Mi lectura del Quijote, segunda parte 12

Jorge Luis Contreras

DonQuijoteEl teatro es solo una representación.  Sancho vive, y en ese sentido es una extensión de don Quijote y su incuestionable vitalidad. Y es que el escudero ha visto que los collares y adornos de los actores eran tan falsos como un billete de quince quetzales. Hay que explicar el punto.  Didáctico el señor instruye al siervo.

Y si Dulcinea sigue embrujada. Y si solo simples como Sancho pueden ver su sin igual belleza. Y si los enviados penitentes no logran dar con ella cuando don Quijote los venza y los designe para mostrarle respeto y admiración a la dama… ¡Ah! El mundo de los sueños es un laberinto complicado de ver y no ver, de ser y parecer, de embrujos y malicias.

Se cuela por una rendija el Cervantes crítico, académico, teórico, y hace alusiones veladas a su propia producción teatral.  El pretexto es el extraño encuentro con la carreta de la muerte que terminó a la mala con el hidalgo afrentado y el escudero puesto en evidencia.

Ósmosis ha sido para Sancho el tiempo que han aventurado los amigos.  Ya hasta habla bien.  Ya hasta ironiza con alusiones a cierto abono orgánico que es un símil de las enseñanzas del hidalgo y que ha hecho florecer el mundo de las ideas del ingenuo escudero.

Pero el bosque guarda un secreto. Así como el desierto del Principito esconde el pozo. Hay un igual. Hay un quejoso caballero andante que sufre. Que tiene escudero. Que tiene dama. Que honra a su señora mientras la pone por encima de todas las demás.  Eso incluye a Dulcinea.  Eso hace que el resorte del amor levante a Quijano y lo ponga en guardia.

Dos diálogos ocurren paralelos.  Los dos señores en el filón hidalgo.  Los dos escuderos en un festín de dichos y anécdotas.

Hay en el aire un reflejo peligroso para nuestro héroe.

Regresar sin un rasguño, perdiendo el alma

Rodrigo Fernández Ordóñez

“…pero el descubrimiento de La Vorágine, entre otras, nos abrió el panorama, fue de donde surgió Anaité, después de una serie de visitas y de cacerías en el Petén, en las vacaciones íbamos un mes, existía una población nómada, que era la que cortaba el chicle y la madera, ya casi no había monterías en Guatemala, habían desaparecido en los años treintas, pero hay historias muy famosas de gente que trabajó en esas monterías…”

Mario Monteforte Toledo.

Pájaros feos que cantan.

No hay duda que todo libro tiene su momento.  Anaité, la primera novela de Monteforte Toledo, (ese gigantesco hombre de la Ilustración perdido en el trópico), llevaba años esperando ser leída en un rincón de mi biblioteca, el mismo en donde esperan su turno otras novelas guatemaltecas mezcladas con otras que ya han sido oportunamente espulgadas.  Fue cuestión de tomarla y no dejarla hasta agotar la última página.  Aunque eso no dice mucho en realidad, dado que soy lector obsesivo.  Por eso, para aclarar la mente me senté a escribir esta reseña. Para justificar mi entusiasmo y rumiar esa sensación de cálida satisfacción que me asalta cada vez que termino de leer un buen libro, y así poder recomendarlo con la conciencia tranquila.

