playa baja y arenosa, que parecía como si estuviera lista a saltar al mar a la menor provocación. Sin embargo, este es un lugar de cierta magnitud, construido con más regularidad en el interior. Aquí se comercia bastante; La Unión tiene la reputación de ser un pueblo en vías de desarrollo y progresista.

Los barcos que van y vienen de un puerto al barco son siempre, creo, objeto de interés para los navegantes aún cuando la escena no les concierna más que en forma pasajera…”

Lester nos deleita con detalles que parecen sacadas de películas de Humphrey Bogart, como cuando cuenta:

“Cuando finalmente desembarcamos, estaba muy oscuro. El negro bajó el equipo del bote, vadeando con la carga hasta la playa porque no pudo llegar hasta el desembarcadero mismo. Una vez hecho esto, me levantó como si yo fuese un gato, sin decirme una palabra o hacer un gesto, y de sus fuertes brazos fui depositada sobre Amapala.”

Como la autora es una mujer observadora e inteligente, no se le escapan los detalles más sórdidos del colonialismo británico. Con detalle nos cuenta los trucos y los engaños a los que recurren los ingleses radicados en estos remotos territorios para hacerse ricos y largarse cuanto antes, resaltando el vergonzoso capítulo del ferrocarril interoceánico hondureño, en cuya estafa participaron tanto nacionales como extranjeros, sumiendo a Honduras en la pobreza y en el endeudamiento más absurdo por un tramo útil únicamente entre San Pedro Sula y La Ceiba. Es también, una mujer sensible cuando apunta, conmovida por la pureza de las aguas de los ríos del país:

“Mi deseo ferviente es que Honduras siempre se merezca su nombre. Hondo, se interpreta como laguna o arroyo, y los arroyos de esta hermosa región son tan puros y saludables, que cuando la mano de hierro del progreso penetre, ojalá su misión sea otra que la de corromper, por codicia comercial, la vida de un país.”

El libro se me antoja como un compañero ideal para un sábado por la tarde, cuando luego del almuerzo uno puede tirarse a descansar un rato, en un sillón o en una hamaca. Es definitivamente un libro de hamaca, para leerse a la sombra de un buen corredor antigüeño. También sería buena compañía para leerlo en un lugar fresco, con grama y bajo un árbol mecido por el viento. Un libro para leerse despacio, para estudiar las hermosas fotografías y grabados que acompañan al texto, gozándose la lectura del relato de esta mujer valiente e inteligente, que como si nos estuviera hablando al oído, nos lleva de la mano por empinados caminos de mulas o nos mete hasta la cintura en helados arroyos bajo la sombra de árboles centenarios mientras que en el polvo reverbera el sol centroamericano del medio día. Una lectura sin prisas, para estas vacaciones de fin de año.

Dejo, como último testimonio de su deliciosa lectura, un párrafo más de muestra:

“Los hombres se alejaron un momento para fumar, y yo aproveché la oportunidad para hundir los pies en el hermoso arroyuelo. Me ardían debido a mis botas negras, una parte poco inteligente de la indumentaria y que no debería adoptarse en los países tropicales. Yo tenía una cajita de lata que contenía un pan de jabón; afortunadamente la llevaba en el bolsillo, y escapó así a la devastación causada por la mula del equipaje; agradecida por el bienestar que éste me proporcionó, disfruté el baño de pies en la deliciosa y cristalina agua alfombrada de guijarros…”

El libro: Lester, Mary. Un viaje por Honduras. Editorial Universitaria Centroamericana –EDUCA-. San José, Costa Rica: 1971.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 14

Jorge Luis Contreras

quijote_sanchoSustos y consolidaciones. Indignado el Hidalgo ha tenido que sufrir la afrenta de la ligereza con la que el atrevido Señor de los Espejos llamó inferior a su Dulcinea.

Solo queda luchar.  Se azuzan caballos escuálidos que son llevados al límite para que den, en el caso de Rocinante, la única carrera de su vida sedentaria. Aviadas, carreras, estorbos, equívocos, honor. Sancho, medroso; el escudero del de los Espejos, feo y provocador.

Ya arrancan, ya paran los contendientes para auxiliar al gordito y para provocar al destino y signar la derrota del histrión.

El Señor de los Espejos no vio venir el castigo de su embuste.  Un mazazo, un tren, un toro, un género de aplanadora lo desvaneció sin que pudiera invocar ni piedad ni leyes caballerescas.

Sansón disfrazado ha hecho su primer intento.  Ha querido retornar a Quijano.  Esta vez falló y casi muere a manos del Quijote que piensa en los eternos encantadores.

Sancho es más Quijote cada vez.  Imagino a Sansón Carrasco lívido en el suelo de la derrota, y la voz del escudero que sin remilgo alguno baja el pulgar solo para que el número de enemigos imaginarios de su amo se reduzca en una unidad.  Sus ojos de Sancho vieron para otro lado.