Anaité se desarrolla en una geografía nada extraña para mí. La selva petenera y sus innumerables ríos los había recorrido yo en las páginas de Guayacán y Carazamba de Virgilio Rodríguez Macal, en donde nombres como Río La Pasión, Usumacinta, Sayaxché, o Río Santa Amelia me trasladaban fuera del cuarto en donde tumbado en la cama devoraba las aventuras de los protagonistas. Estos libros me entusiasmaron de tal forma que al momento de haber reunido una pequeña suma de dinero me lancé un viaje de 12 horas (eso se tomaba el bus antes de terminarse la carretera Guatemala-Flores) para conocer estos remotos lugares. Esa primera vez tan sólo fue San Benito, Flores y Santa Elena. Flores era entonces una isla polvorienta de tejados rojos y muchas cantinas, antes de su recuperación y de convertirse en atractivo turístico. Luego vendrían otros viajes menos rudimentarios hasta que logré visitar el Parque Nacional Sierra Lacandona, a 6 horas de viaje en ruta de terracería saliendo de la Isla de Flores. En total fueron 18 horas de viaje desde ciudad de Guatemala por vías con poco o nada de pavimento. Ese tercer viaje lo hice con mi amigo de aventuras Rodrigo Arias, con el objeto de tomar fotografías de una serie de incendios que había estado arrasando la selva del municipio de La Libertad, allá por 1999. Guardarecursos del CONAP nos llevaron en un pickup hasta una remota aldea llamada Villa Hermosa en el corazón del parque. Allí nos instalamos en una carpa clavada en la ladera de una colina y de allí salimos durante tres días acompañando a los personeros del CONAP a supervisar la selva y a dirigir a los helicópteros que derramaban sus cargas para sofocar los fuegos. Eran horas de subir y bajar colinas de verde brillante, con un calor sofocante. Horas de caminar por estrechas veredas rodeadas de espesa vegetación. Horas de andar sin hablar, cargando cada uno una mochila de lona con quien sabe cuántos litros de agua para los hombres de la columna y una mochila pequeña con comida. El tercer día, el último que podíamos quedarnos, los guardarecursos nos hicieron caminar largas horas casi sin parar, gastándonos bromas y burlándose de nuestra desfalleciente mirada sólo para anunciarnos victoriosamente desde una empinada colina que al fin habíamos llegado al Usumacinta. Un ruido descomunal y una línea plateada que corría a nuestros pies. “Allá, al otro lado está México”, nos dijo uno de ellos; “Estamos en el vértice cero del mapa”, nos dijo otro. Nos derrumbamos bajo una sombra a ver el río y a escuchar su torrente durante unos minutos. Cuarenta, quizás. Luego, a caminar de regreso al campamento. Tal vez por esa experiencia me devoré las 153 páginas de mi edición en dos sentadas a leer. Sigue leyendo

Mi lectura del Quijote, segunda parte 9 y 10

Jorge Luis Contreras

La Sierra Morena está lejos dormida en el sueño del Quijote que ha hecho de sus experiencias motivos para soliloquios y recuerdos.  La Sierra Morena es el juez del pasado que amenaza al mentiroso escudero tartamudo presuroso y escapista indigno.

Ya que no hubo primer encuentro del escudero con la señora Dulcinea, ahora que el hidalgo pretende renovación de votos se nos revelan locuras nuevas que están más allá de las pretéritas.

Ya sale el hidalgo del pueblo.  Con engaños Sancho lo lleva al bosque para que espere su ansiada cita con la señora de sus pensamientos.

Sancho lleva mandato del psicólogo y brujo.  Debe observar los gestos de la dama y reportar.

A pocos metros el rusio se detiene.  Sancho se cuestiona en monólogo ingenioso y profundamente analítico.  Resuelve: a) que don Quijote está loco, b)que Sancho, también, un poco, c) que las visiones extrañas han sido muchas y pueden fabricarse a conveniencia…

Desfilan tres aldeanas, marchan cien mentiras sanchescas y se turba el corazón hidalgo.  El teatro está montado. Pero don Quijote nada ve.  Solo realidades.  Solo la verdad.  Es desdichado porque los encantadores –dice- gobiernan su vida y lo privan del grato encuentro añorado largamente.

En lugar de bendiciones dulces recibe pestilencia hombruna.

Si mis manos pudieran deshojar, poema de Federico García Lorca

Yo pronuncio tu nombre
en las noches oscuras,
cuando vienen los astros
a beber en la luna
y duermen los ramajes
de las frondas ocultas.
Y yo me siento hueco
de pasión y de música.
Loco reloj que canta
muertas horas antiguas.

Yo pronuncio tu nombre,
en esta noche oscura,
y tu nombre me suena
más lejano que nunca.
Más lejano que todas las estrellas
y más doliente que la mansa lluvia.

¿Te querré como entonces
alguna vez? ¿Qué culpa
tiene mi corazón?
Si la niebla se esfuma,
¿qué otra pasión me espera?
¿Será tranquila y pura?
¡¡Si mis dedos pudieran
deshojar a la luna!!

El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince

Jorge Luis Contreras Molina

La enternecedora apología que nos entrega Héctor Abad Faciolince deja una noticia en el alma. La de un padre digno que ha impregnado de alegría su mundo y especialmente a su hijo que brinda el panegírico tierno que habla mil veces del médico muerto en una Colombia incendiada por la violencia insensata.

Tal como hiciera García Márquez en su Crónica, Héctor Abad nos cuenta, de entrada, el final.  Así le queda limpio el terreno para escribir un encomio cargado de nostalgia desbordada, casi atropellada.

El olvido que seremos es una novela sencilla, sin saltos temporales ni experimentos narrativos; es la oda a un hombre signado por la tragedia que le arrancó al destino destellos de bondad y coraje.

Las dos muertes que se cuentan en el relato han puesto en evidencia a un contador cuya existencia aparece cortada, ajena, pueril, cobarde, distante, informe, incompleta… triste.

Aunque no tiene ironías ingeniosas, ni ambigüedades, ni subterfugios, es gran literatura porque conmueve e intranquiliza mientras se nos refleja de una intertextualidad tajante y directa pues de colofón giran Borges y Manrique para que podamos conmovernos con sus elegías lejanas que Héctor Abad nos pone enfrente, en el pecho, del lado del corazón.

El regreso a los orígenes

Rodrigo Fernández-Ordóñez

Tras doblar la última hoja me ha quedado un sentimiento serio de culpabilidad.  La culpabilidad de no haber retrasado el final, de releer las páginas para agotarlas y no terminarlo nunca.

El mismo sentimiento que me asaltó cuando lo terminé de leer, no en papel, sino en la versión electrónica de Kindle. El libro de Philip Hoare, Leviatán o la ballena, es un libro que se lee con la misma obsesión con la que fue escrito. Sus páginas se pasean en nuestra mente como si lo estuviéramos soñando. Su contenido se consolida en el cerebro y en nuestro ánimo, sólo cuando dejamos de leer y sus frases nos quedan rondando en la cabeza. Aún mejor, el libro completo se nos queda en el ánimo después de terminado de leer. No sorprende que haya ganado el prestigioso premio literario Samuel Johnson para relatos de no ficción del año 2009, por el que su autor recibió la nada despreciable suma de £20,000.

En esta época en la que las editoriales han reducido sus criterios de calidad al mínimo, y nos vemos asaltados por libros entretenidos, pero de dudoso valor literario (Cincuenta sombras de Gray, el último libro de Dan Brown, Infierno, o los infumables de Paulo Cohelo), es un verdadero placer sumergirse en un libro profundo, sin pretensiones, que discurre, como decía Henry Miller cuando algo le gustaba particularmente, “como una canción”. Para empezar, el libro de Hoare es inclasificable. Es un libro mezcla de relato de viajes, diario íntimo, crítica literaria, crítica de cine, historia natural y exploración científica. Es también un viaje a los miedos de su niñez. Quizás sea más fácil decir que es un largo ensayo sobre las ballenas. Explora a estos maravillosos animales desde todas las perspectivas posibles, y por eso en su libro aparecen tanto Herman Melville, Thoreau, Nathaniel Hawthorne y Ralph Waldo Emerson, como Abraham Lincoln, Frederick Douglas, Joseph Conrad o Gregory Peck. Hasta el legendario Orson Welles tiene una pequeña aparición. Por eso es un libro obsesivo que arranca con la industria de la caza de ballenas en el siglo XIX y nos lleva de viaje a Nantucket, a New Bedford, Cape Cod y Martha’s Vineyard en los Estados Unidos, a Southhampton, Liverpool y Londres en Inglaterra y las Azores. Lee y nos lee libros de historia natural de las ballenas, nos actualiza sus descubrimientos. Los critica. Recrea la época en la que luchar contra el inmenso animal era lo más parecido a la gloria y luego nos confronta con los militantes de Greenpeace y la nueva tendencia de la conservación.

Comparto unos fragmentos tomados al azar, como ejemplo de su calidad literaria y de la diversidad de perspectivas con las que aborda un solo tema, a lo largo de 500 páginas:

Sobre Hawthorne:

“Nathaniel había estudiado en el verde campus de la Universidad de Bowdoin, Maine, antes de cambiarlo por una lúgubre casa en Salem, donde pasó doce años encerrado en el desván, saliendo sólo de noche para pasear por las calles desiertas. ‘He hecho de mí mismo un recluso y me he encerrado en una mazmorra’, confesó; ‘y ahora no encuentro la llave y no puedo salir’”.

De la caza de la ballena:

“Entonces el arponero recogía el arpón del fondo del bote y se ponía en pie, manteniéndose en precario equilibrio sobre la proa, siendo la embarcación y sus armas meras extensiones de su poder. Erguido, con los músculos en tensión y la ballena acercándose, se apuntalaba contra el bote con el muslo derecho fijado en un semicírculo recortado en la borda. Era lo que se llamaba la cornamusa del torpe, en el que el cazador se encajaba.”
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Preguntas Ingenuas a la Luz de la Lámpara de Diógenes

Amable Sánchez Torres

Homenaje devoto a la mujer,

sin la cual todo hombre es…

“inconcebible”

¿Quién ha mentido aquí?  ¿Quién ha engañado?