La pírrica victoria resuena aun en las cabezas de la singular pareja que enfila hacia Zaragoza.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 13

Jorge Luis Contreras

quijote (1)Pessoa tiene un río que por pertenecer a pocos es más bello que el Tajo.  Pura sencillez trasunta Sancho cuando plantea una tesis similar referida a su jumento.  Y a sus hijos.  Y a su mujer.

Amor puro, afecto que nace del corazón, y una admiración noble ha sabido despertar don Quijote en el sencillo corazón de un tierno Sancho.

En Tortilla Flat Steinbeck hace ingeniosos juegos que son encarnación punzante del risueño pasaje de los escuderos compañeros del vino. Aunque Sancho se topa con un escudero que ha hecho de todo menos votos de pobreza. Don Quijote es un señor austero, comedor frugal, hijo de las privaciones, preconizador del poco equipaje. El que con el hidalgo habla en las sombras del bosque se hace acompañar de un hombre que se da la buena vida.

Sancho aprende pronto.  El campo semántico de algunas palabras pasan de insultos a encomios a través del vino y de la comida gratuita.

Don Quijote se estremece.  Su ímpetu da saltos refrenado por una cierta continencia que ha desarrollado en sus muchas aventuras.  Apenas logra que su contertulio exponga. El caballero del bosque se dice valiente, combatiente sin igual, enamorado de Casildea y, vencedor del Caballero de la Triste Figura.

Noche o día. Igual es para don Quijote. Quiere pelear ahora. No tiene freno. Ha sido afrentado por su homónimo.  La fibra íntima se estremece.  El honor juega entre hidalgos, la imitación entre escuderos.  Titanes preparan argumentos bélicos porque no hay otro camino para que la verdad se sepa.

Ahora la parodia se hace más.  Ahora la burlona novela de caballería teje un episodio epopéyico.  Tiemblo mientras asoma el catorce.

Darse un baño de sol mediterráneo

Rodrigo Fernández Ordóñez

fce-coleccion-popular-1927-85565-1-productEs un libro con un titulo equívoco, que puede llevar a malentendidos. Junta de Sombras, del mexicano Alfonso Reyes debería tener una faja en la portada con el anuncio siguiente: “Advertencia: para leer a la sombra de un olivar, bajo el luminoso cielo del Ática”. Es uno de esos libros para llevarse de vacaciones y leerlo despreocupadamente, para dejarse guiar por la genial mano de Reyes por los vericuetos del mundo griego que nuestros profesores de educación media no nos supieron explica, pese a sus esfuerzos, y asombrarnos de la modernidad del mundo de Homero, de Herodoto y de Hesíodo. Es un verdadero deleite, de pasta a pasta.

De un Alfonso Reyes al que no regresaba desde mis años de bachillerato en los que me hicieron leer un volumen de sus poesías (y que no me interesaron particularmente), me encontré hace unos días un pequeño ejemplar maravilloso que recoge sus “Estudios Helénicos”, ensayos que son una verdadera joya cada uno de los que lo integran. Afortunado dueño de una mente enciclopédica, nacido en el seno de una familia beneficiada por el porfiriato, sus ensayos breves, claros, amenos, poéticos (estos si impactan por su perfección), son comparables en calidad y hermosura con los Siete ensayos dantescos y Siete Noches de Borges. Es un volumen que no se puede dejar pasar.

Editado con la calidad propia del Fondo de Cultura Económica en su Colección Popular, Junta de Sombras. Estudios Helénicos, permite acceder a una muestra de lo mejor que la intelectualidad mexicana ha aportado a la cultura occidental, y por poco dinero. Porque Alfonso Reyes, apodado el “regiomontano universal”, es un autor admirado por sus extendidos intereses, que van del mundo helénico, pasando por la bohemia europea, al mundo rural mexicano. A riesgo de caer en el cliché, se podría decir que Reyes es un exponente de esos hombres del renacimiento, pero nacido en la época y geografía equivocadas. Autor de poesía, ensayo, teatro, memorias y crítica literaria, cómplice intelectual de José Vasconcelos y Henríquez Ureña, con quienes conformó un ateneo en donde estudiaban a los griegos, dejó una colección de iluminados ensayos propicio para que nos imaginemos que lo estamos escuchando sentados en una playa a orillas del mar Egeo o bien en la ladera de una colina rocosa, bajo el refulgente sol de Creta.

El tono de los ensayos carece, afortunadamente, de la afectación que da la cultura enciclopédica. Sus palabras son un discurrir suave que no nos pierde en laberintos del lenguaje, como le sucede en ocasiones a Octavio Paz, por ejemplo. Como su intención se presume pedagógica, el discurso busca interesar, no aburrir. Sus ensayos son más bien disertaciones para consumo de cualquier lector y no para especialistas, lo que aligera considerablemente el tono de sus investigaciones. Su tercer ensayo, por ejemplo inicia así: “No hay que tener miedo a la erudición. Hay que contemplar la Antigüedad con ojos vivos y el alma de hombres, si queremos recoger el provecho de la poesía”. Lo que constituye una sincera invitación a leer sus ensayos con despreocupación, como estarse paseando un día particularmente tranquilo. Como cualquier tarde de sábado de abril, pues.