¿Quién dijo “la mujer tuvo la culpa”?

¿Quién la empujó y la puso en el patíbulo?

¿Quién levanta la piedra y quién acusa?

¿Qué hombre o qué dios o qué fantasma

que tras el árbol del saber se oculta

dentro del paraíso?  ¿Qué pretende

después que degustó la dulce fruta?

¿A quién quiere engañar?  ¿Por qué se esconde?

¿Quién acunó su llanto y quién su cuna?

¿Quién veló su desvelo?  ¿Quién su fiebre

calmó con un sorbito de agua pura?

¿Quién lo llamó hijo mío?  ¿Quién a solas

sin dormir lo esperó en noche sin luna?

¿Quién le enseño a decir sol y le dijo

esa estrella que ves ahí es la tuya,

esa libélula frágil tu caballo,

esa nube arcangélica tu brújula?

¿Quién le mostró que la ternura es fuerza

y que al fin la que gana es la ternura?

¿Quién hizo del dolor torre de oro,

telar de la paciencia, hada y musa

de la sonrisa fiel, de la esperanza

escala hacia la dicha, de la duda

certeza en flor, seguridad del aire

y de la maldición buenaventura?

¿Quién fue su compañera, quién fue su madre,

quién fue su hermana y quién su sierva ilusa?

¡Eva… Ave… Eva!  Gira el mundo

en tu quicio de lágrima fecunda.

Dicen que preguntando se va a Roma.

Si Roma en la sordera se refugia,

¿a quién preguntaremos, sino al viento?

Y el viento, que ni hablar sabe, murmura:

mujer, mujer, mujer…, mujer poema,

mujer albor, palmera, oasis, música,

mujer alondra, cielo despejado,

mujer samaritana, risa y súplica…

Mujer, mujer, mujer… ¿Quién te condena?

Yo te absuelvo.  Ve en paz.  Mía es tu culpa.

Bereshit bará Elohim et hashamáyim…

…y su voz se hizo en ti destino y ruta.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 5

Capítulo 5

Jorge Luis Contreras

Don Quijote es un gran vendedor de sueños.  Los cuestionables anhelos del hidalgo son ciertísimas realidades para Sancho, y se constituyen en problemas vitales para la señora Panza. Los destinos de la familia del escudero están en discusión.  Fábulas, apólogos, alegorías, cuentos didácticos se han multiplicado para hacer que los hombres aterricemos dejando de lado la ilusoria posibilidad cuya sentencia más probable es un no rotundo porque la vida es, más bien, trágica. Esto cuando construimos sobre posibilidades.  Aquí el tono de la discusión de los Panza se eleva porque ella quiere para su hija un igual como marido, mientras que el nuevo corredor de aventuras la vislumbra casada con alguno de sangre real.

Lo interesante es el vertiginoso camino que los esposos recorren subidos en el vehículo de los sueños que ha echado a andar don Quijote. Mientras los vemos hablar también vemos que Sancho, cada vez más, parece Quijote.

Mi lectura del Quijote, segunda parte 4

Jorge Luis Contreras

Capítulo IV

La música de los peros ha dejado su lugar al resuelto caballero que ya se apresta a seguir la construcción de su sino. Sansón y Sancho han configurado el mapa que las noticias respecto de los compañeros debieron seguir.  Magistral ha estado el escudero.  Nos aclara que los dineros aquellos de los que se apropió, no solo se los quedó, si no que le han servido para comprar tiempo de aventuras.  La mujer de Sancho ha sido la recipiendaria de la plata, y esto ha sido razón suficiente para que acepte la lejanía de su futuro gobernador de ínsulas.

Otra vez el hidalgo pone como figura central a Dulcinea.  Esta debería ser motivo de un acróstico.  No sé si se escribirá, ni si lo hará Cervantes o destinará a algún personaje para tal empresa.  Me adelanto.  Esta es mi propuesta para el Caballero de la Triste figura.  Allá él si acepta mis dulcineas líneas.

Dulcinea del Toboso

Única gemela voz

Legítima visión de añoranzas

Centinela de las vigilias

Imagen ideal

Nostalgia de la ausencia

Emperatriz de los pensamientos

Anhelo del corazón

Distante gozo

Evocadora esperanza

Luna fugaz

Tertulia de las almas

Ofrenda vital

Búsqueda feliz

Ojos de llano

Soledad animosa

Otredad y pertenencia.