No sé si por casualidad o con toda la intención del caso, el primer ensayo, el que abre el viaje al remoto mundo griego es, a mi gusto, el mejor de todos. Se titula Un dios para el camino, en el que habla entre otras cosas, de los viajes griegos y las aventuras de Odiseo, pero sin dejar de lado el brutal mundo de la edad de bronce:

“Todavía ante, los hombres de aquella edad oscura que va de la caída de Troya a las Guerras Persas solían huir en sus barquichuelos con lo que llevaban encima, porque no había tiempo ni sitio para más, abandonando en los ancorajes, para que corrieran su suerte entre los dorios, a la mujer y al hijo, al que cuando mucho hacían una marca con el cuchillo a fin de reconocerlo algún día…”

 

Pero así como hay episodios de violencia, hay escenas de una modernidad casi alarmante, pues los cuatro mil años que han transcurrido no parecieran haber afectado particularmente el paisaje. Reyes, a propósito de la Descripción de Grecia, de Dicearco, de quien nos cuenta que fue discípulo de Aristóteles, nos recrea esta imagen, casi impresionista:

“Dondequiera que un árbol tiende un poco de sombra, dondequiera que se abre un pozo, aparece una posadita y hay una mesa en torno a la cual bebe la gente. Vense filas de borricos y amontonamiento de carretas. La antigua Oropo, al término del viaje, era nido de aduaneros y matuteros, a quienes el diablo confunda.”

El primer ensayo toma como excusa la vida del dios Anfiarao, (“mandado hacer para explicar los accidentes del suelo, los agujeros de la tierra”), para recrearnos un mundo lejano en el que viajar más lejos de la aldea era una aventura digna de quedar fija en el imaginario de la comunidad, y todo para abordar los siguientes dos ensayos, Prólogo a Bérard, en donde desenmaraña la leyenda del Homero como poeta ciego y al Homero colectivo, esa suma de poetas y bardos itinerantes que durante siglos le fueron dando forma a la Ilíada y la Odisea (“para que haya poema, tiene que volver a su patria por el camino más largo”), y La estrategia del Gaucho Aquiles, en donde con la excusa del orgullo del héroe se adentra en las motivaciones de la venganza, con toda su carga de odio y de rencor, con tiempo aún para dejar caer monedas de conocimiento, para que comprendamos el mundo antiguo: “…lo compara al astro llamado el perro de Orión, que aparece en los cielos otoñales por la época de las cosechas y es siempre ominoso anuncio de fiebre para los indefensos mortales…”

No es mi intención hacer un repaso de todos los ensayos contenidos en el volumen (que son 25), sino apenas hacer un breve recorrido por ciertas frases perfectamente concebidas y que correspondan o no al espíritu general de los ensayos, pueden servir de anzuelo para aquellos lectores que andan a la caza de buenas lecturas para los momentos tranquilos del día. En el ensayo en donde explora el origen del Olimpo y de la mano genial de Hesíodo (autor de la Teogonía), encontramos una reflexión rápida en el texto, pero digna de permanecer en nuestra mente, para quedarse rumiándola: “Mientras sólo nos dejamos transportar por los días, somos un ligero corcho que flota en la corriente: la vida nos vive y no la vivimos nosotros. Sólo cuando injertamos en los días los trabajos estamos viviendo por obra propia”, que aunque es un enunciado que se nos antoja a anacronismo, tiene una fuerza y una contundencia que desarma cualquier pensamiento en contrario. Claro, yo soy un fiel partidario del ocio…

En el ensayo en donde defiende la mente racional del hombre griego, y le sirve otra vez como excusa para adentrarse en las invasiones de los hombres rubios del norte y su aporte al imaginario espiritual helénico, entresacamos estas imágenes inquietantes, pero inexplicablemente hermosas:

“Así, los guerreros de la Edad Heroica, en vez de enterrar a sus muertos según la antigua usanza, queman los cadáveres, para no exponerlos a la profanación en los territorios donde no esperan establecerse. Y es muy probable que las celebraciones ocultas o ritos de catacumbas hayan comenzado desde entonces ente las tribus oprimidas.”

Imágenes que por su pragmatismo incontestable refrendan las afirmaciones que en cuanto a la mente de los griegos elabora Reyes, y una más, a riesgo de hacerlos caer en el agotamiento de las citas: “Pero la nueva mitología, en cuanto es explicación antropomórfica del universo, suscita, desde los albores de la cosmología helénica, una controversia sustentada en los arrestos de la investigación racional.”

¿Necesita más excusas para leer a Reyes?